miércoles, 31 de enero de 2024

El encuentro.

 


La casa de citas puede ir variando a lo largo del trayecto.
Para algunas personas puede ser la iglesia.
Para otras, los monasterios, o alguno en particular.
En un momento dado, puede ser tu casa, 
desde que introduces la llave en la cerradura y ya sientes la presencia de Tara,
Vajrayoguini y Prajnaparamita
flotando en el aire de tu santuario personal, el templo.
A veces es cualquier manifestación de la naturaleza,
el aire fresco cargado de vida, el abanico de tonalidades verdes,
la voz del viento en las hojas de los árboles
o en el paso del río.
O el canto de los pájaros al amanecer,
cuando aún descansas bajo el edredón, en duermevela.
El sonido del tren al pasar, la acuarela de tonos naranjas y violetas en el cielo.
La luna, la luna siempre, el baño de luz de luna.
La bola de fuego emergiendo del mar, o acostándose, plateada,
en el horizonte de montañas. O disolviéndose en el cielo claro.
La luna siempre, de día y de noche.
El mar siempre, de día o de noche.
La voz del mar en la orilla, la brisa del mar en la piel,
la caricia suave del sol, o del aire.
El velo gris sobre el paisaje, como una cortina onírica.
Cada lugar, cada situación puede ser tu casa de citas habitual,
o bien solo por un instante.
Pero al final, en lo más profundo,
la casa de citas es sobre todo un estado, una experiencia interna,
de apertura, encuentro y disolución.
Porque, como cantaba Leonard Cohen,
"in love we desappear".




viernes, 19 de enero de 2024

El guru yoga son las raíces.



Había vuelto a la ciudad donde nació.
Donde transcurrió su infancia.
Y su adolescencia.
Y sus sueños de futuro.
Sus sueños.
Allí estaba, con las amigas de la tribu original.
Una comida en una terraza de Cabo de Gata.
Y entonces apareció aquel dolor como una espada cortante en el abdomen.
El vómito, el desmayo.
Vamos a urgencias. 
Vamos.
Entonces, en el camino, sin abandonar el paseo de mar,
ella vio aquel despliegue de luces y colores en el cielo. Envolvente
Sin fuerzas, se estiró en un banco del paseo, con vistas al cielo.
Qué haces?, dijeron las amigas, urgentes en la urgencia, camino del coche.
Qué haces ahí tumbada? No te estás muriendo?
Y dónde mejor que aquí?, pensó ella, sin energía para el resuello.
Dónde mejor que aquí?, el cielo en un despliegue mágico de colores, las gaviotas al vuelo.
Aquí estoy bien, si me tengo que marchar.


En la práctica del guru yoga aprendió que para ese último viaje lo mejor es soltar el cuerpo, ese yo, y designar "yo" en el guru, tu yídam personal, el yo-Buda.
Allí se dio cuenta de que su mejor guru yoga eran las raíces.
El origen.
Ese mar, esa música que acunó su infancia y adolescencia,
esas luces y colores, esa puesta de sol interminable y envolvente,
ese acento en el habla.
Ese humor gris que tanto la hacía reír, ese ingenio tan poco blandengue. Esa forma de amor.
Su guru yoga eran las raíces.
Pensó que podría irse de este mundo feliz
si escuchaba a Lole y Manuel, o Triana.
O "Pasa la vida" en la versión original de Romero Sanjuán.
O bien aquello que la despedía en los conciertos nocturnos de la Alcazaba,
la noche de la despedida antes de coger el avión de vuelta a la universidad.
Esa guitarra: "Algo se muere en el alma cuando una amiga se va".
Y a ella se le saltaban las lágrimas.

Será tan bonito, irse de este mundo con una sonrisa en los labios y lágrimas de amor en los ojos.
Algo se muere en el alma
cuando una amiga se va.





jueves, 4 de enero de 2024

Sobre la fe y la mente científica.

 


Querida amiga:

He empezado a responderte en los comentarios de una entrada anterior pero se me ha hecho demasiado largo y he preferido darme el espacio necesario en un nuevo post.
Y aquí va mi respuesta.

Es curioso. Yo creo que habría que redefinir conceptos como la "fe" o la "mente científica".

Personalmente, yo solía considerarme más emocional y muy poco científica, dado que me interesaban las letras y las humanidades (la literatura, las emociones producidas por la música, la sociología, la mente y el comportamiento humano, etc.)

Actualmente me asombra cuando me sueltan datos supuestamente científicos con una enorme credulidad. Entonces suelo responder que no tengo una mente de fe, no soy muy crédula sino más bien escéptica.
Me asombra la enorme credulidad de algunas personas que a veces rozan la hostilidad contra ciertas tendencias o experiencias espirituales sin ser conscientes de su propia religión, que denominan "laica" o "científica", su profunda fe que les hace tan manipulables.

Una de las cosas que me gustan del budismo es cuando dicen:
"No creas lo que te digo sólo porque te lo digo.
Pásalo por el laboratorio de tu experiencia".

Yo creo que una mente realmente científica debe ser muy escéptica, dado que la mayoría de las cosas son verdad sólo provisionalmente, especialmente en el campo científico.

