sábado, 30 de marzo de 2013

Qué estrés!









Recibo un email de mi amiga
en el que me cuenta su trabajo
de estos días, reportajes y viajes y arte. En medio, ha cogido tres días para hacer unas vacaciones en casa de un amigo, en la montaña. Desde la montaña,
me escribe. Su crónica es
un no parar: estoy agotada,
la semana que viene nos vemos, te llamo el lunes.
Hasta sus vacaciones suenan agotadoras, como un trámite más.
Algunos trámites más, vernos la semana que viene, llamar el lunes.
Mi respuesta es breve:
OK. Cuídate. Y no te estreses mucho.
Su respuesta es más breve aún:
Difícil.
Te llamo
lunes.


viernes, 29 de marzo de 2013

El haiku.











El haiku.
Cómo describir el instante.
Como fundirse con él.
El haiku es una práctica.

Querida amiga:

La inteligencia de la vida cada vez me sorprende más, la generosidad de la vida.
Te cuida como una madre sabia, tomando las mejores decisiones por ti aun cuando tú
ni la ves y ya te crees mayor, emancipada y autónoma.
Me siento como al inicio de un nuevo viaje, abierto y feliz, como volver a casa.
A casa, a las raíces. A los inicios. Cuando las artes marciales me hablaban sin hablar de atención, presencia, reflejos, intuición, y rompían mi pensamiento conceptual. (Y también rompían mi orgullo).
Cuando cerraba la puerta, fregaba los platos o conducía el coche con la energía justa.
Ni más ni menos. Sin avaricia pero sin despilfarro. Sin agotarme. Fluyendo en la abundancia, entregada a una experiencia de asceta, entre el estoicismo de Epícteto y el hedonismo de Epicuro. Lo mismo -cuando ambos se encuentran en la quietud absoluta del alma. Entonces fue cuando, sentada y en silencio, lo sentí, "eso". Y en medio de la disolución volvió a emerger la madre, de repente, "si no le enseño a mi hijo esto, no le habré enseñado nada". Y me quedé presente y en silencio, a esperar el momento en que pudiera contemplar que él (ella, todos los seres) también lo había comprendido.
Mientras tanto, apareció el sutra, lleno de sabiduría conceptual, la mirada racional que disecciona la mente burda, el ego, el sufrimiento que emana de la materia -esa creencia. La mejor ciencia de comprensión de la mente que conozco, solía decir. Y aún lo digo.
Y el tantra, que rescata a Dios, que le deja respirar, al Dios entre rejas. Sutra y tantra,
un perfecto combinado para atravesar esta aventura humana.
El reconocimiento de todos los seres, la experiencia profunda de la compasión.
Sin ignorar la presencia divina, la naturaleza divina que lo impregna todo. La tierra pura.
Y ahí me quedé, encallada. Y al mismo tiempo reconocedora. Aquí está todo. En todas partes está todo. Ocupada en el servicio. No hay que viajar más ni buscar en otra parte lo que ya está aquí.
Y ahí me quedé.
Y entonces aparecieron ellos y me empujaron fuera. Sin derecho a retorno. Prohibido el contacto. Como una orden de alejamiento. Sin opción a cruzar la distancia de seguridad.
Fuera.
Y luego apareció Rumi y dijo: As you start to walk out on the way, the way appears. 
Y fue como salir a la naturaleza, en libertad.
¿Pero no me sentía ya libre, antes? Sí, pero ahora el paisaje era diferente.
El mundo de los rituales, supersticiones, miedos, etc. se disolvía en su propia vacuidad. También la ansiedad. Quién corre aquí? Detrás de qué y delante de qué?
Parar, respirar y contemplar.
Estar presente.
Ya lo había vivido antes
y durante:
que todo está aquí.
Retomo, con más fuerza si cabe, la atención en el momento presente, donde está todo. La disolución, fundirse en la contemplación. El yo ausente. El haiku.
Despojada de complementos decorativos y otras distracciones.
Me sumerjo en la esencia.
Y muero.
Una vez más.


martes, 26 de marzo de 2013

Morir.







