domingo, 23 de noviembre de 2014

Libros reliquias.







Se acercó a ella mientras meditaba, sentada en la orilla con la  mirada perdida en la espuma a ratos, a ratos en el horizonte y a ratos en las pequeñas olas, tan impermanentes.
Él se acercó en silencio, se sentó a su lado y dijo:
¿Quieres saber los tres libros más importantes que he leído en mi vida?
Ella le miró, con escaso interés.
Uno, porque se sentaba en la orilla a fundirse con el silencio.
Y dos, porque ya hacía casi 30 años que se cruzaba con él por el mismo polideportivo; al principio, durante largos años, le veía jugando con las velas de cualquier juguete de mar, o sin velas, con cualquier juguete de mar, o sin juguete, con el mar. En los últimos años, sin embargo, solía encontrarlo más a menudo tumbado en una hamaca del solarium de la piscina, leyendo algún libro. A veces ella se cruzaba con él, de paso al mar, y le decía: Ah, mi lector favorito!...
Solía ver en sus manos portadas de novela negra, ensayos políticos, históricos o económicos.
Así que cuando él le dijo ¿Quieres saber los tres libros más importantes que he leído en mi vida?, ella le miró sin curiosidad y sin invitarle a continuar. Pero aún así, él continuó:
El primero, "Los ojos del hermano eterno", de Stephan Zweig; el segundo, Narciso y Goldmundo, de Herman Hesse, y el tercero...


Cuál dijo que era el tercero? Ella había dejado enganchada su atención en el primer título.
Como si le leyera el pensamiento, él empezó a contarle de qué iba el argumento de "Los ojos del hermano eterno", y ella pensó ¿No era ese libro del que hablaba JM ayer, en el compartir de la sangha? La lectura del libro en el tren, que le había hecho llegar tarde a la meditación. Su invitación a que no dejáramos de leerlo si se diera la ocasión.
Si quieres, te lo traigo -dijo el amigo. Y ella dijo vale.
Y al día siguiente lo trajo, y ella lo leyó de un tirón; no, de dos tirones.
Y al día siguiente se lo devolvió. Si quieres, puedes traerme el segundo.
Estaba fascinada con el descubrimiento de su viejo amigo, conocido de casi 30 años.
Porque nunca habría podido imaginar que un libro como ése estuviera en la lista de "las lecturas importantes de su vida" (en el primer lugar de la lista). Y al final era él quien le estaba descubriendo joyas como ésa a ella, la experta, la que recibía en casa cada día las últimas novedades de las editoriales.
Pero también, y sobre todo, porque aquellos libros eran otra cosa.




El primero era un librito pequeño, de hojas amarillentas y tapas de tela, viejo, gastado.
Cuántos años había guardado ese libro en casa?
El segundo estaba aún más viejo, las hojas sueltas, el papel en los bordes como a punto de descomponerse con sólo tocarlo.
Ella, que leía los libros y luego los regalaba como si nadie los hubiera abierto antes. Y ahora se encontraba leyendo unos libros como si fueran auténticas reliquias. Por el contenido, sí, pero también por el objeto en sí.
Como si fueran objetos sagrados impregnados de "bendiciones". Cuántas personas habían tenido en sus manos estos libros mientras sus mentes viajaban junto a Goldmundo o Siddharta? Cuántos viajes espirituales habían proyectado estos viejos libros, tan vividos?




Puedes traerme otro, el que quieras -le dijo cuando le devolvió el segundo.
Y le trajo "Siddharta".
Editorial Bruguera.
60 pesetas.




"El que realmente quiere encontrar, y por ello busca, no puede aceptar ninguna doctrina. Pero el que ha encontrado ya puede aceptar cualquier doctrina, cualquier camino u objetivo; a éste ya no le separa nada de los miles restantes seres que viven en lo eterno, que respiran lo divino".

