jueves, 30 de abril de 2009

Sobre el amor y el ego.







Rabjor dice que el apego y la estimación propia (el egocentrismo) son como aferrarse a un hierro ardiente, o cubierto de espinos.
Te quejas de lo que te duele. No paras de sufrir y de quejarte.
Y Buda te dice: Suelta…
Y tú dices: No puedo!! Me duele mucho!!!
(A veces lo llamamos “amor”).

Sólo tienes que soltar, pero te duele tanto que no puedes (¿!). Por si acaso te duele más (¿!)

Y, a veces, en un momento de lucidez (o de meditación), lo comprendes: que tu dolor procede de tu agarre. Y entonces sueltas un poco, quizás un dedo, el dedo pequeño, tímidamente, por si acaso...
Qué alivio!... dices.
Pero luego se te olvida o vuelve el miedo, o el dolor (de los otros dedos, aún sujetos con fuerza) y vuelves a agarrarte aún con más fuerza al hierro ardiendo:
Cómo duele! No lo puedo soportar!
Y Buda dice:
Sólo tienes que soltarte, pero nadie lo puede hacer por ti.
Y tú repites: sí, pero es que no puedo, me duele demasiado!

A mí me resulta muy familiar. No sé a ti…

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lunes, 27 de abril de 2009

Cambiar.







¿Podemos ser budistas sin parecer un “bicho raro” en esta sociedad? ¿Sin que la gente a nuestro alrededor, que queremos y que nos quiere, se sorprenda de nuestros cambios y no nos reconozcan y se preocupen?

Nadie hace grandes cambios de la noche a la mañana.
A veces sí, pero son las menos. A veces alguien se “ilumina” en un instante y todo cambia.
Pero lo que suele ser más habitual son los pequeños cambios progresivos. Una persona escucha o ve algo que despierta alguna sabiduría interior que ya posee (alguna semilla sin madurar) y conecta y se hace una luz y comprende algo que ya era suyo, y de la cabeza pasa al corazón y algo cambia en su comprensión de las cosas y en sus relaciones y, quizás, hasta en sus hábitos. Empieza a dedicarle menos tiempo a algunas cosas que ya no son tan prioritarias y más a otras. Ese tipo de cambios.
Pero eso nos ha pasado un millón de veces y no dramatizamos. No nos sentimos culpables por que nos vean como un “bicho raro”. Hemos cambiado de ciudad, de pareja, de trabajo, de costumbres, y nadie ha puesto el grito en el cielo. La vida es así, siempre en continua transición. Un millón de veces hemos hecho cambios rotundos en nuestra vida, rotundos, y no nos ha preocupado, ¿por qué va a preocuparnos ahora, si lo hacemos por el dharma?

Por ejemplo, cuando dejamos una ciudad para ir a otra a estudiar. Cuando yo dejé mi casa y a mi familia en Almería para ir a estudiar en la universidad en Barcelona, con 18 años, los cambios en mi vida fueron radicales. Cuando decides ser madre, los cambios en tu vida son radicales. Cuando te vas a trabajar a otra ciudad, quizás a otro país, los cambios en tu vida son radicales. Sin duda mucho más obvios e impactantes (al menos exteriormente, socialmente) que cuando empiezas a meditar en la muerte, la compasión o igualarte con los demás.

Los cambios que produce el dharma, la meditación, en realidad son internos.
Tu egocentrismo se diluye; te cuestionas más a menudo si tu vida es significativa, si las cosas a las que dedicas tu tiempo y tu energía cada día son las importantes. Y eso puede producir cambios externos, claro. Pero la mayoría de las veces no necesitas dejar tu trabajo ni tus estudios ni tu familia; simplemente lo haces con otra “mente”, desde otra perspectiva y con otra actitud. Y los cambios que suelen ver a tu alrededor son sutiles y, ciertamente, no para mal.

En realidad, yo diría que te conviertes en una persona más fácil en tus relaciones. Menos angustiada y egocéntrica, discutes menos, empatizas más. Puedes dejar de comer carne o no, dejar de fumar o no; pero también fue un "cambio” cuando empezaste a fumar o a beber alcohol. En vez de irte de vacaciones a quemarte al sol en la playa, a lo mejor decides ir a un retiro a meditar. Pero todo eso son opciones personales que no harán daño a nadie –y en cualquier caso, en muchos los casos diría yo, tu salud te lo agradecerá.

No tengas miedo a los cambios que pueda producir en ti la meditación o el dharma; siempre has estado haciendo cambios en tu vida, no es ésta la primera vez.
Simplemente, plantéate con sinceridad si los cambios son para bien o para mal: si tu vida se hace cada vez más significativa o menos; si tienes más control sobre tus pensamientos y emociones o no; si eres más sabia para transformar los obstáculos de la vida en oportunidades. En suma, si eres más feliz y sabes sacarle más provecho a tu preciosa existencia humana.
Y toma las decisiones adecuadas.
Eso es lo que realmente importa.

Y si hay que hacer cambios, se hacen. Siempre lo has hecho así. Cada vez que has ido a por un objetivo (por trabajo, estudios, maternidad, etc.), has asumido los cambios necesarios, sin miedo a parecer un “bicho raro”.
No empieces a tener miedo ahora a los cambios.

martes, 14 de abril de 2009

Igualarse.




Existe un antes y un después de conocer el adiestramiento de la mente
del Loyong.