Querida amiga:

Hoy es el cumpleaños de mi amigo.
Repito el número una y otra vez, a ver cómo me suena,
qué me hace sentir. Nada.
Suena en la antesala del cambio, como cualquier otro número.
Pero aún el gusano antes de metamorfosearse en el capullo, antes de emerger en mariposa.
Si todo es como un gran cuerpo, si formamos parte de un gran cuerpo único, todo y todos partes de lo mismo, si todo constituye el mismo cuerpo, en ese caso, si a un pie le pica o le molesta algo, automáticamente la mano acude a aliviarle.
Imagina este cuerpo con el que me identifico, este cuerpo humano. Si las uñas se hacen demasiado largas, las corto y no siento una gran pérdida -y parece ser que la uña tampoco. La uña que corto muere y no pasa nada. Para ella no es un drama, creo. Ni el pelo que corto para sanear las puntas del cabello afectadas por la acumulación de salitre de mar y el cloro de la piscina de cada día, y el sol, y la lluvia y el viento. Como los millones de células que mueren cada instante en la piel y en el resto de los órganos de este cuerpo, mientras otros millones de células nacen para ocupar su lugar. Provisionalmente, hasta que las condiciones cambien y las nuevas células dejen de funcionar, mientras que las nuevas condiciones hacen aparecer otras.
Y yo quisiera vivir como las uñas de mis manos y de mis pies, como el pelo que crece y va a ser cortado, como las células, como el gusano antes de convertirse en mariposa, como la mariposa antes de disolverse en... en eso. 
Mientras que no pueda vivir como eso, quisiera que mi muerte, ese instante o ese proceso de transformación sea natural, sin aportarle más drama, ni más dolor. Sin resistencia.
Vivir la vida
y la muerte
sin oponer resistencia.
Como las olas del mar.
La cuestión está en vivir como ola (designar que yo soy ola, identificarme con la ola)
o vivir como agua.
La ola nace, se rompe y muere, pero el agua está ahí.
Y se mezclará con más agua para ser otra ola.
Aun si decides vivir como ola, si decides creerte una ola, no eres más que un montón de gotas de agua unidas provisionalmente.
No hay nada en la ola que la haga autónoma, independiente, una.
No hay nada en este cuerpo ni en este ego, en sí mismos, que le hagan yo.
Este cuerpo sólo es un puñado de células, o de quarks en el espacio, que están muriendo por millones en cada instante.
¿Soy la célula que se muere o la que se queda?
Y qué decir de este ego tan cambiante, listo o tonto, sufriente o feliz, resentido, avaro o generoso...
Es un mareo, este ego.
Así que la cuestión es:
¿Quiero vivir como ola (que no es nada en sí misma, sino un puñado de gotas empujadas por la fuerza del viento -también le llaman karma-, provisionalmente)
o como el agua,
parte de todo lo que existe,
hermanada con todas las olas
y gotas de agua
(las que se manifiestan como olas y las que no),
la misma naturaleza, el mismo ser?

Yo desearía que la muerte de este cuerpo sea como la uña que corto sin dolor
ni sensación de pérdida.
Que se disuelva como una ola en el mar,
sin importar si va a volver a aparecer en forma de olas nuevas
o no.
Si permanecerá en calma.
O no.



lunes, 25 de marzo de 2013

Las dificultades no existen.












Qué mala prensa tiene el fluir!
-como si fuera cosa de vag@s,
un escondite más de la pereza.
Y, sin embargo, sospecho que no es cosa de débiles
ni de gente perdida, sino todo lo contrario.

Creo que hay que estar muy encontrad@, muy centrad@, para abrirse a la vida de esta manera,
con confianza y aceptación.
Sin juicio, sin etiquetas ni designaciones.
Sin oponer resistencia.

¿Cuántas veces no te has enfadado por una mala noticia, que pasado el tiempo resultó no ser tan mala?
Y la cantidad de energía que ponemos en disgustarnos, enfadarnos o entristecernos porque no se cumplen nuestros deseos, en luchar por conseguir lo contrario de lo que está pasando. En oponer resistencia.



Recuerdo una amiga que luchaba y luchaba por una relación con una persona que la abandonaba una y otra vez, y cuando reaparecía
se dedicaba a descalificarla y menospreciar casi todo lo que hacía
-no entraré en más detalles.
Hasta que le pregunté: ¿Realmente es esto lo que quieres en tu vida?
Y me miró como si nunca se hubiera hecho esa pregunta.
Y la respuesta era tan obvia.

Cuántas veces la vida nos lo está poniendo fácil para quitarnos de encima una situación
-simplemente se va.
Y no la dejamos ir. Nos empeñamos en que se quede. Y para qué?
Y, al contrario,
aparecen situaciones que nos empeñamos en rechazar,
no dándonos opción a descubrir el abanico de oportunidades que podrían aportarle a nuestra vida.




