sábado, 31 de octubre de 2020

El mismo sabor.

 


Amanece un nuevo día, como otro asalto en el ring.
Pero en el campo de batalla hoy ha salido el sol.
El aire se percibe limpio y fresco
y la montaña a lo lejos
nítida y con detalles,
en su cuerpo verde.

Los sonidos del silencio cuando el día se despereza,
el viento en los cristales,
las gaviotas cantando al vuelo,
y las tórtolas en su contemplación.

El mundo echa a andar
de vuelta del sueño reparador.


Aún en el lecho, contemplaba las luces y colores de la aurora,
el día que se despereza, los sonidos del escenario que se despliega.
El sueño que aparece fuera
y el que aparece dentro.
Esta tristeza
que parece que anidó en su casa y se quedó por un tiempo.

Contempla la experiencia de esta tristeza,
como un combinado de excitación física
y alteración de la conciencia.
Como hacer el amor.

Así que al final la vivencia de la tristeza
es un deleite en sí misma,
como cualquier otra vivencia.

El mismo sabor.




jueves, 29 de octubre de 2020

Juegos de otoño.



La noche.
El calor del edredón como una cueva cálida, un refugio.
Fuera, arrecia el temporal.
La aventura se hace un poco más difícil;
la tristeza, más profunda.

En la última salida al otoño, caminaba sobre una alfombra de hojas marrones, amarillas y naranjas.
Lo vivían como una celebración, tanta belleza,
pero cada una de ellas era una "hoja muerta".
Así las llaman.

Después de comer
(una mesa de piedra, el aroma de los árboles, tomillo y romero
impregnando el aire),
un amigo quiso jugar al juego de los minerales, esas piedras preciosas
llenas de energía
y mensajes,
según parece.
Sacó de su mochila unas bolsitas con piedras de colores relucientes,
de tacto suave, algunas como cristales.
Y el juego empezó.

En las reglas del juego, cada mineral tenía una conexión especial con un chakra.
Imagina que uno de ellos se llama cornalina y se conecta con el primer chakra, del perineo.
Cada persona tomó la piedra entre sus manos y se hizo el silencio, escucha atenta, evocación.
Ella, profundamente escéptica, jugaba como en una meditación, se entregaba sin resistencia.
La cornalina naranja de piel suave entre sus manos;
la conexión con el primer chakra, del perineo.
Silencio, escucha atenta, qué te evoca?, preguntó el facilitador.
La respuesta fue rápida y clara: el amor místico.
El deleite profundo, el Gran Gozo tántrico.
Si te dejas llevar: el amor espiritual, ése en el que te disuelves
y desapareces.

La segunda piedra se conectaba con el tándem, el hara, el ki.
La tomó en sus manos y escuchó.
Y lo que sonó fue la voz de la chica en una mesa vecina, su monólogo.
Hablaba de sus relaciones anteriores, difíciles:
"Yo contigo me siento en paz, tranquila, relajada,
como si estuviera a solas pero acompañada;
contigo es como llegar a puerto, como estar en casa".
Y ella sintió la conexión.
Cualquier persona no está tan lejos de ella misma.
Con décadas de práctica de meditación o sin ellas, no hay mucha diferencia.
La segunda piedra, la del chakra del hara, la conectó con eso: con la conexión,
la empatía, la interdependencia.

Con la tercera piedra (el ojo del tigre), del plexo solar,
aún la guiaba el relato de su vecina de mesa.
Y evocó el sufrimiento,
la integración del sufrimiento
en la experiencia
de esta aventura de vivir.

El cuarzo rosa (la cuarta piedra), la del chakra del corazón,
le hizo evocar la humildad,
la fragilidad, la vulnerabilidad.
La entrega desde la humildad.

La calcita azul, la del chakra de la garganta,
fue rápida evocando el silencio.

Llegó el turno de la fluorita, del tercer ojo, la de la visión.
Escuchó la voz vivaz del facilitador:
"Preguntadme lo que queráis! ¡Lo sé todo! ¡Tengo todas las respuestas!"
Abrió los ojos y encontró la sonrisa explosiva y generosa de su amigo.
Ella, en cambio, con el ojo de la visión
no veía nada.
"Sólo sé que no sé nada",
fue la revelación.

