domingo, 20 de diciembre de 2020

El santuario.

 


La sangha seguía encontrándose on line, en videoconferencia, cuando se acercaban las fechas navideñas,
y en la última cita previa a las fiestas decidieron celebrar
y compartir libremente, cualquier ofrenda, un regalo virtual,
lo que cada cual quisiera compartir.
En un momento dado, alguien sacó una figura de Buda de especial significado personal
y a partir de ahí, como en cadena, cada persona explicaba la historia de una imagen de Buda particular, de especial relevancia en su vida.

Ella presentó su Vajrayoguini danzante, pintada en polvo de oro,
de cuerpo rojo y colmillos amenazadores,
de belleza tan poco habitual.
Rodeada de un fuego abrasador que destruye cualquier tipo de ignorancia.
Su "yo" autodesignado durante tantos años de práctica
de Alto Yoga Tantra.
La representación del Gran Gozo que emerge de la realización de la vacuidad.
Fue su primera iniciación cuando entró en el budismo
por la puerta grande.
Entonces, Vajrayoguini se convirtió en su yídam personal
y ya forma parte de su vestidura, de sus agregados.



No es la única. En su santuario privado destaca Prajnaparamita,
la madre de todos los Budas,
la perfección de la sabiduría (que inspiró el Sutra del Corazón),
de cuatro brazos, con el libro del dharma (los sutras) en una mano
y el vajra del Gran Gozo en la otra.
Las otras dos manos en el mudra de meditación.
La madre que lo transciende todo.

Más cerca, en este mundo, en este sueño, Tara,
con una pierna flexionada en posición de meditación sentada
y la otra extendida para levantarse a la acción.
Tara, la rápida.
La madre protectora en este mundo, en este sueño de dolor.
Cuando Avalokiteshvara, el Buda de la compasión,
se conmovió al darse cuenta de que nunca podría salvar a todos los seres, innumerables,
sus lágrimas cayeron sobre una flor de loto y de allí surgió Tara, la madre sabia.
"Yo te ayudaré", le dijo.
"Tú y yo juntas (compasión y sabiduría)
lo lograremos."




Así que en mi tríada sagrada, Prajnaparamita y Tara son unos grandes referentes en el camino,
pero Vajrayoguini (la forma de estar ya, aquí y ahora,
inundada del Gran Gozo de la vacuidad)
es la vivencia en sí misma.

Existen otras imágenes de significado especial en este santuario que habito
pero uno muy especial es este Buda -explicó, para concluir,
y enseñó una pequeña figura policromada de Buda sentado,
con la cabeza arrancada.
No sé si a alguien de casa se le cayó al suelo
o si lo rompió voluntariamente en un ataque de cólera hacia mí,
pero un buen día, hace mucho tiempo,
me encontré este Buda que me había acompañado de alguno de mis retiros más significativos,
me lo encontré inesperadamente con la cabeza rota.
Pero, al verlo, no apareció una experiencia de dolor.
En lugar de eso, recordé las palabras del maestro Linchi:
"Si te encuentras a Buda, córtale la cabeza".
Y ésta es la historia del Buda que acompaña a mi tríada
de Budas.
El Buda que encontré ahí fuera
y al que la Vida le cortó la cabeza.



jueves, 3 de diciembre de 2020

Cuando el dharma te deja sin ilusiones.

 


Montaña arriba. Silencio.
Sin propuestas ni facilitación ni meditación dirigida.
Contemplación
libre.

En un momento dado, un claro del bosque al sol invita a parar,
sentarse y compartir.
David juntó las manos a la altura del pecho
y, saludando al buda en cada ser presente,
hizo la señal de que tenía algo que decir.

- ¿No tenéis la sensación de que, con el paso del tiempo,
la vida acaba retirando los regalos
que te ha ido ofreciendo por el camino?
Quizás la ilusión de un oficio, o una pareja, viajar,
el entusiasmo en cada afición, o enamoramiento.
No sé si es cosa de envejecer (nunca creí en eso)
o más bien cosa del dharma.
Pero cada vez tengo menos "ilusiones", ya no me las creo.
Menos intereses en este mundo.



Quizás no se trata tanto de hacer recuento de las cosas que nos ilusionaron en su día
como mirar el momento presente
-comentó Judit,
como investigando sus propias palabras conforme las iba desgranando-.
Al nacer encontramos unos retos, unos aprendizajes, unas conquistas,
descubrimientos y motivos de asombro,
que luego dejan de serlo.
A lo largo de la infancia van cambiando
y aparecen otros.
Y cuando llega la adolescencia es un abismo al mundo adulto.
Aún casi todo por descubrir.
Hacerse un lugar en el mundo,
la sacudida del enamoramiento,
el desafío de la pareja quizás,
los viajes que te muestran otras caras de este mundo
en este baile de disfraces.
La historia se repite en el mundo adulto.
Experiencias desveladas, ilusiones que dejan de serlo
para dar paso a otras nuevas,
retos nuevos.
Y ahora (da igual la edad),
una vez más, la historia se repite,
aunque a veces da la impresión de que se acaba, la historia.
Solo continúa.
La única diferencia es que hasta ahora las propuestas estaban hechas,
el camino de alguna manera marcado.
Quizás no se nos ha revelado tanto qué hay después,
cuando ya no deseas más ser una persona productiva.
Pero eso no significa que no haya nada por descubrir, que la vida se acabe.