En la última cena le dije a un amigo:
las dificultades no existen.
Y me miró como si esa afirmación no cuadrara con todo lo aprendido.

No existen las dificultades,
es sólo un error de interpretación,
una mirada equivocada,
una etiqueta
errónea.









En un cómic de Quino,
Mafalda se queda mirando las hormigas (¿eran las hormigas?) y dice algo así como:
para vivir, las hormigas sólo tienen que ser hormigas; para ser una gallina o una vaca o un árbol o una piedra, sólo tienen que ser gallina o vaca o árbol o piedra. Y qué tiene que ser un ser humano para vivir? Arquitecto, carpintero, fontanera, amo de casa, madre, padre, amiga, pareja... "
(Permitidme esta versión libre).

"Escucha ahora lo que voy a decirte sobre el Wu Wei, la vía del no actuar
-le dice el maestro al discípulo.
Los seres humanos podrían ser verdaderamente seres humanos si se dejaran ir como hacen las olas del mar, como florecen los árboles...
El mar no se mueve porque sea su voluntad ni porque crea que es bueno o sabio moverse. Se mueve porque se mueve. Porque así es el flujo de la vida.



Pero los seres humanos se dejan cegar por sus sentidos y deseos
y sus movimientos toman la violencia de la tempestad desencadenada; su ritmo es un ascenso furioso seguido de una precipitada caída".







En el libro "Wu Wei", de Henri Borel (Obelisco), el maestro le anticipa al discípulo que llegará un momento en que ya sólo sabrá vivir sin esfuerzo, sin acción o resistencia alguna contra la propia naturaleza.
"No serás asiduo persecutor de la felicidad ni te dejarás amedrentar por la desgracia, porque ni la una ni la otra son reales (ni racionales) y todo lo que existe es inevitable y natural.
Cuando te encuentres con el dolor, sabrás que ha de desaparecer, pues es irreal. Cuando te encuentres con la alegría, comprenderás cuán primitiva es aún, porque está ligada a las limitaciones del tiempo y de las circunstancias, y condicionada por su antítesis, el dolor.
Nada aleteará ya tu quietud.
Tu sueño ya no tendrá sueños.
Serás uno con todo lo que existe y la naturaleza entera será tu prójimo, primero,
y finalmente tu propio yo.
Aceptando sin conmoverte el paso de la noche al día, de la vida a la muerte..."

No era necesario ir tan lejos, en busca de lo que estaba al alcance de la mano -responde finalmente el discípulo. Lo que yo busco está en todas partes; lo que soy yo mismo, lo que es mi alma. Porque todo es lo mismo, en última instancia. Dios está en todas partes. Tao está en todo.






Y las dificultades
o la buena suerte
no existen
-sólo responden a la tendencia obsesiva de etiquetar todo lo que aparece
de acuerdo a nuestros gustos o aversiones.
Incluidos los gustos y aversiones,
sólo responden a esa tendencia a etiquetar todo lo que experimentamos





Hasta que un día descubramos que es esa tendencia misma la clave y la raíz de todo el sufrimiento.
Y será como entreabrir la puerta para entrar en otra estancia y empezar a vivir la vida de otra manera, sin juicio,
simplemente contemplando
el fluir de las cosas.
Sin apegos ni aversiones.
Es lo que llaman la entrega.






Quitarse de
en medio 
-ese yo que 
no es más que 
una apariencia 
en vías
de desaparición.












Fundirse con el Ser -que es inmutable.
O el Tao.
O Buda.
O tu yídam, tu guía espiritual.
O Dios.

Llámalo
como
quieras.

martes, 19 de marzo de 2013

La tierra pura está aquí.









- Los infiernos existen.
- ¿Te vas a pasar toda la vida con la misma cantinela?
- Es para que no lo olvides, para que generes miedo y avances.
- No necesitas recordármelo más (al menos no tanto).
¿Crees que no soy consciente de la capacidad ilimitada de la mente de generar sufrimiento? No necesito poner la tele, leer las noticias o ir al cine a ver una de esas películas realistas. Ya sé de guerras, tiranías, invasiones protectoras que bombardean familias enteras, torturas a l@s pres@s que resultaron ser falsamente acusad@s y a l@s que estaban acertadamente acusad@s también. Sé que el otro bando siempre es el malo y merece todo lo peor, en nombre del bien y la justicia. Sé de violaciones masivas de mujeres en el autobús -el resto de pasajeros que no intervengan en la violación ya pueden bajarse y coger otro bus. De asesinatos de género, de dormir con el enemigo en casa. Sé de corralitos, de atracos oficiales que designan legales. De desahucios. Sé de estrés, ansiedad, depresión -por no tener trabajo o por tenerlo, por no tener pareja o por tenerla, da igual. De acoso escolar y en las redes sociales. Sé de pesadillas y suicidios desesperados.

