domingo, 30 de mayo de 2021

¿Y si la felicidad fuera esto?

 


El viento.
Da igual las puertas y ventanas, busca fisuras
y aquí está.
Como ponerle puertas al monte.
Qué podría acallar su voz?
Las plantas en el terrado danzan a su ritmo
y se hacen fuertes.
Las gaviotas vuelan sin miedo
y los vencejos.
Las puertas tiemblan.
Los sonidos del silencio, siempre tan habitado.
La vida, tan habitada.
La entrega.
Como agua vertida en agua.
Como el río que va a dar a la mar.
La disolución personal.
Cómo quedarse en esta pequeña vida
si la Vida puede ser tan grande?



¿Y si la felicidad fuera esto?
Un vislumbre en medio de la ducha.
El agua envolviendo el cuerpo en un abrazo cálido
y luego frío, como una corriente de despertar.
El baño de sol aún en la piel,
los pies descalzos sobre la arena, en las entrañas de la tierra.
La inmersión en el agua fría del océano,
otro abrazo perfecto,
alcanzando cada poro de la piel.
La contemplación en la orilla.
El cuerpo de mar y sol y tierra convertido en prana,
habitando el vehículo de aire que inspira
este otro cuerpo de aire.
El cuerpo de sol y mar y tierra formando parte ahora
de su cuerpo de aire y agua, tierra y fuego. Y prana.
La respiración al atardecer
(no se cansa de hacer el amor con el aire que respira),
las luces y colores del crepúsculo navegando por sus venas.
El vuelo de las gaviotas, el ladrido de un perro.
El viento haciendo temblar el toldo del balcón
y las plantas del terrado.
La voz del viento serena,
transportando la energía vital que tanto precisa.
¿Y si la felicidad fuera esto?
Esta quietud.
La meditación en el tercer ojo,
como una linterna que ilumina lo que permanece oculto para ella,
la visión adormecida que empieza a desperezarse.

¿Y si la felicidad fuera esto?
Esta muerte.
Este renacimiento.
Esta entrega.




jueves, 27 de mayo de 2021

Sobre Dios y los tres cuerpos de Buda.



En el tiempo de compartir en el grupo de estudio.

Creo que he tenido una especie de vislumbre de comprensión
cuando venía hacia aquí en la moto -comentó F.
De repente me ha venido a la mente la expresión "estar casada con Dios",
como si la escuchara por primera vez.
Y me ha parecido entenderla.
O aproximarme. Por primera vez.

Cuando te sientes "casada con Dios" ya no buscas otra pareja -sonrió.
Ni un trabajo, ni un objetivo que le dé sentido a tu vida.
Si estás "casada con Dios"
ya hay una presencia que llega a todos los rincones de tu vida.
No necesitas buscar fuera para cubrir vacíos.
Vives en la plenitud.
Pueden aparecer otras cosas pero las vives desde la plenitud,
no las persigues para llenar tus huecos.




En un sentido, hablar de "Dios" de esta manera aún es vivir en la dualidad, en cierta forma.
Esa "Presencia" de la que te enamoras,
aunque sea una presencia sin forma.
Como un "otro".
Que viene y va, está y desaparece.
Como el amado del que habla la experiencia mística, sufí o tántrica incluso.
El Dios hecho persona o el cuerpo de Buda manifestado (Nirmanakaya)
O no manifestado, la presencia
del cuerpo sin forma, de luz y gozo (Sambhogakaya).
Si aún es un "otro" es porque aún estamos viviendo en la dualidad.
Hasta experimentar el estado de amor inclusivo, el cuerpo universal,
la totalidad del despertar (Dharmakaya).

Al final, no hay tanta diferencia entre la llamada Santísima Trinidad
y los tres cuerpos de Buda.
Es cuestión de palabras.
(Traducidas al lenguaje patriarcal de las religiones monoteístas).

Dios padre es el Dharmakaya universal,
el hijo es el cuerpo manifestado (Nirmanakaya)
y el espíritu es la experiencia interna, sagrada,
el cuerpo de luz y gozo (Sambhogakaya).




Para uno de mis retiros acudí a un convento de monjas de clausura cristianas, 
y les solicité una de sus celdas para una estancia de silencio.
Les dije que, aunque bautizada, hacía tiempo que no practicaba el catolicismo
y que sólo buscaba un lugar para pasar unos días de silencio, meditación y contemplación.
Accedieron a acogerme "porque, al final, se trata de lo mismo".