La siguiente, el cuarzo blanco, del chakra de la coronilla,
volvió a la entrega del amor espiritual
y así fue como se dio cuenta de que se cerraba el círculo,
el retorno al amor místico del principio.
Sólo que el amor místico del asombro, primero,
ahora se había convertido en el amor espiritual de la disolución
y el vacío/plenitud más absoluto.

Yo ya lo doy por acabado, nada más que explorar -dijo.
No hay más -respondió el facilitador-. Aquí se acaba.

Todos los círculos se cerraban.



Devolvieron las piedras a sus bolsas.
("Quédate con las tuyas, te las regalo", dijo el amigo).
Y se internaron en el bosque cerrado
y caminaron sobre una alfombra amarilla de hojas muertas.
Las hojas caídas en el suelo hacían que las altísimas copas desnudas de los árboles
permitieran el acceso a un cielo claro,
lleno de luz.




martes, 27 de octubre de 2020

La vida sin mí.

 



Sigue avanzando el día y el calor del sol empieza a llegar un poco a su cuerpo.
A su mente todavía no.
En la bandeja, la cafetera de acero inoxidable vacía, aún desprendiendo el aroma,
y la taza de café arábigo recién molido,
intensidad máxima. Ni aun así.
Parece que a la mente, perezosa, le cueste alzar el vuelo.
Como una convaleciente.
Paciencia.
Ahora toca reposo.
De repente, el cuerpo se pone en marcha y la adrenalina se genera espontáneamente
y las endorfinas
y, como un piloto automático,
tiene lugar lo que tiene que ser.

Y dónde está su voluntad en todo el proceso,
dónde está el "yo"?
En ninguna parte.
Ese yo quitado de en medio.
Como cuando limpias el cuarto
y barres lo que te estorba.




domingo, 25 de octubre de 2020

Cuando el amor no parece amable.

 



Déjame que te cuente que este amor no es dulce,
(o puede parecerlo).
Ni amable.
No busca tu consentimiento.
No desea conquistarte.
Pero no es menos amor.
Déjame que te diga que es aún más profundo que ayer,
y más sincero.
Porque ya no tiene miedo a tu respuesta.
Ni quiere gustarte o que admires su luz.
Y es que en estos momentos no hay un yo detrás
de este amor,
o involucrado.
Pero no es menos amor.

Esta forma de "ser" desaparecerá en cuestión de días, probablemente.
Y volverá el viejo yo, temeroso,
implorando tu aprobación,
mendigando tu estima.
Y será espiritualmente correcto.
Pero ahora, aún no está aquí.

Así que la fuente brota como brota.
Vamos a contemplarla, sin más.
Ya te pediré perdón más tarde, si fuera necesario.

Si miras mis ojos, si me ves,
entonces no hará falta.




viernes, 23 de octubre de 2020

De regreso a casa.

 


Esta tristeza.
No la rechaza.
De hecho, se entrega a ella como en un abrazo de amor.
Como en un abrazo de confort.
Pero desea comprenderla.
De dónde surge?
¿Es como después de separarse del amado, esa nostalgia,
ya echándole de menos?
¿Ese apego?
Se entrega a la tristeza.
Pacientemente y sin evitarla.
En la tristeza también encuentra el rostro de Dios.

Amanece un nuevo día.
El cielo cubierto.
No como cuando estaba con él, ese cielo de nubes gigantes,
blancas de luz, grises y azules.
Amanece un nuevo día y el cielo está cubierto como una cortina que la separa
del otro lado.
Pero ella sabe que ya se está deshaciendo, aunque aún no lo perciba.
Que con el paso del día las cortinas se abrirán, dando paso a la luz del sol.
Y así es.

Mira la ropa tendida.
La del equipaje deshecho y la del nuevo escenario que la acoge
(ropa de andar por casa, sábanas y toallas),
limpiándolo todo, 
purificándolo todo
como una ofrenda
para el nuevo yo.
Siempre es nuevo.