El infierno, los infiernos existen, ya lo sé. Y están aquí.





Conozco el poder ilimitado de la mente para crear sufrimiento y situaciones de sufrimiento.

Y también sé del poder ilimitado de la mente para crear paz, amor y situaciones de gozo.












Conozco el poder de la mente para crear la Tierra Pura, el reino de Dios, el paraíso terrenal.
¿Te has fijado en que aquel paraíso del que dicen que nos expulsaron era terrenal, que estaba aquí mismo, en la Tierra?
El paraíso terrenal está aquí mismo, en la tierra que pisas.
El reino de Dios existe, y está aquí mismo, en tu ciudad.
La tierra pura es la tierra que pisas, el barrio por donde te mueves, la escuela o el trabajo al que acudes cada día.
Todo está aquí: los infiernos y los paraísos.





Tu mente (y la mía) tiene un infinito poder para crear sufrimiento
pero también para crear un profundo gozo.
El problema es que estamos mucho más familiarizad@s con los infiernos que con los paraísos.
Y como somos lo que practicamos, nos hemos convertido un poco más en seres de los infiernos
que en seres de la Tierra Pura.
Pero todo está aquí. Todo está en ti
y en mí.



Dicho esto, mi propuesta es:
dado que tienes dentro la semilla de la felicidad y la paz y la alegría, la semilla de la libertad,
la habilidad y la capacidad para ver y crear paraísos,
por qué no empezar a desarrollar ese potencial?

Cómo?
Para empezar, viéndolo, reconociéndolo, creyendo en él
(en tu potencial ilimitado para crear paraísos)
y responsabilizándote de él.
Esto quiere decir: poner manos a la obra.
Empezar a apreciar. Todo, a apreciarlo todo.
Desde el aire que respiras, tu capacidad para respirar, o para caminar, o para ver
-la capacidad que tengas, la que sea, no es necesario que las tengas todas.











El techo que te acoge, si lo tienes, la comida que te llevas a la boca -si es que cuentas con comida o con boca.
Porque nada está garantizado indefinidamente,
todo es un regalo que está (se manifiesta) y deja de estar, cuando las condiciones cambian.


Seguro que tienes algo que apreciar en tu vida.

Seguro que te cruzas con seres vulnerables (lo puedes ver en su mirada), con una mochila llena de historias duras y menos duras, amores encontrados o perdidos; personas que alguna vez fueron cuidadas y amadas, seres que aman y cuidan, no importan las dificultades, lo hacen.

Yo ayer cogí el metro después de mucho tiempo (soy más bien asidua de la bici), un trayecto largo, lleno de historias, como una película llena de películas, fragmentos de conversaciones entrelazadas, pensamientos como voces en off. Entre ellas, aquel padre joven con su hijo. Sentados uno al lado del otro, el niño se apoyaba en el padre, las bambas nuevas y limpias, la ropa deportiva impecable. El niño, confiado, se apoyaba en su padre y le hacía preguntas, y el padre respondía, y a veces sonreía. No importa la larga y dura aventura que podía llevar a sus espaldas, el viaje desde otro país, el trabajo (o falta de trabajo), le sonreía al hijo y respondía a sus preguntas. El niño, cuidado, confiado y seguro, con sus zapatillas deportivas nuevas y limpias.










A veces me conmueve hasta lo más profundo contemplar cómo los seres nos cuidamos los unos a los otros. No importa la dureza ni la dificultades.

