viernes, 24 de marzo de 2017

La renuncia.






Le gusta su casa.
Subir al terrado a recoger la ropa y encontrar sus paseos por Collserola y las meditaciones en la iglesia del Tibidabo.
Y más cerca, el pulmón verde, cotidiano, de la montaña de Montjuic.
La ciudad rodeada por las montañas y el olor a salitre del mar cercano,
y el planear y el graznido de las gaviotas,
que a veces permanecen como estatuas, inmóviles y silenciosas, en las barandas.

Le gusta el olor a ropa limpia.
Bajar por la escalera y celebrar que aún tiene piernas.
Quizás no pueda ejecutar los mae geris y mawashis, y los ushiros, como antaño,
ni probablemente podría seguir a Inma en la práctica del Tog Chöd, que le fascina.
Ya lo sabe, que la cadera y la rodilla a veces se quejan tímidamente,
que sus piernas pesadas le quieren decir algo que aún no alcanza a descifrar.
Pero aún tiene piernas para pedalear la bicicleta y nadar,
para caminar,
y para subir y bajar las escaleras al terrado.
Le gusta tener piernas.

Le gusta el olor a amaranto recién tostado que perfuma la casa
y la recibe al abrir la puerta.
El aroma a jazmín en el baño.
Incluso le gusta el vinagre y el bicarbonato contrarrestando la larga historia de las viejas cañerías.
Y el perfume a naranja y azahar en el pasillo.

Le gusta el silencio. Y la aparente soledad.
Y los sonidos del silencio.
El "estruendo del silencio", como lo llama Thich Nhat Hanh.
Y la abundancia de la soledad, la multitud de presencias, las conexiones infinitas.

Le gusta Tulku Lama Lobsan cuando dice:
"Puedes ir al cielo, o al infierno, o a donde quieras ir. Tú decides."
"No necesitas grandes cosas para ser feliz, puedes encontrar la felicidad en las infinitas cosas que llenan tu vida diaria".




Le gusta ser consciente de su poder.
Aún suenan en sus oídos los mantras que le recetó Mercedes:
I am powerful.
I am strong.
I am healthy.
I am abundant.
Y ella, que al principio la escuchaba con incredulidad y escepticismo
(tan resistente a la filosofía y las afirmaciones positivas),
como siempre, decidió darle una oportunidad
y ver qué pasa cuando se echan a un lado las creencias
y los prejuicios.

Le gusta el calor del verano, evocando el sol plomizo del desierto.
O cuando parece que ha vuelto el gris apacible del otoño.
Y cuando refresca más, y tirita al abrazo del invierno.
Y todo ello en primavera.

Le gusta la luz del atardecer.
La hora violeta, como un cuadro de blancos y azules y grises y rosas y anaranjados
y rojo de fuego.




Ya cuando empezó a descubrir el budismo le enseñaron que no debía renunciar al mundo
(cómo hacerlo, si es el regalo que te permite comprender, y despertar),
sólo había que renunciar al sufrimiento
de la confusión.

Cómo odiar el sueño que vives, tan lleno de señales, de oportunidades?
Qué desperdicio supondría!
Qué ingratitud!




Le gusta el sol de primavera en su estudio.
"Enamórate de la vida", dice Thich Nhat Hanh.
Tienes que vivir la vida enamorada, de la vida.
Y en ello está.





lunes, 20 de marzo de 2017

Primavera.







La nostalgia es una especie de duelo;
lo amado, ausente.
Al fin y al cabo, una forma de amor.
Como seres en otra dimensión, en otro mundo,
pero al menos eres consciente de su existencia
en un universo paralelo.
Irrebatible.
Cuántos mundos hay en este mundo!
Cuántas vidas en esta vida!

La primavera anuncia nuevos nacimientos.
Qué pereza el círculo imparable,
la rueda en continuo movimiento!
Y no te puedes quedar atrás porque la vida ya te empuja.