Se instala en un rincón entre sol y sombra para el desayuno.
El calor confortable, el silencio.
Poco a poco va reconociendo la cara de Dios, aquí
y ahora
(en la ropa tendida,
en el calor que abraza su cuerpo,
en la ofrenda del desayuno).
Otras caras de Dios.
Y la tristeza se disuelve.
Como se disolvió la cortina de nubes.

Nada que echar de menos.
Ninguna nostalgia.
No dejó a su amado perdido en los bosques,
en el olor a pino y romero.
Está aquí.
Tan presente como allá.
La misma plenitud.
La misma alegría del encuentro,
de regreso a casa.

Lo mismo.




miércoles, 21 de octubre de 2020

Respirar.




Mediodía en el porche.

Fin de semana y se despierta en una caseta de madera confortable en la montaña,
a solas.

Sale el coche del lama y cierra la verja.

A solas en el recinto de la montaña.
Nada que hacer, todo en orden,
ya ha llegado.
Ya está aquí, respirando energía sanadora para este organismo que ayer tropezó,
perdió el equilibrio, se hizo ácido.

Respira
y es su medicina reconstituyente.
Vuelve a su centro y todo lo demás vuelve a su lugar.
Y recupera la armonía.

Respira montaña y es montaña.
No es una frase hecha:
los aromas y partículas del bosque entran en este cuerpo
y pasan a ser parte de las células
y las células se hacen bosque.
Las imágenes del cielo y las montañas entran en su conciencia y son parte de ella.
Es nubes y claros en el cielo,
árboles y piedra en las montañas,
y mariposas al vuelo.
Y lo mismo con los sonidos del entorno,
el cantar pausado de los pájaros,
el vuelo de una mosca,
el canto del gallo,
la voz del aire suave en las hojas de los árboles, en las banderas de colores
y en las hierbas del camino verde.

Ningún lugar a donde ir.
Nada que hacer.
La respiración tiene lugar sin la voluntad de nadie,
como un acto de amor.
Inspira el cosmos,
se espira en el cosmos.

Abre las puertas a esa dualidad,
cuando toma cuerpo para interaccionar en el amor
que, cerrando el círculo,
la lleva a desaparecer.

In love we disappear.




lunes, 19 de octubre de 2020

Aquí, ahora.

 


Hizo inmersión en el fin de semana sin ningún otro objetivo que el descanso, la recuperación,
como si fuera un tiempo de convalecencia.
Sentada en el porche de la cabaña de madera, solo ella
y el abejorro,
girando insistentemente en torno al refugio
y a ella misma.
Esta vez no la acompaña la ansiedad pletórica de la recién llegada,
el arrebato del encuentro,
la llamada al asombro,
el impulso de aprovechar cada instante de esta cita con fecha límite.
Se entregó al delirio y lo dejó pasar.
Y quedó el instante eterno.

Ya no camina caminos para descubrirlos, 
simplemente los pasea.
El ritmo de los pasos es otro.
Los pasos son otros.
El cuerpo que camina tampoco tiene prisa.
Nada que hacer,
nada que conseguir.
Ningún lugar a donde ir.




sábado, 17 de octubre de 2020

Que el mundo se pare un momento.

 


La amiga le preguntó:
Y para qué estos retiros? ¿Para correr más?
¿Para llegar antes?
Ella dijo:
No estoy segura de que sea por eso.
Yo lo veo más como parar.
Soltar actividades, preocupaciones,
problemas y resoluciones,
dejarlas a un lado.
Como dice la canción:
"Que el mundo se pare un momento.
Ahora es el tiempo de amar".

¿Pero no puedes parar en cualquier sitio, amar en cualquier sitio?
Así es.
Ésta es otra manera, simplemente.

Es como cuando te vas con tu pareja de vacaciones.
Dejas la familia.
Puede que incluso a tus hijas e hijos.
Dejas el trabajo, los negocios y los ocios.
Dejas la casa tan llena de actividades,
gestiones por resolver.
Y te vas con tu pareja a un viaje privado,
a una luna de miel, a solas.

Pues imagina que tu pareja es Dios,
esa soledad tan llena, esa presencia.
Te has entregado a esa Presencia.
A esa Conciencia.
A esa Energía.
Que está en todas partes, sí.
Pero imagina que dejas por un momento "todas partes"
y te vas a una cita privada con tu amada.
Eso es todo.
Unas vacaciones privadas.