He sabido de aquel veterano de Vietnam que vivía en un auténtico infierno.
En medio de la guerra, y enfurecido porque la guerrilla había matado a varios de sus compañeros en un asalto, decidió vengarse poniendo una trampa en las afueras de una aldea: unos bocadillos llenos de explosivos. Y se quedó para contemplar de cerca su venganza. Lo que vio fue a unos niños y niñas hambrient@s que se acercaron a comer y cómo su trampa mortal les quitaba la vida a cinco criaturas. Vio sus cuerpos en trozos volar por los aires. Y desde entonces no había desaparecido esa escena de delante de sus ojos. Y era el peor infierno.
De vuelta a casa, de la guerra a la paz, cada vez que se cruzaba en la calle con un niño o una niña volvía a ver estallar su cuerpo en pedazos.
Hasta que un día alguien le hizo ver que otros cinco niños y niñas (o cinco mil, o cinco millones, o muchos más) están saltando por los aires en este momento en cualquier lugar del mundo bajo las bombas de otras guerras. Ya no podía salvar la vida de aquellas cinco criaturas pero quizás sí de muchas otras, si se ponía manos a la obra.
Y eso fue lo que hizo.
Y así fue como se liberó del infierno.
Y pasó a vivir en una tierra pura, donde le era posible ver a multitud de ángeles, bodisatvas, budas y seres humanos de buen corazón y un inmenso, ilimitado, infinito potencial para generar alegría dentro (de sí mismos) y fuera, en cada uno de los seres a los que ayudaba.

Sospecho que no existe una depresión de la que no puedas liberarte ni un crimen que no te puedas perdonar.
Porque cada instante nace una nueva oportunidad.

La tierra pura existe y está aquí.
Por qué no empezar a habitarla
ya,
hoy mismo,
ahora,
en este preciso
instante?





miércoles, 13 de marzo de 2013

Dónde está Buda?












La despertó una luz radiante que se colaba por los agujeros de la persiana. Volvió a cerrar los ojos e inspiró el aroma de primavera en el aire. Inspiró la primavera. Inspiro y estoy aquí. Absorbo la experiencia de esta vida humana. Y estoy aquí. Espiro (conceptos, pensamientos, juicios) y estoy aquí. Y dejo espacio para el vacío y la
no-mente y el ser y el no-ser. Inspiro y estoy aquí. Espiro y estoy aquí.
Primavera.
Se levantó e inició el ritual sagrado de cada mañana: subir persianas, recoger la alfombra, abrir la puerta del balcón,
moler el café, preparar la mesa para la primera (la segunda?) ofrenda del día en la sala más impersonal, al otro lado de la casa, mientras se tuesta el pan...
Entretanto, el aire se hizo gris y se extendía una cortina de nubes en el cielo. Gris de otoño acogedor, precioso. Comenzó a llover suave, dando tiempo a recoger, en el tendedero, el pareo y el bañador y las toallas del baño en el mar, del día anterior,
el karategui, aireado después de la última clase. A ritmo lento. Inspiro y estoy aquí.
Toco el mar en el pañuelo que me envuelve al salir del agua, y estoy aquí. Toco la concentración en el kimono blanco que se impregna de sudor de atención plena. Y aquí estoy.

Cuando se sentó a degustar el café y las tostadas calientes apareció su amiga.















Imagínate por un momento que esto es un escenario humano, que habitamos un mundo de seres humanos, para la experiencia humana
-le dijo.
Imagínate que aparece Buda en este mundo humano,
qué crees que haría, a dónde iría?
No le dio tiempo a contestar, sino que prosiguió con sus extrañas preguntas.
¿Crees que se escondería en una cueva a meditar, donde nadie le encuentre, si acaso algunos sirvientes de la aldea más cercana, para proveerle de comida diaria sin molestarle demasiado? ¿Crees que haría eso?


¿O quizás fundaría una escuela privada para la iluminación, inhabilitando para la iluminación a todos aquellos que no conecten con el mensaje?
¿Crees que pondría un cartel en la puerta, "Reservado el derecho de admisión", y castigaría a todas aquellas personas que divulguen el mensaje secreto, por "robar el dharma"?
¿Te imaginas a Buda peleándose por los derechos de autor?
¿Excomulgando a psicoterapeutas, nutricionistas, fisioterapeutas, periodistas, etc.,
que compartan la meditación y las enseñanzas aprendidas para ayudar y beneficiar
a los demás?
¿Te imaginas a Buda condenándoles por contaminar el dharma o robar el dharma o cualquier otra expresión por el estilo?

Ella respondió que no con la cabeza.

Dónde crees que iría Buda, de aparecer en esta experiencia humana? -volvió a preguntar su amiga. Y acto seguido se respondió ella misma:
Yo creo que podríamos cruzarnos con él o ella por la calle, en la terraza de un bar, en la cola del supermercado. Yo creo que podría estar en la mesa de al lado, en el restaurante; en el gimnasio, en la playa, en un paseo por el parque o la montaña.