Lavar la ropa como los pensamientos sucios o usados;
tenderla al sol y al viento, airearla;
comer como un acto de fusión;
desarrollar tu trabajo;
alimentar tus relaciones;
descansar (permiso para no-hacer).
Volver a subirse al tren en marcha.

Y no te puedes quedar atrás
porque la vida
te empuja.





miércoles, 8 de marzo de 2017

Tu dolor es mi dolor.







"Cuando oigo tus gritos, si agudizo mi escucha, siento el susurro de tu sufrimiento. Te miro profundamente y comprendo que me resulta más fácil ver tu rabia que la mía propia.

Aceptando tu malestar, me acerco a ti, y me ayuda a comprender que los dos estamos ahí.

Cuando en mi comunidad, familia, grupo de trabajo o amistades hay enfrentamientos o conflicto, puedo notar el malestar que corre por mi interior. A pesar de que el problema (aparentemente) no vaya conmigo, aunque no sea yo la persona aludida, aunque nadie mencione mi nombre, yo estoy ahí, consumiendo dolor.

Cuando el conflicto estalla produce un estruendo terrible y, aunque sea sólo por el ruido que emite, nos ayuda a reconocer que algo no anda bien. 
Puede dar pereza o miedo, pero habrá que ocuparse de ello. 
Cuando el conflicto subyace oculto entre banalidades, posturas y discursos, un castigo se cierne sobre nosotros. Es el castigo de la incomprensión. Dolor sin nombre. Discusiones sin destino. Sufrimiento gratuito.





Thich Nhat Hanh siempre nos recuerda que no va a ser fácil, que la hermandad es lo más bonito que podemos generar porque es un fruto exclusivo del árbol del amor.

Y de la dificultad surge su esplendor.

Nuestra práctica lleva adscrita la ilusión por la vida. Siempre tenemos la esperanza de que la compasión brote e invada los espacios oscuros de nuestras relaciones. Creemos en nuestra capacidad de amar, abrazar y entender que tu sufrimiento es mi sufrimiento.

Si no me hablas, me estarás castigando con el duro reto de la indiferencia.

Si me hablas de lo que no sientes, estarás traicionando nuestros corazones.

Si hablas descontroladamente, podrás distraer la razón, pero nunca a nuestro sentimiento.

Afrontar un conflicto no es tarea fácil, mil dudas y temores nos sobrecogen. 
Abrir nuestro corazón y buscar la comunicación sincera es el camino de la práctica de la Plena Conciencia."







lunes, 6 de marzo de 2017

Si sufrimos es porque no comprendemos la relación entre los objetos que percibimos y la mente.





Viento.
Crujen sutilmente las ventanas de madera.
Las puertas cerradas dan pequeños golpecitos.
El aire atraviesa los resquicios de los balcones y pasea libremente por la casa.

Le gusta que las ventanas no cierren herméticamente y que el interior de la casa se airee imperceptible, permanentemente, día y noche; el clima mediterráneo lo permite.

Sopla el viento fuera, cruje la madera dentro.
Y suenan los goznes de la puerta al ser empujada por una fuerza invisible.

Marzo y el Buda de la Medicina en el calendario.
El buda azul con el néctar que todo lo cura en sus manos.
El néctar que purifica la mente y hace caer la venda de los ojos.
Y puedes ver al fin.
Y comprender.





"Quien muera sintiendo compasión renacerá en una Tierra Pura.
Gueshe Chekawa quería renacer en los infiernos para ayudar a los seres sufrientes pero en el momento de morir comprendió que ya no podía proyectar infiernos.
La compasión le había purificado la mente y para él los objetos impuros como los infiernos habían dejado de existir.
Si sufrimos es porque no comprendemos la relación entre los objetos que percibimos y la mente."




Cerró el libro y volvió a contemplar los sonidos del silencio.
Y la noche oscura al otro lado de la ventana.
La iglesia del Tibidabo iluminada y a sus pies la noria de colores.
Como una ilustración de nirvana y samsara, la misma hipnosis.
Luces como luciérnagas salpicando la falda invisible de la montaña.