sábado, 8 de mayo de 2021

Sufrir o cambiar.

 


Le llegó aquella frase:
"No duele para que sufras,
duele para que cambies".
La devolvió a aquella conversación privada con su viejo maestro:
"Estás ahí porque no cambias".
Y su asombro,
tanto como ella sentía que había cambiado,
tan entregada como estaba.
El maestro dijo: No.
No era muy dado a alargarse en explicaciones personales.

Lo ha recordado muchas veces:
Sabes que no eres la misma cuando ya no duele.



No duele para que te acostumbres a sufrir
y mucho menos para que generes adicción al sufrimiento.
El sufrimiento no es algo que perseguir o sacralizar.
El sufrimiento es un toque de atención.
Un síntoma,
como cuando un dolor de cabeza o la pesadez de estómago te avisan
de que hay un desequilibrio donde mirar.
Y si es así, si miramos,
si comprendemos los nudos y bloqueos
y los vemos deshacerse,
entonces sí, el sufrimiento es "sagrado"
y cumple su función.

Si se estabiliza o se hace crónico,
quizás nos hemos adaptado a él
(como la rana en el agua caliente que la llevará a morir sin enterarse).
Quizás hemos acabado dándole un lugar en nuestras vidas.
O la vida misma.

Para no cambiar,
como diría el viejo maestro.




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