Lo primero que me sorprendió fue la belleza de aquellas monjas, muy jóvenes.
La hermana Estrella, que me recibió, derrochaba una energía muy especial
en la sonrisa, en la luz de la mirada, en la exuberancia que proyectaba,
generalmente propias de las personas enamoradas.
Me dijo que llevaba 12 años de clausura en aquel convento
como una casa de campo, donde trabajaban el huerto, la cerámica y otras formas de subsistencia.
¿12 años enamorada?, le pregunté, en tono de broma.
Cada día más, me dijo.
Se había hecho monja de clausura porque es muy parlanchina y quería tener mucho tiempo disponible para hablar con Dios,
evitando en lo posible las distracciones en su vida.
Y así lo hacía en sus horarios asignados para la oración, el canto, la meditación,
la cocina, el trabajo en el huerto
o los paseos por el claustro, ese precioso patio interior al aire libre.
Y hasta en el sueño nocturno.

Un día nos cruzamos cuando yo me dirigía a uno de mis paseos por el claustro.
Voy a hablar con Dios, le susurré, como una broma, con una sonrisa cómplice.
"Dile que le amo", respondió, con otro de esos estallidos de alegría en su rostro,
como si la "cita" fuera tan real como cualquier otra cita mundana.

Tal como F. había descrito la vivencia de estar "casada con Dios".

Enamorada de Dios (el Dharmakaya)
a través de Jesús (el Nirmanakaya, el cuerpo de manifestación),
encontrándose con él en la estela que había proyectado,
la experiencia del cuerpo de luz y gozo,
la plenitud (el Sambhogakaya).



Cuando el encuentro
(y especialmente hasta el encuentro)
aún vives en la dualidad: tú y el "otro", sagrado.
Pero en el encuentro ya no hay nada separado.
Como agua vertida en agua.

"In love we disappear", dice Leonard Cohen.

Y Mariana Caplan:
"Puedes entrar en la espiritualidad por el motivo equivocado, pero da igual,
porque el camino es inteligente
y siempre se te acaba desvelando".




domingo, 23 de mayo de 2021

Qué dulce, la espera!

 


Mientras toca la espera, ella se dedica a cuidar el santuario.
El templo externo, el escenario,
lo limpia y ordena
y deja fragancias por los rincones.
Como una invitación, una llamada.
Y el otro templo externo, este cuerpo cercano.
Cuida su salud y su energía.
Hace lo que puede para no interferir.
Le hace ofrendas: el sueño y el descanso
y la oportunidad para la reparación
del desgaste inevitable. Y a menudo evitable.
Le ofrece agua y alimentos.
Y pasa largas horas de encuentro en la respiración
y en la contemplación
de los atardeceres, las luces y colores,
el amanecer, el canto de los pájaros,
los baños de mar y de montaña.

Pacientemente, la espera, tan llena, tan dulce.
El mismo encuentro.

Cuando parece que es un tiempo de espera y preparación.
Entonces también, el mismo encuentro.
La misma luna de miel.




Una llamada para avisar de que llegaba tarde.
Hoy se ha alargado el entreno, cojo la bici ahora, ya estoy en camino.
El amigo le respondió:
"No te estreses por mí. No tengas prisa.
Esperarte es lo más bonito que me puede pasar".

A veces la espera no es futuro,
no es perder el tiempo presente con vistas al futuro.
A veces, la espera puede ser un presente intenso, profundo.

La luna creciente ya posee una intensidad de luz en sí misma.



viernes, 21 de mayo de 2021

Presencia o Ausencia, dos caras de Dios.

 



Le llegó un mensaje de una amiga, con una canción.
Ésta es de las nuestras, decía.

"Ya no lloro cuando me caigo en los charcos.
Disfruto al sentir la brisa.
Y os juro que nunca finjo una sonrisa.
Pero me falta algo
que no sé qué es".

Ella pensó:
Cuando me falta algo, yo sí sé que es.

Pueda que suene arrogante, pero hace tiempo que le resulta fácil adivinar cuando le falta algo
porque siempre es la misma cosa.

Cuando siente que le falta algo es a Dios a quien ha perdido.
Esa Presencia.
Como si se hubiera roto el cordón umbilical, se ha quedado sin la Madre.
Esa orfandad.
Y entonces el Amor es un fuego que se apagó,
una fuente que se secó.

Cuando siente la Presencia
no puede faltar nada en la plenitud.
Las tormentas se aplacan,
los vientos se calman
y el mar se hace un espejo cristalino
que lo refleja todo.
Y no hay nada que falte.