Que podría encontrarle en el trabajo, o en la familia. En la escuela, en la reunión de profesor@s (ayudándonos a pensar mejor y a generar comprensión y compasión) o en los pupitres, un@ más entre l@s adolescentes.

¿Sabes qué? -volvió a insistir la amiga, esta vez captando toda su atención, mirándola a los ojos:
Está ahí. Le veo cada día. En todas partes.
En forma humana a veces, y a veces en la mirada de un gato o en el balanceo de las hojas de un árbol o la ropa tendida, al viento. Está en el viento.





La amiga guardó silencio por un momento (gracias a Dios) y a ella le dio tiempo a pensar.
Entonces recordó que una de las escenas que más le habían conmovido de su religión, cuando era niña, era aquélla en la que Jesús entró en el templo arremetiendo contra los mercaderes de la iglesia.
En casi todas las iglesias que conocía hay quienes se apropian de Dios y legislan la espiritualidad.

Algunos papas católicos han prohibido el uso del preservativo a costa de millones de vidas humanas
y otras autoridades budistas se arrogan el derecho a designar lo que es una "conducta sexual correcta" y lo que no lo es.
El pueblo hebreo se erigió como "el pueblo elegido por Dios"
de la misma manera que algunas tradiciones budistas consideran que proclaman el único camino posible a la liberación y la iluminación.
Y todas las demás están equivocadas.


Como si pudiéramos ponerle puertas al monte -dijo la amiga, como si pudiera leerle el pensamiento.
Qué? -exclamó ella.
La amiga miró hacia la ventana, por detrás de la ventana, a la lluvia que caía con fuerza.
Buda está ahí -y ella no sabía bien si la amiga se refería al agua, a esa "lluvia de bendiciones", o al aire, o al mundo, o al universo o a qué.
Buda, Dios, los seres sagrados, Allah, Yahvé, la conciencia, Eso, eso... llámalo como quieras, con mayúsculas o minúsculas. Está en todas partes.




Fuera y dentro (si hubiera fuera y dentro), especialmente dentro -precisó.
Dentro de todas las situaciones y dentro de todos los seres. Dentro de ti y dentro de mi y dentro de todos los demás, de todos sin excepción.
En todas partes. En las guerras sangrientas también, y en los desahucios despiadados.
Y en las comidas de trabajo, y en las reuniones de amig@s, y en las fiestas. Con alcohol o sin alcohol.

¿Tú crees que Buda evita las malas compañías? ¿O las juzga, siquiera? ¿Crees que les deja fuera, sin ninguna oportunidad?

Si Buda apareciera en este mundo, estaría donde más
se le necesita, ¿no crees?
Ella asintió.


En todas partes, amiga mía.
Buda estaría, está,
en todas partes.

Así que no hay lugar para el desánimo -concluyó.
En ningún lugar del mundo
ni del tiempo.
Hoy, mañana, ayer y siempre (siempre es hoy),
buda (eso) está presente.

Si tú
estás presente.

Donde tú estás (presente)
ahí está
Buda.





martes, 12 de marzo de 2013

El triunfo sobre la ley de la impermanencia.












He llegado. Estoy en casa.
Aquí y ahora.
Soy estable.
Soy libre.
Y moro en 
lo último.
(TNH)


En la pregunta está la respuesta.
En la propia contemplación, en el reconocimiento de las propias limitaciones, aceptándolas sin juzgar,
surge la solución.
En este caso, escribo el post anterior (como una pregunta) y como una respuesta vuelve a aparecer ante mí el maestro budista vietnamita Tich Nhat Hanh,
dando voz a los mantras en los que me refugio espontáneamente.

He llegado, estoy en casa, todo está aquí.
Aquí y ahora.
Soy estable.

Observa el océano.
En la superficie, adviertes olas que aparecen y desaparecen, suben y bajan, nacen y mueren.
Las olas.
Pero las olas son agua, su naturaleza es el agua.
Y el agua, el océano, no nace ni muere.
De la misma manera, cada persona, cada ser, cada objeto, cada situación, es una manifestación del océano de la vida. Si me identifico con la ola, mi experiencia subirá y bajará, seré grande o pequeña, pobre o rica, triste, apacible, alegre, hostil... ponle nombre. Naceré y moriré y me estrellaré contra los arrecifes, rompeolas, los cascos de los barcos o la arena de la playa. Me estrellaré. Y moriré.
Así es como funciona la ley de la impermanencia.