"¿Quieres darme un consejo, venerable? -preguntó Govinda.
Siddharta declaró: Qué podría decirte, venerable? Quizás, que has buscado demasiado. Que, de tanto buscar, no tienes ocasión para encontrar".

(Tu insistencia en seguir la doctrina, en venerarla...) "acaso sea lo que te impide encontrar la paz; quizás sean tantas palabras".

"Purificación y virtud, samsara y nirvana, son sólo palabras".

"La sabiduría no es comunicable. La sabiduría que un erudito intenta comunicar siempre suena a simpleza".



Y así fue como su viejo amigo del polideportivo, conocido, desconocido en realidad, había pasado a convertirse en su proveedor de lecturas. Ella, que tenía las salas y los pasillos de casa inundados de libros que ya ni leía, meras "distracciones". Ella, que hacía tanto tiempo que apenas leía libros, de nuevo volvía a sumergirse en la lectura con devoción.




viernes, 14 de noviembre de 2014

La ilusión de ir y venir.







La mañana.
Gris apacible. Ni un soplo de viento. Inmóviles las copas de los árboles. El mar como un espejo plateado, del color del cielo, la arena, el aire. De repente, minúsculas gotas empiezan a caer sobre el cuaderno. Ella busca el techo de una sombrilla y cambia de mesa.



La tarde.
Las luces del cielo se apagan.
Aún quedan formas reconocibles, como sombras sin cuerpo. Como sombras de nadie.
Los sonidos de la tarde también se acallan.
Este ir y venir de luces y sombras, de sonidos y silencios, de aromas.
Día y noche, en una sucesión de estaciones.
En una ilusión de principio y fin, de nacimiento y muerte.
Pero cuando buscas el instante en que tiene lugar el principio, o el final,
nunca lo encuentras.
Esta ilusión de ir y venir.




Cuando enfermó, mucha gente tenía miedo de perder a su maestro.
Entonces él dijo:
No necesitáis tener tanta ansiedad;
si queréis hacer algo por mí, cuidaos a vosotr@s mism@s.
Como si deseara que le dejaran tranquilo.
Su cuerpo ya sabía lo que tenía que hacer, y su mente también.
Irse o quedarse (esa ilusión) no era tan relevante.
Él ya había dejado su presencia aquí, si alguien quería usarla.
Sus réplicas, sus semillas, su energía, sus quarks
estaban por todas partes.




Cuida tu cuerpo y cuida tu mente y disfruta de la experiencia de la vida que posees.
No hay ninguna otra cosa que puedas hacer.
Y si pierdes la oportunidad de vivir la vida que posees, es como si no la tuvieras.
Lo había dicho tantas veces
el maestro.
Y ahora, que parecía que se iba, por qué todo el mundo lo olvidaba?




Ella respiraba y sentía ese cuerpo como una planta viva.




Ayer, en la maceta de su amiga, entre las hojas verdes brotó una flor
y se abrió como un estallido de colores y de perfume.
Entonces, la amiga la cortó y la puso en el altar, al pie de la foto del maestro.
Pero la foto del maestro no necesitaba la flor.
Y el maestro tampoco.
Y cuando él dijo "cuidaos", también se refería a la flor.









La mañana.
El suelo se ha mojado ligeramente. El aire permanece húmedo y limpio después de la suave lluvia. Sus pies están fríos. Una chica pasa corriendo en manga corta. El río fluye. O no. El río siempre sigue su curso, a veces a trompicones, si opones resistencia; a veces bajo el sol cálido, o abrasador, o bajo la tormenta. Siempre pasa. El día tras la noche tras el día, una estación tras otra, imparables.






viernes, 7 de noviembre de 2014

Divina locura.






Como si la vida tuviera su propio guión, su propia inteligencia.
Parece que alguien toma decisiones por ti pero ese alguien también es una marioneta, como tú mism@. Como una red entretejida, como las múltiples implicaciones universales del aleteo de una mariposa.