Ahora, cuando la ausencia,
cuando Dios se ha perdido de vista,
ya no se convierte en una yoguini en peregrinación
en busca de su yídam,
la búsqueda en el mundo, en cada manifestación.

En lugar de eso, presta atención a su propia mirada extraviada.
No es que Dios se haya alejado.
Cómo podría hacerlo, si corre por sus venas,
en el aire que respira?
Es su mirada cansada, que ha dejado de verlo, temporalmente.
Pero en cualquier caso, ahora toca la ausencia.

Y vive la Ausencia como un regalo.
Como otra forma de práctica del amor.
Otra forma de encuentro.

En la Presencia o en la Ausencia, el mismo encuentro
de amor.

Y ya no le falta nada.

No puede haber nada que le falte.





sábado, 15 de mayo de 2021

La noche oscura.

 


"Hace frío sin ti, pero se vive".
(Roque Dalton. El Salvador)

A veces aparece un frío interior.
Al principio puede pasar inadvertido
hasta que grita en los pies (para que lo veas)
y en la garganta.
A veces es un pellizco en los intestinos, una contracción.
Y un nudo en la garganta.
La garganta otra vez, dejándote sin voz.
Pero se vive.

También lo llaman "la noche oscura",
cuando te mueves a tientas por la oscuridad.
Y aun así no pierdes la fe,
la certeza de que, da igual lo que parezca,
la luz está ahí.
Como la luna, aunque no la veas.
Creciente o decreciente, ella siempre está completa.

Así que, cuando parece que no estás,
cuando no siento la embriaguez de tu presencia,
aun así se vive.

Puede hacer frío o quizás duele.
Pero se vive.
Y solo queda la entrega como cordón umbilical.
La entrega, otra manera de vivirte presente.
Aun cuando parece que no estás.
En la noche oscura.




sábado, 8 de mayo de 2021

Sufrir o cambiar.

 


Le llegó aquella frase:
"No duele para que sufras,
duele para que cambies".
La devolvió a aquella conversación privada con su viejo maestro:
"Estás ahí porque no cambias".
Y su asombro,
tanto como ella sentía que había cambiado,
tan entregada como estaba.
El maestro dijo: No.
No era muy dado a alargarse en explicaciones personales.

Lo ha recordado muchas veces:
Sabes que no eres la misma cuando ya no duele.



No duele para que te acostumbres a sufrir
y mucho menos para que generes adicción al sufrimiento.
El sufrimiento no es algo que perseguir o sacralizar.
El sufrimiento es un toque de atención.
Un síntoma,
como cuando un dolor de cabeza o la pesadez de estómago te avisan
de que hay un desequilibrio donde mirar.
Y si es así, si miramos,
si comprendemos los nudos y bloqueos
y los vemos deshacerse,
entonces sí, el sufrimiento es "sagrado"
y cumple su función.

Si se estabiliza o se hace crónico,
quizás nos hemos adaptado a él
(como la rana en el agua caliente que la llevará a morir sin enterarse).
Quizás hemos acabado dándole un lugar en nuestras vidas.
O la vida misma.

Para no cambiar,
como diría el viejo maestro.




sábado, 1 de mayo de 2021

La verdad es transversal.

 


A veces vivimos un resquicio de vislumbre.
Como un destello.
Y la comprensión se hace cuerpo.
Y mente.
Pasa a formar parte del yo.

Pero, extrañamente, a veces,
la dejamos en ese cuarto, aislado.
Entonces te das cuenta de que vives una vida compartimentada.

Aquí, mi experiencia espiritual, como un paquete de creencias.
En este otro cuarto, la salud. Cómo la veo, cómo la vivo.
Aquí la educación;
allá la economía;
más acá la maternidad
y así sucesivamente.
Compartimentos aislados para la vivencia de 
la amistad,
la pareja,
el sexo,
el consumo,
viajar...
Ponle nombre, a cualquier yo
compartimentado.

Y podría ser, por ejemplo,
que el yo espiritual defienda que "donde hay amor no hay miedo
y donde hay miedo no hay amor",
pero en la estancia de la salud decidas que el miedo te protege
y manifiesta el amor.
Que en la espiritualidad realices que "no mud, no lotus",
o que "la letra con sangre entra",
una sentencia sin ninguna validez en el terreno de la educación
y la pedagogía.
O que allí vislumbres que el amor es libertad
y en la pareja defiendas otra cosa
(exclusividad, control, expectativas, exigencias y demandas).

Pero la verdad es transversal.
Y cuando no lo es 
te está dando un toque de atención
para que lo cuestiones,
honesta
y valientemente.