Excepto si dejo de ser ola para identificarme con el océano.
En ese caso, la ley de la impermanencia es pura apariencia. Y soy estable.
Y soy libre. Sin miedo.
Y moro en lo último. Porque ya he llegado.

En realidad siempre ha sido así, siempre he sido agua (siempre había llegado).

La clave está en eso en lo que designo "yo".

"La ola puede vivir su vida como ola, pero también puede hacerlo mejor.
Puede vivir cada instante de su vida en contacto con su naturaleza, más allá del nacimiento y de la muerte, como agua que es.
Cuando la ola se da cuenta de que es agua, su miedo desaparece. Entonces disfruta tanto del movimiento de ascenso como del de descenso. Levantarse es gozoso y también lo es caer. No existe nacimiento ni tampoco existe muerte. Ésta es la más elevada de todas las enseñanzas".

("Estás aquí. La magia del momento presente". 
Thich Naht Hanh)






















lunes, 11 de marzo de 2013

La prueba del algodón.







Silencio y tic tac.
A ráfagas, sonido del viento. Algún click de la tostadora al enfriarse, después del desayuno.
Las 9 y retiro.
El aviso de algún email que entra en el buzón, en el ordenador en su estudio.
Le gustaba desayunar en el otro ala de la casa, el salón desnudo, vacío de tanto "yo", de tantos asuntos que ocupan
ese yo.
Y dejaba pasar los avisos de emails que llegan o el teléfono que suena.
La hora del desayuno
y retiro.
Desayuno largo, sin tiempo.

No había habido ni un sólo instante que le buscara sustituta a su vieja casa, a su vieja familia.
Desde que se esfumaran de su vida (y habían sido todo su mundo), habían empezado a llover ante sus pies invitaciones a una sesshin de fin de semana en la montaña, un retiro de silencio, unas jornadas para la indagación del yo, conferencias sugerentes sobre el poder del ahora...
Todo le sonaba bien, precioso, pero innecesario.
Se desgajaba en réplicas para colarse en cada uno de ellos y contemplar con regocijo los corazones abiertos aquí y allá, haciendo camino, deshaciendo sus nudos.
Igual que ella.
Pero ella sentía que encontraba su retiro cada día donde ya estaba, en cada isla de soledad.
En el desayuno; en el olor de primavera en el aire, al despertar; en el canto de los pájaros; en el viaje en bicicleta hasta el mar, bordeando el puerto, esa preciosa contemplación de mástiles desnudos; en el mar desplegado ante sus ojos y en el mar abrazándola, o engulléndola; en el aire frío sobre su piel, como un vestido a medida.
En la comida como una ofrenda.
Al lavar los platos, al tender la ropa en el terrado y al recogerla, al fregar el suelo, al hacer la cama, al esparcir los cojines sobre el futón, al sentarse sobre el zafu a la hora del crepúsculo, a la luz del crepúsculo, como una historia mágica con principio y fin. Con principio sin determinar y fin sin determinar, que reconoces cuando ya ha tenido lugar la zambullida en la magia de la noche.
El retiro está aquí, pensaba. Cada instante.




Su asignatura pendiente era vivir la compañía sin tensión. Convertir la interacción social en parte del retiro. Llevar el retiro a los intercambios más personales.
Con los intercambios más mundanos era fácil (sin tanta implicación personal, era fácil contemplar, mantener lo que ella llamaba "la mirada de amor y vacuidad") pero la prueba del algodón aparecía en las escenas de implicación más personal, cuando parece que el ego se ve obligado a funcionar.
Entonces le decía "quítate de en medio" y cosas así.
Y se mantenía abierta a las señales.
A la tensión, cuando surgía.
Siempre que estaba presente la tensión es que el viejo yo había hecho acto de presencia.
Y la había sacado
de su retiro personal.

















Así que su vida se había convertido en eso: en un retiro personal.
Salpicado de situaciones puntuales de secuestro emocional; los reconocía por la tensión.
Los consideraba la prueba del algodón.

Algún día conseguiría llevar el retiro a todos los instantes de su vida, a todas las situaciones, a todas las interacciones personales.
Así que aún tenía trabajo aquí mismo, donde ya estaba.
No tenía que buscarlo en otra parte.























jueves, 7 de marzo de 2013

Atardece.