Podríamos resumirlo diciendo que se trata de transformar el sufrimiento propio en compasión por todos los seres: la empatía con el sufrimiento de todos los seres sintientes, tan profunda que desearías liberarles de su dolor, como lo siente un madre hacia sus criaturas.
Hay dos factores claves en este adiestramiento de la mente:
1. Cómo igualarse con los demás: recordar que cada persona desea ser feliz y no sufrir, exactamente igual que tú; no olvidar ni por un momento que la otra persona tiene derecho a la libertad y a la felicidad, igual que tú lo deseas para ti.
2. Cómo transformar las circunstancias adversas en el camino espiritual.

Chokga dice: recuérdatelo una y otra vez, en cada situación en tu vida, hasta que te familiarices con la idea de que cada persona tiene el mismo derecho que tú a la felicidad y a la libertad (a llevarse el mejor trozo del pastel, el mejor plato, el mejor sitio en el cine, ese ascenso en el trabajo que persigues, etc.). Hasta que surja naturalmente, parte de ti, de tu mirada. Te sentirás bien, porque te sentirás una persona más justa.
Por otra parte, encontrarás muchas oportunidades para alegrarte, porque cada vez que no consigas lo que deseas te alegrarás porque alguien ha conseguido lo que desea. Y ell@s son más (tú eres sólo un@). Así que se te multiplicaran indefinidamente tus oportunidades de alegría -no sólo cuando te toca a ti.

Y qué decir de las circunstancias adversas? No te faltarán. La vida está llena de ellas. Tú decides: victimizarte y lloriquear, o recordar a los miles, quizás millones de personas que están pasando por tu misma situación en estos momentos, o peor. No estás sol@. Cuando caes en la cuenta del dolor ajeno (mucho peor que el tuyo), surge el amor y te gustaría arrebatárselo. A eso le llamamos compasión.
Las circunstancias adversas, además, resultan un buen entrenamiento para la muerte. ¿Te duele el dolor, el duelo, la pérdida? Cuando llegue el momento de dejarlo todo, probablemente será peor, aún dolerá más.
Entrénate en soltar. En ser/existir sin necesidad de todo lo que tienes -y crees que forma parte de ti: tu imagen, tu reputación, tu casa, tu familia, tu trabajo, tu dinero, tu nombre, tu cuerpo…
Suelta, deja de identificarte con un equipaje tan abultado y pesado.
Aligera peso.
Y te resultará mucho más fácil partir –llegado el momento.
Y vivir. Ahora. Aquí.

No confundas la consideración con la falsa modestia.

A veces la humildad se confunde con falsa modestia –y viceversa.
A veces te dicen: la ofendida no debe pedir disculpas, sino el ofensor.
Pero qué pasa si tú no te sientes ofendida?
No existe ofensor.
Sólo una persona alterada al otro lado, alterada contigo –o contra ti.
De acuerdo: tú no eres la causa de su enfado sino sus propias perturbaciones mentales (sus propios prejuicios, tal vez). Tú simplemente has creado las condiciones.
Has hecho o dicho algo inadecuado en el momento inadecuado y se ha producido su enfado agresivo contra ti.
Y tú pides disculpas.
Y no es falsa modestia. Es que sabes que te has comunicado mal. Y es justo que pidas disculpas por la parte que te toca.

Chokga dice: Es justo que no pienses sólo en ti; te vas a sentir mucho mejor, mucho más justa que con tu mirada egocéntrica (de estimación propia) que cree que eres lo más importante y el resto son comparsas.

Todo el mundo tiene sus razones. Así que cuando alguien se altera contra mí, miro sus razones.
Y pido disculpas.
Qué otra cosa puedo hacer?
Aunque no haya habido mala intención por mi parte, como mínimo ha habido malos resultados.
Y es justo que pida disculpas, porque todo el mundo tiene sus razones. La otra persona también.

Estamos tan acostumbrad@s a proteger nuestro ego y a justificarnos, que si alguna vez alguien escucha a la otra persona y percibe su dolor y dice "lo siento", no podemos creerlo.
A veces puede ser falsa modestia. Pero nunca sabemos lo que hay en el corazón de la otra persona. Así que, por si acaso, yo prefiero creer que se trata de un simple gesto de consideración.

miércoles, 1 de abril de 2009

La disciplina moral.




Lorena nos habla esta semana sobre cómo cada acción, palabra o pensamiento que realizas en tu vida deja una impresión en tu mente y más adelante se manifestará de alguna manera. Es la ley de la causa y efecto; tenemos la vida llena de pruebas de que así es. Cada pensamiento, palabra o acción es un camino que nos dirige a alguna parte, a un estado de ánimo, a una consecuencia que antes o después tendremos que afrontar.
Por eso es tan importante la disciplina moral, actuar con consciencia.
¿Cómo hacerlo?
Existen dos prácticas, en especial: la consideración por los demás y el sentido del honor.

La consideración por los demás es como las buenas maneras, la buena educación, pero a lo grande. No se puede convivir sin consideración por las demás personas; o se puede, sí, pero provocando conflictos y situaciones indeseadas. Con consideración por los demás todo es más fácil en sociedad. Con consideración por el planeta y todos los seres que lo ocupan, otro gallo nos cantaría, en el estado de las cosas actual. Por no hablar del amor y la gratitud que genera (en ambas direcciones), que produce sensaciones agradables, de confianza, apoyo, ausencia de miedos, etc. Añadir imagen

La consideración por los demás nos conduce inevitablemente al sentido del honor. Hay un tipo de cosas que te permites y otras no. Ves con mucha claridad lo que quieres que sea propio de ti y lo que no. Porque actúas con consciencia y prevés la consecuencias personales de tus acciones, sí, pero también porque no quieres dañar a los demás seres.

Actuar con consideración por los demás y sentido del honor te convierte en una grata compañía y una persona de fiar, para ti y para las personas que te rodean.

En esto consiste, entre otras cosas, la disciplina moral.