Resumiendo, podría decir que no tengo una mente de fe, por eso no me creo fácilmente ciertas cosas que la ciencia defiende hoy y mañana descartará.
Ni me creo fácilmente las interpretaciones de los hechos que las noticias divulgan, o los fenómenos sociales que promueven.
Por eso es tan importante para mí lo que llaman la "soberanía" (sanitaria, alimentaria, de responsabilidad individual),
la autonomía de pensamiento, decisiones y vida personal.

Pero por el laboratorio de mi experiencia sí pasa "la luna de miel con Dios",
el deleite y celebración de la experiencia de disolución (del yo separado)
y la fusión amorosa con la Energía Madre.
Sentir la presencia de Dios (la experiencia de Amor)
o su ausencia.
Y la profunda certeza de que en cualquier caso
(sienta su presencia o su ausencia),
manifestada o no esa experiencia de Amor, siempre está ahí.
Como la luna siempre está ahí, completa,
aunque yo la vea solo en parte, decreciente o creciente,
o no la vea.
Ella siempre está ahí, la vea o no.
Y "Dios" (por ponerle un nombre)
siempre está presente de igual modo.
Lo sienta o no.
La Vida siempre está presente,
a veces
jugando al juego del escondite.




martes, 2 de enero de 2024

Los baños de bosque.

 


Abre los ojos antes de que las gaviotas comiencen a surcar el aire,
aún en la noche, antes de que se despliegue la luz.
Escucha el gorjeo de una paloma madrugadora.
Otras empiezan a responderle, todavía tímidamente.
Seguidamente, la gaviota que planea al otro lado del marco de su balcón
aporta su canto, aislado.
Pronto es un concierto polifónico.
Las pertinaces tórtolas intervienen desde los diferentes puntos cardinales.
El cielo empieza a vestirse con un traje de acuarela, de pinceladas rojas, naranjas, rosas y violetas,
anticipando la salida del sol, como un disco de fuego que emerge de las entrañas del mar.
Sus reflejos bañan la ciudad y las montañas que la rodean
de una luz intensamente dorada, primero,
luego se hace plata y finalmente es una luz incolora envolvente,
que lo inunda todo, sin sombras.

- A eso lo llaman el método Gökotta -dice su amigo.
- Qué?
- El método Gökotta, el sistema sueco para la felicidad:
despertarse temprano para escuchar el canto de los pájaros.
Creo que ahora se está poniendo de moda también por aquí
y hay terapeutas que organizan salidas a la montaña antes del amanecer, 
para escuchar el canto de los pájaros.



El otro día un conocido le hablaba de sus baños de bosque.
Serán los baños de bosque del bosque, pensó ella.
El conocido contaba cómo, en un encuentro de grupo,
alguien hablaba de los beneficios (físicos y mentales, emocionales y espirituales)
de los paseos en la naturaleza, la inmersión.
El conocido consideró que le estaba haciendo publicidad gratuita, a él.
En su imaginación, él era los baños de bosque,
la empresa que había creado en las redes sociales.
Los baños de bosque los regala el bosque gratuitamente -comentó ella.
Sí, pero la gente no sabe -respondió él-,
se meten en el bosque y ni siquiera lo respetan.
Hay quien se cree que un baño de bosque consiste en desnudarse
o abrazar a un árbol, y eso no es -siguió explicando el experto.


En cierta ocasión ella se encontraba sentada en contemplación 
en la orilla de la playa urbana que frecuenta casi a diario, en cualquier estación del año,
desde hace algo más de 40 años, en su barrio.
Se sienta en la orilla, junto al mar, en contemplación y silencio,
y pasado un rato se desnuda y camina sin prisa hacia ese cuerpo de mar,
sumergiéndose en sus entrañas.
Se disuelve como agua vertida en agua
y siente cómo todas las telarañas mentales y conceptuales se diluyen en el océano
y emerge del mar limpia y renovada, nueva.
Ese día, a principios del verano, se acercó un joven, irrumpiendo en su ritual
solitario de contemplación.
Se presentó como el guardián de la playa, de esa zona de la playa;
él la protege porque no todo el mundo viene con buenas intenciones -explicó.
Se había autoproclamado el guardián de la playa, 
pero no reclamaba peaje por sus servicios -aclaró.
Ella le escuchó atentamente; era la primera vez que le veía
pero se convertiría en una figura familiar, durante un tiempo.
Finalmente desapareció con el fin del verano.

Ella siempre ha vivido cerca del mar, allá donde haya habitado.
Conoce bien sus efectos "terapéuticos".
Imagina que un día se dirige a su encuentro de intimidad con el agua
y alguien la aborda en la orilla y le vende sus "baños de mar".
La gente no sabe cómo hacerlo, le dice,
los baños de mar no consisten en desnudarse en el agua o abrazar las olas.
Yo te vendo mis auténticos baños de mar, si me los pagas.


A su parecer, escuchar el canto de los pájaros
es una experiencia que surge entre el canto de los pájaros y ella.
Los baños de bosque es algo entre el bosque y yo.
La espiritualidad es mi experiencia de Dios,
es algo entre Dios y yo.
El camino de Santiago (o cualquier otro camino) es un peregrinaje personal,
un viaje de autoconocimiento,
es algo entre el camino y yo.
El baño de bosque, o de mar, o el canto de los pájaros
es una indagación personal e intransferible.
No necesita de injerencias externas.