No te vas a correr más
ni a llegar a ningún sitio.
Sólo a estar con Dios.
Contigo misma.
A ser quien eres.
A cargarte las pilas de Dios.
A vivir esa intensa luna de miel que toda pareja necesita.
Contigo misma.
Cuando la pareja se disuelve.
Y cualquier otra dualidad.



jueves, 15 de octubre de 2020

Metta y el perdón.

 


Lee: "Relajarnos en el perdón".

Cuando escuchas hablar sobre el perdón,
en lo primero que piensas es en tus asignaturas pendientes,
los resentimientos que arrastras,
la persona, o personas, a las que aún no has podido perdonar.
Qué sorpresa cuando te das cuenta de que el tema va sobre perdonarte a ti misma.
Piensas: Sí, eso también.
Y automáticamente aflora la ristra de culpas,
vergüenzas, humillaciones y agresiones
que has perpetrado,
muchas veces por simple impulso, involuntario y sin premeditación.
Aun así, las arrastras como espinas entre las fibras de tus músculos.
Al menor movimiento equivocado puede doler.

"Eso también", dices, como si fueran dos cosas diferentes.

Mira profundamente y ve que por detrás de cualquier resentimiento, 
de cada afrenta externa no perdonada
(las últimas, las que parecen tan difícil perdonar),
lo que hay es una autoculpa tan intensa, tan insoportable,
que resulta más llevadera colocarla fuera.

Al final, siempre que se habla de "perdonar"
se trata de perdonarse a una misma.



El día va a dar a su fin.
Hoy la puesta de sol no la pillará caminando por los bosques
y la espera bajo la pérgola,
en este sofá como un trono sobre la cima de la montaña,
contemplando los valles y montañas a sus pies,
y el espectáculo vivo de luces y colores, que lo envuelve todo.
Mientras habita el reinado de Metta.
Que me impregne,
que me inunde,
que se mantenga más allá de cualquier "romance"
y de cualquier "luna de miel".
Que me permita perdonarme.



martes, 13 de octubre de 2020

La reencarnación.

 


Otro bello día amanece.
De silencio, tan lleno.
De soledad, tan habitada.
De libertad.
Manchas de nubes de algodón coronan las montañas.
Cada día el paisaje es diferente,
un nuevo mundo que contemplar.
Y habitar.
Un nuevo yo.

Con el paso de los días, ha aprendido a comprender un poco más
y fluir mejor
en este entorno.
Las botas de montaña por la mañana,
cuando la hierba está impregnada de noche líquida.
La chaqueta para el desayuno bajo la pérgola,
con vistas al paisaje infinito.
Más tarde, la desnudez bajo la camisa fresca, 
caminando los caminos de un bosque siempre nuevo, a veces el vértigo.

Hoy suena la voz de un transistor lejano.
Y un perro ladra
y corre como si se dirigiera a algún lugar.
Sonido de cascabeles.

Cada día es un día nuevo en un mundo nuevo.
No es que sea impermanente,
o cambiante.
Es que es otro.




domingo, 11 de octubre de 2020

Sobre el yo y el no-yo





Nuestro problema surge de que el poder del pensamiento nos permite construir símbolos de cosas, separados de las cosas mismas.
Así, podemos hacer un símbolo, una idea de nosotros mismos aparte de nosotros mismos.
Como la idea es mucho más comprensible que la realidad, y el símbolo más estable que el hecho en sí,
aprendemos a identificarnos con nuestra idea de nosotros mismos (la idea del yo).
De aquí nace el sentimiento subjetivo de un yo que "tiene" una mente,
generándose un conflicto entre la idea de nosotros mismos (el yo biográfico, el relato que nos contamos)
y la experiencia inmediata de nosotros mismos (yo experiencial).