Atardece
y llora un perro.
A veces ladra (reclama) y a veces llora.
Atardece gris y azul, acercándose al crepúsculo de un día de nubes.
Y promete un paisaje de colores mágicos
de fuego.
A este lado de la ventana el incienso forma nubes más pequeñas de aromas sugerentes, sobre un poso de tierra del desierto de Marruecos.
De vuelta de su viaje, mi hija no me trajo telas ni especias de colores, sino una botella de plástico llena de arena del desierto, una vez saciada la sed.
Me trajo un trozo del desierto que me gusta tanto
y ahora anda esparcido por la casa en copas transparentes de cristal o cerámicas
que a ratos acogen velas o inciensos.


Silencio.
Y me siento sobre las rodillas, sobre el zafu negro que
me regalaste, sobre mi futón de cuadros grises y blancos sobre
el tatami, y hago inmersión en el amor que me disuelve.
Y me convierto en zafu negro,
en futón,
en el tatami, en la arena
del desierto,
el humo y el aroma del incienso,
el llanto del perro, las nubes sonrosadas y grises
y el azul claro como un telón de fondo.
Me convierto en todos los haikus que no he leído todavía
y en los que he leído,
en todos los cómics zen que nunca se han publicado
y en las experiencias místicas o iluminadas
no contadas.
Me convierto
en la percepción de un instante eterno.
En el latido
del corazón.
Del
Corazón.
Me convierto en el universo. En todos los universos.
Me convierto en la trenka gris que heredé de mi hija,
colgada a secar después de la lluvia
y aromatizada de nubes de incienso.
En tu llamada,
me convierto en tu voz
y en la cita para la cena de esta noche
y en tus confidencias.
Me convierto en tu corazón abierto
y en el mío.
En las olas gigantes que esta mañana no me dejaban entrar en el mar,
en la espuma blanca que mojaban mis pies y mis rodillas
y salpicaba mi vientre y mi pecho desnudos
y mi rostro entregado, de ojos cerrados
y ojos abiertos.
Me convierto en el aire frío que acariciaba mi piel.
En el vientre cálido de la piscina
donde juego a caminar con las manos por su suelo
profundo.
Me convierto
en todas las profundidades.
Dios, qué larga es esta vida humana y qué intensa
y qué llena.
Qué densa es esta mente humana.
Este corazón gigante que lo abarca todo,
este latido
como una nana,
como un mantra
protector.
Qué poderosa
y qué ligera.
Qué sabiduría en los corazones, como clones por mitosis;
qué apacible el latido
de este cuerpo
cósmico.
Cuando se acaba la búsqueda
y la indagación
y la investigación
y basta
con soltar
y entregarse.
Perderse
para ser.
O no ser.




































miércoles, 6 de marzo de 2013

Silencio.









Silencio.



Querida amiga:
me preguntas cómo estoy y no sé qué decir,
de gastado que resulta decir "bien".
Gastado y vacío.
Qué información das cuando dices "bien"?
                 Ninguna.

Me escribes y dices:
"Entro a tu blog pero veo que no hay novedades
de ésas que tanto reconfortan a tus amig@s".

















Silencio.

Cuando parece
que están pasando
tantas cosas.


Querida amiga,
podría hacerte la crónica de un sinfín de novedades, como si tocara un aluvión de acontecimientos atropellados.
Pero no tienen ninguna importancia.
Sin fuerza para irrumpir en la calma y romper el silencio.

Retomo el cómic que me regaló mi hijo años atrás. El caminante (de Jiro Taniguchi).
Sin apenas más palabras que los títulos:
Observar a los pájaros; llueve; nadar por la noche;
trepando por el árbol; el camino largo; remontar el río...
Una página tras otra de viñetas para la contemplación del caminante,
la contemplación de la contemplación del caminante.
Viñetas sin palabras, apenas alguna pincelada de onomatopeyas, los sonidos del silencio:
Guau guau - tap tap tap - ah - ssshh
fsss fsss - brrr brr - plic plic - fsssh - chof chof chof
Clonc! ...





Silencio.


A veces toca el silencio.
Contemplar sin juicio.
Acoger lo que aparece y despedir a lo que parece que se va. Con la misma
imperturbabilidad.

La amiga la miró y le dijo:
como Epícteto, eres como la alegoría
de la imperturbabilidad.
No exageremos, respondió ella, con la misma sonrisa de casi siempre.

Tú no lo decides.
No es una decisión personal, pero a veces
parece que se impone el silencio y te limitas
a fluir.

Y no se está tan mal.


No se está
nada
mal.