Entonces, su maestro le dijo: me han pedido un blog budista en español y he pensado en ti. Y ella asintió.
Escuchó a su yo decir: qué sabes tú para hacer un blog, negada en informática y en las redes sociales y en las nuevas tecnologías. No digamos sobre el budismo.
Observó el conocido miedo al compromiso y al fracaso del yo pero pudo más el no-yo de la obediencia y oyó al otro como quien oye llover.
Cuando llegó a casa se sentó ante el ordenador, siguió ciertas instrucciones que aparecían en la pantalla y se puso a escribir. Y ahí estaba.
Lo vas a supervisar?, le preguntó al maestro.
No, dijo él.
Y qué sabía ella de esta tradición?, oyó otra vez al yo. Ella no era una erudita, sólo una practicante. Ni eso (no era una "practicante pura", tal como dictan los cánones, al menos los cánones de esa tradición), pongamos que una simple estudiante. Así no se arriesgaba a confundir a nadie. Quizás no una practicante pura (tan irreverente) pero sí una practicante sincera, solían decirle.

En cualquier caso, ella nunca  tuvo vocación de maestra (ni aún cuando le pedían impartir clases y cursos y conferencias y meditaciones, y obedecía). Ni mucho menos de bloguera.
Observaba la silenciosa resistencia orgullosa de su yo, pero la ignoraba y obedecía.
Nadie la vio titubear, simplemente obedecía.
Y para su sorpresa, "salía solo".
Y, para su sorpresa, las mismas actividades que realizaba por simple obediencia
con el tiempo se convertirían en las causas de su liberación (del maestro, de la obediencia, de la tradición), cuando ella sola quizás nunca habría tomado la decisión de liberarse.
A menudo parece que alguien toma decisiones por ti pero ese alguien es otra simple marioneta de la vida, como tú mism@.





El blog nunca llegó a ser el portavoz oficial de ninguna tradición sino un simple compartir de la práctica cotidiana, como un diario sin días.
Pasaron los años y ahí estaba, compartiendo desde detrás de la pantalla experiencias personales difícilmente confesables.



Como le dijera una vez, en el transcurso de una entrevista, el Lama Lobsang, con su mirada pilluela y su sonrisa cómplice:
"Los budistas por fuera somos gente normal pero por dentro estamos locos".
Bendita locura.



Este blog no nació por vocación ni por iniciativa personal
sino por dictado de la vida. Como casi todo lo demás.
Una vez vivo, empezó a mantenerse por amor,
y ahí sigue,
hasta que le toque desvanecerse.
Como todo lo demás.





jueves, 6 de noviembre de 2014

La tarde.





El perfume de la ropa ligeramente húmeda en el tendedero interior.
(El sol de la tarde en el terrado no la secó del todo).
El aroma del nuevo detergente para la ropa blanca,
para el karategui que amarillea con la acumulación de horas de entreno y sudor.
La iglesia del Tibidabo iluminada sobre una montaña invisible,
como flotando en la negrura de la noche recién llegada.
Los sonidos del silencio doméstico.
La tarde apacible, la agenda vacía.
El karma le da un respiro.
El guión hace un punto y aparte, como si cayera el telón
del intermedio.
Silencio de noticias.
El teléfono calla, el ebuzón no se mueve,
el whatsapp sin negritas.
Como un mar sin olas.
Apenas minúsculos rizos en la superficie del océano:
Pasos en el piso de abajo; el aroma a jabón de Marsella de la ropa limpia; la suavidad de la nueva funda del edredón.