(Vacuidad y no-dualidad. Meditaciones para deconstruir el yo.
Javier García Campayo)


Al principio, realizamos la vacuidad con una mente conceptual, basándonos en razones correctas que hemos comprendido previamente con firmeza.
Cuando realizamos la vacuidad de este modo, tenemos la sensación de que nuestra mente está separada de ella. Parece que nuestra mente está en un lugar y su objeto, la vacuidad, en otro, sin llegar a unirse.
Para alcanzar una realización directa de la vacuidad, hemos de suprimir de manera gradual la distancia entre ésta y nuestra mente, eliminando la apariencia dual.
Éste es el camino de la visión.

(Corazón de sabiduría.
Gueshe Kelsang Gyatso)






sábado, 10 de octubre de 2020

Metta y vacuidad.




Al principio, la excitación era tal que el cuerpo inquieto se movía casi sin parar,
explorando terrenos, descubriendo el entorno,
entregada al asombro de cada centímetro de este cuerpo de Dios,
sus aromas, sus texturas, sus colores
(en el camino, las hojas de los árboles empezaban a ser amarillas y naranjas, violetas y marrones),
el tacto de su abrazo fresco o cálido,
sus paisajes nuevos, sus rincones,
el espectáculo de la transformación en movimiento.

Entonces llegó la lluvia, tormentosa,
y la hizo parar
y emergió otra forma de recogimiento.

Antes de salir de casa había elegido dos libros al azar
(tampoco ésta había sido una decisión):
uno sobre la práctica de metta
y el otro sobre la deconstrucción del yo.

Al atravesar la verja de entrada al retiro, el lama había salido a recibirla
y le había preguntado cuál sería su práctica.
"La autoindagación", había respondido ella, por dar una respuesta.
No le parecía que hubiera otra cosa que hacer, desde hacía algún tiempo.

Pero no era eso lo que se había encontrado en este retiro.
Lo que había emergido era una fuente de amor
(como si ya la trajera dentro, a punto de aflorar),
un encuentro.
Como si ya estuviera ahí cuando bromeaba diciendo que se iba a vivir su romance, su "luna de miel"
-sin saber de dónde surgían esas palabras en su boca.

Y eso es lo que había sucedido.
Una luna de miel.
El único romance que deseaba en su vida.
"Donde tú buscas una pareja yo busco a Dios", le había dicho una vez a su amigo.
A sabiendas que donde él creía buscar una pareja
también buscaba el encuentro con Dios.
La nostalgia de los orígenes.
El regreso a los orígenes.


En un retiro (como en toda cita amorosa), hay tiempo para el amor
y también para la contemplación.
Especialmente si la lluvia te mantiene en quietud física y recogimiento.
Tiempo para la vivencia y para la comprensión.
Y así fue como cogió ese libro, "Vacuidad y no-dualidad. Meditaciones para deconstruir el yo".
A veces le parecía que la lectura era otra distracción
(como conectar la tele que no tenía, un sustituto honorable).
La reflexión conceptual la alejaba de la vivencia profunda,
en este caso de la experiencia de amor.
Y reconoció que su metta no era estable.
No había fusión.
Ciertamente, aún vivía separada
(tal como había predicho el Nondual Embodiment Thematic Inventory, NETI,
con una puntuación de 74 entre 20 y 100).
Su metta no era estable porque aún vivía separada.
Y esa apreciación la retuvo en la autoindagación que hasta hace un momento vivía como una distracción de la experiencia (de metta).




Seguía lloviendo.
Volvió al libro y lo abrió al azar.
"Algunos de los elementos que pueden convertir en insoportable la experiencia de la vacuidad (al principio) son:
1. El miedo.
2. La ausencia de sentido.
3. El duelo por la visión de nosotros mismos (el viejo yo)."

Subrayó el segundo: "La ausencia de sentido".
"La duda", anotó al margen.
Se fue directamente a ese capítulo: la ausencia de sentido.
"Todo lo que hacemos en la vida, todo lo que deseamos, todo lo que perseguimos,
lo hacemos por el yo.
Aunque sea una ilusión, es el motor de nuestra vida.
Todo esto (el yo, las metas que nos planteamos)
nos otorga dirección y sentido.
Pero cuando empezamos a percibir que el yo no existe, todo eso se pone en cuestión.
Y es probable que todos esos proyectos y objetivos que daban sentido a nuestra vida se derrumben como un castillo de naipes.
Lo más frecuente es que entonces surja un nuevo sentido de nuestra vida".