- La dictadura de la vida adulta -intervino David.
Y entonces llega la madurez.
Y los referentes de la vida adulta deben ser dejados atrás, si ya no te valen.
Como quedaron atrás los referentes de la infancia
y la adolescencia.
No como un fracaso.
Ni una pérdida.
Ni siquiera como una transcendencia.




Personalmente, me encontré cambiando el enfoque -continuó Judit-
y ya no me preguntaba más qué hacer
sino cómo hacer, o cómo no hacer.
Cómo.

Por ejemplo,
como cabeza de familia, me había acostumbrado a funcionar de una forma acelerada,
como empujada por el reloj, para que me dé tiempo a todo.
Y ahí me había quedado ese hábito aunque hubiera reducido drásticamente 
las notas en la agenda.
Así que me planteé la nueva aventura de parar, primero (eso fue relativamente fácil),
y ralentizar después (no tan fácil).
Hacer o estar como si no existiera un instante después.
Fregar los platos fregándolos,
caminar caminando,
subir o bajar las escaleras sin apresurar el escalón,
comer comiendo (desconectada la televisión y la radio del pensamiento).
Respirar respirando.
Quiero decir que sólo cambiar una forma de hacer las cosas
puede cambiar el mundo en el que vivo
y la vida que vivo.
Imagina cuánto tengo aún por descubrir.

Ralentizar el movimiento no significa sólo reducir la velocidad,
como hacer silencio no significa meramente dejar de hablar.
El silencio requiere silencio, también de pensamiento,
apertura a la escucha profunda, contemplación.
Y moverse más lentamente es algo más que lo que simplemente se ve,
la velocidad que se aprecia.
No es hacer las cosas más despacio
con la mente igualmente puesta en lo siguiente, o en otra cosa.
Es estar donde estás, sin que te empuje el instante posterior.
Es
el fotograma del ahora.




Dicen que hacemos servir la mente humana (la experiencia humana)
al 20 por ciento de su potencial. Por poner una cifra.
Quizás nos acerquemos al final del trayecto de esta aventura
y aún tenemos un 80 por ciento (o muchísimo más)
de experiencias no cartografiadas.

Cuidado con quedar prendidas de unos objetivos que pudieron ser importantes en su momento,
como una mariposa prendida en un alfiler, ya sin vida.
Cuidado con seguir enganchadas a ellos cuando ya no sirven,
como si representaran el significado último de la vida.
Como si no hubiera vida más allá
de esa vida.

Personalmente, no me preocupa que hayan dejado de interesarme cosas
que en otros momentos me llenaban de excitación
y atraían mi atención y mi energía.
No me llama ese duelo
sino la aventura del terreno no cartografiado.
El mundo aún por descubrir, cuando mi enfoque cambia.
Cuando mi yo cambia.
El espectáculo abrumador de la vida inmensa.
La luz de la plenitud.




miércoles, 2 de diciembre de 2020

La nostalgia de los orígenes.

 


Parecen canciones de amor. Y lo son.
Parecen canciones de sexo, y quizás también lo son.
El sexo no es más que una energía arrolladora,
la llamada de ese estado de disolución.
"In love we disappear", dice Leonard Cohen.
"Muchas personas creen que buscan una pareja por amor -dice Alfred Font-.
Pero lo que buscan en el amor es la experiencia de desaparecer".

Lo que buscamos en el amor es ese estado de disolución,
lo que nos llama
es la nostalgia de los orígenes.

Y la otra persona no tiene nada que ver.
O tiene algo que ver, pero sólo como camino.
No es la causa.
Y mucho menos el objetivo.

Con la otra persona, lo que puede unirnos es un proyecto de vida,
a veces la intuición de "crecer".
Pero quién quiere hacer crecer este yo ilusorio?

Con la pareja nos une el proyecto de vida de este pequeño yo,
tan ilusorio.




Pero ése no era el tema del que quería hablar.
No la pareja.
Pero sí el amor.

A veces escuchamos canciones de amor, tan profundas,
que se convierten en parte de la banda sonora de nuestra vida.
Y damos por hecho que son canciones de amor a una persona.
Y no siempre es así.
Como los versos de amor de Teresa de Ávila, 
Juliana de Norwich, Rumi
o Juan de la Cruz.

Quién te dice que no es la ebriedad provocada por la luna
lo que inspira una canción de amor (Boig per tu),
o el arrebato de la revolución (Te doy una canción),
o el mensaje en una botella a la otra parte del conflicto,
como una mano tendida (Te molesta mi amor).

Porque el amor no discrimina
y se proyecta en todas direcciones.
Y puede estallar en cualquier situación.

Y desde luego, transciende en mucho a un ser aislado.
Y tiene muy poco que ver con un proyecto de vida.

Tan gratuito, el amor.
Que no busca una razón.
Y mucho menos una contrapartida.



Tener un proyecto de vida no tiene nada de malo
y encontrar un equipo con el que desarrollarlo forma parte de los juegos
de esta vida
(nada malo, si no acaba convirtiéndose en una distracción).
Pero no lo confundas con el amor.
Ni lo llames amor.

Y muchas de esas canciones de amor 
(o poemas, danzas, pinturas...)
no tienen nada de personal.
Aunque lo parezca.

Porque el amor nunca es personal.

El amor y lo personal se repelen.
Como el agua y el aceite.