La respiración bombeando este cuerpo como una planta; la sangre como la sabia, alimentando los tejidos; el vientre como un santuario de purificación.
Este templo sagrado que habita.
Este templo de carne y sangre y huesos.
Y este templo de aire lleno de ofrendas: puertas de madera, suelo de baldosas decoradas de historia, cestas de mimbre, cuadros y estatuas de budas, fotos familiares, libros y cuadernos sobre el tatami, aroma de incienso sin arder impregnando el aire y las fundas de tela de los libros sagrados.
Fantasmas como réplicas cuánticas, posibilidades que nunca nacieron.
Los perros ladran.
Tarde eterna.
Como esta vida, larga, eterna. Llena de tantas vidas.
Tantas vidas, tantos hogares, tantas ciudades y países.
Amores. Y dolores. Y pérdidas.
Y regalos inesperados.
Observa a ese yo como un anciano longevo.





martes, 4 de noviembre de 2014

Castillos de arena.





Le llegó un whatsapp
en el grupo de la sangha.
Uno de ellos.  :)

- Érase una vez unos niños que jugaban junto al río construyendo castillos de arena. Cada uno de ellos defendía el suyo diciendo: "Éste es el mío!". Mantenían sus castillos separados y no admitían ninguna duda sobre la propiedad de cada una de las fortificaciones.

Cuando todos los castillos estuvieron terminados, uno de los niños comenzó a patear el castillo de otro hasta destruirlo totalmente. El niño al que pertenecía el castillo destruido se enfadó tanto que agarró por el pelo al agresor y, mientras le daba puñetazos, gritaba: "Ha destrozado mi castillo!
Ha destrozado mi castillo! Venid todos! Ayudadme a darle su merecido!".
Y todos acudieron en su ayuda.
Primero golpearon al niño con un palo y después le derribaron y le molieron a golpes.

Una vez finalizado el episodio, todos ellos volvieron a jugar con sus castillos. Cada uno decía: "Éste es mío y solamente mío! Apartaos! No toquéis mi castillo!..."

Pero cayó la tarde y comenzó a oscurecer, y pensaron que era hora de volver a casa. Entonces, no sólo dejó de preocuparles lo que pudiera sucederles a sus castillos sino que, incluso, disfrutaban destruyéndolos; mientras uno de los niños destruía el suyo a patadas el otro aplastaba el suyo con las manos. Cuando terminaron, se dieron media vuelta y cada uno de ellos tomó el camino hacia su casa.

Del libro "Enseñanzas Escogidas de Buda", de Jack Kornfield.
El motivo de su compartir es para invitarnos a reflexionar sobre nuestra forma de vivir cotidiana, llena de apegos, envidia, irá y demás aflicciones. Que sirva para el bien de todos. Que la paz, el perdón, el amor incondicional y la armonía se instauren en cada uno de nosotros.


Era un largo whatsapp, seguido de una explicación personal.




- Vivimos en este mundo, construyendo "nuestro propio castillo de arena", defendiéndolo como si fuera nuestro.
Nos encrispamos, nos peleamos, nos agredimos...
Nos olvidamos que habíamos venido aquí a jugar, a ser felices y a crecer, conscientes de que todo es temporal.
Porque al llegar el atardecer, todos hemos de volver a nuestro Verdadero Hogar.

Ella le respondió:

- Inspirador. Gracias.

Al otro lado apareció un emoticono feliz.

Entonces, ella añadió:

- Cuando yo me siento secuestrada, abducida por la ilusión materialista (tener, perder, todo eso), suelo recordar que estoy jugando al monopoly.





Compramos objetos, casas, calles, hacemos transacciones, pagamos multas y peajes, juntamos dinero...
Pura imaginación.



Trozos de papel y objetos virtuales.
Las emociones se disparan pero al final guardamos todo en la caja y no había nada, un simple juego.
Usado para sufrir en vez de disfrutar.





"Crees que compras casas y calles y demás; pero cuando se acaba el juego, qué te queda? Sólo las experiencias que has generado: de ambición, avaricia, generosidad, juego, divertimento...
Y lo mismo con el dinero, el coche, la ropa, la cafetera, los libros... Aparecen en tu vida para que generes experiencias, emociones, karma, llámalo como quieras. 
Y eso es lo que te queda cuando la apariencia desaparece."

La función de las cosas no es la que parece.