"Y si no?", escribió al margen.
Evocó el mara de la duda tantas veces en su vida,
esa voz en medio de la quietud, de la contemplación,
del no-hacer/no-ser.
La voz del mara de la duda, aunque ella se mantuviera imperturbable,
aparecía y desaparecía,
para volver a aparecer
y desaparecer,
como tantas otras voces
y tantos otros maras.
A ninguno de ellos les daba credibilidad,
pero ahí estaban.

Vio la frase subrayada en su libro: "Un nuevo sentido",
y su anotación: "Y si no?"

Entonces comprendió la respuesta que cerraba el círculo.
Dibujó una flecha de la frase subrayada ("un nuevo sentido") al margen superior
y escribió: "Metta".

El nuevo sentido era el lugar de donde había partido:
la plenitud de la experiencia de amor.

Tanta autoindagación para llegar al impulso primero,
a la experiencia original
de la disolución en el amor.

"In love we disappear", dice Leonard Cohen.

Como si se cerrara el círculo.
Un metta no estable te conduce a la autoindagación
que te conduce al metta estable.



Las dos alas del mismo pájaro:
amor y vacuidad.
El amor y la disolución del yo.
No se mantiene una sin la otra porque las dos van juntas.

No era la primera vez que lo descubría
(compasión y vacuidad, las dos alas de la iluminación).
Pero ahora, una vez más, era como la primera vez.
Como una realización nueva.

Sabía cómo era el "encuentro", la disolución por amor
(in love we disappear),
y sabía de la pérdida, la separación (y la duda),
y sabía que tenía lugar por la ilusión del yo.

Sabía que sólo la disolución del yo mantendría metta.
Y sólo metta estabilizaría la disolución del yo.



jueves, 8 de octubre de 2020

Como una lluvia de bendiciones.

 


Las nubes toman formas aisladas, entre los árboles del bosque.
Cuerpos blancos de humo en transformación.
En disolución.
Cada vez más cerca.
Se acercan, se disuelven.
Cielo cubierto y nubes caminando la tierra en los bosques de la Garrotxa.

Llegó con una bomba de amor a punto de estallar en el pecho.
Sin darse cuenta, hacía semanas que la había estado alimentando.
Tanta inspiración, tanto amor de vuelta.
Tanta entrega, que llenaba su vida de ofrendas y regalos.
Llegó cargada con una mochila de metta, sin saberlo.
Y por si fuera poco, había visitado a esa monja eremita del Montsant:
"Quien no tiene miedo disfruta de la noche".
Más de cuatro décadas habitando la abundancia de la soledad.

Así que ya llegó cargada de inspiración, sin saberlo.
Como si acudiera a una cita privada y muy íntima con el amado.
Y se dio el encuentro y tuvo lugar la explosión.
Y luego la calma serena.
Parecía que el Cosmos se aliara y estalló la lluvia.
Pero en realidad no hubo ninguna "alianza" (de dos)
y era el mismo cuerpo del amado estallando también, como ella misma,
el mismo cuerpo de Dios.

Estalló la lluvia, abundante, 
y le ofreció el refugio de madera,
cálido, a cubierto.
Y también la pérgola en la montaña, un mirador privilegiado,
desde donde oler la lluvia
y sentir la caricia del aire fresco en la piel,
desde donde contemplar el milagro de este cuerpo sagrado,
la entrega de los árboles, los prados y montañas
al mismo abrazo de Dios.
Y el porche de madera en el corazón del bosque,
el tejado prolongándose en un techo suficiente
sobre su cabeza.
En las mismas entrañas del bosque.

Y así fue como, en medio de este encuentro amoroso,
la excitación mística fue disolviéndose
hasta tocar la serenidad.
La familiaridad tranquila
en la convivencia
con el amado.




lunes, 5 de octubre de 2020

Entre Dios y la mente.




El sonido del agua al correr por el tejado,
el repiqueteo de las gotas en las hojas de los árboles
y en la hierba de la tierra fértil.
El cielo cubierto sobre este bosque; 
claro e iluminado al fondo, entre las montañas.
Algún pájaro se atreve a volar
y canta.
La tarde del tercer día,
al otro lado empieza la semana laboral.
Siete días por delante.
¿Y el amor?
¿No era ésta mi luna de miel?

Apareció como una nube, el recuerdo del programa establecido,
y regresó a él como a un ancla.
La deconstrucción del yo.
Y se ha perdido en los razonamientos conceptuales de la no-dualidad.

Las manos vacías.
Nostalgia de los orígenes.
Retornar al cuerpo de Dios, tan presente.
A su cuerpo en la lluvia,
en las hojas mojadas, en los troncos húmedos,
en la voz del agua al abrazar los cuerpos,
en el suspiro del abrazo.
Dios en el aire fresco en sus piernas desnudas,
en el calor de su pecho a cubierto.
En el aire de pino que entra por sus fosas nasales
e impregna las células de este cuerpo.
Dios en el cuerpo gigante y estable de las montañas,
en su quietud serena.
En la nube que surge del fondo del valle como una humareda blanca
para avanzar y hacerse grande sobre bosques y montañas.
El cielo ha decidido bajar a la tierra.
Otro encuentro de amor.

En la madera mojada y crujiente de la cabaña que esta noche me dará refugio.
Dios y yo, a solas, sin distracciones.
El encuentro, el romance.




viernes, 2 de octubre de 2020

Metta y la autoindagación.

 



¿Soy más la higuera que el pino?
El olor de la higuera se hace yo y yo me convierto en el olor de la higuera.
¿Soy más una mariposa que una mosca?
¿Soy más el aire que abanica las copas de los árboles que los rayos hirientes del sol?
¿Soy más las nubes blancas que el cielo claro?

Y aquí está todo.
El zumbido del vuelo rápido de la mosca
y el del abejorro,
y el vuelo delicado de la mariposa, que no me necesita.
El aire en la piel
y el sol alimentando el bosque, la tierra, la hierba,
después de la lluvia.
El mismo sabor.

"Que Metta llegue a todos los seres", dice el sutra.
"Recordemos que el universo entero es nuestra mente.
Cuando metta colma nuestra mente,
los conceptos se desvanecen y solo queda la experiencia de metta".



El lama en su corazón le preguntó cómo llevaba la práctica de la autoindagación.
Por un milisegundo su expresión fue de desconcierto
(¿la práctica de qué?).
Luego ató cabos.
Tú propones y la Vida dispone, pensó.
El lama físico le había preguntado al llegar cuál iba a ser su práctica estos días de retiro
y ella había respondido que la búsqueda del yo.
Pero no era así como era.

Aún seguía en Metta.
Todo era el cuerpo de Dios.
Ningún yo para indagar sobre ningún yo, ni sobre nada.
Todo era Metta.
Nada sobre lo que autoindagar.




jueves, 1 de octubre de 2020

Contemplación.



La lluvia sobre un extenso paisaje de bosques y prados de hierbas y flores amarillas, blancas y violetas.
A resguardo bajo la pérgola de madera, confortablemente semitendida en el sofá de montaña.
Ausencia de caminos que marquen el camino.
El buda blanco que preside el espacio (el sofá, la pérgola, en este mirador de montaña)
no se inmuta cuando rompe a llover o brilla el sol,
ni parece que ceda al asombro
de la voz del viento en las hojas de los árboles.
Ella sí, siente que algo en el pecho se abre.
Y presta atención a la voz del viento, y a la voz de la lluvia,
y al canto de algún pájaro.
Casi puede ver crecer y florecer aún más las plantas de esta tierra fértil.
Ve el otoño abriéndose camino.
Y no como una sombra oscura sino como un hacedor de vida,
de otra forma de vida.


El buda blanco parece impasible al paso de las estaciones, de paso.
Los árboles también, como entregados a este encuentro de amor.
El aire se hace fresco y húmedo, la tierra regala aromas.
La sinfonía del otoño en sus oídos, como un susurro a veces,
a veces con intensidad.


En la entrega, puedes deleitarte con la ofrendas de Dios.

Quien no tiene miedo disfruta de la noche, dijo la monja eremita.