miércoles, 19 de septiembre de 2012

Que sea gris y apacible.















Me gustan los días grises.

Cuando me vaya, que no resplandezca el sol,
que tanta luz me ciega y no me deja ver lo esencial
-debe ser por eso que, con el paso de los años, estoy perdiendo vista;
nada que ver con la edad, como dicen,
es que cada vez más evito los detalles
que me distraen.
Si llueve,
a mi cuerpo de luz no le importará.
Pero que sea gris, suave, sereno.
Que no suenen los motores de las obras constantes de la ciudad
-esos motores que son como una alegoría de mi propia mente ruidosa y parlanchina.
Que cesen, para que yo pueda escuchar el canto de los pájaros, tímidos, en sus nidos.
Y si no paran las obras de construcción, da igual, porque en sus motores
(en la cháchara de mi mente)
yo escucharé el canto de los pájaros
recitando
con su voz melodiosa
el mantra mágico
de Vajrayoquini.
Cuando me vaya, que el aire sea gris
y una réplica de este cuerpo que habito pise la arena de mi playa urbana, camino de la orilla, mar adentro.
Que la arena sea gris
y el aire sea gris
azulado,
como el cielo,
como el agua
como un espejo plano.
Que una réplica de este cuerpo entre en el mar
y se disuelva
como un terrón de azúcar.
Y otra réplica de este cuerpo,
sentada sobre el cojín, en posición de meditación, escuche a mi maestro
y se deje empapar por una lluvia de bendiciones,
soltar y volar,
transcender.
Y otra réplica de este cuerpo camine el camino de Montserrat
(en esos paseos de retiro del retiro),
cuesta arriba, la mirada en la montaña
que abandona su forma de gigantes dedos de piedra para adoptar el cuerpo de mi yídam roja
de tres ojos
y colmillos que devoran los engaños,
todos.

Cuando me vaya (cuando parezca
que me voy), que sea gris
y apacible
y alegre.

Y en mi mente de alegría,
de dicha, de embriaguez,
que suene el viejo mantra
profundamente gozoso
que siempre escucho
cuando medito en la muerte
y muero:
Ahora sí 
que voy a poder 
ayudaros...






















sábado, 15 de septiembre de 2012

El miedo, la ansiedad.









De dónde surge el miedo?
Por qué aparece?

Por qué te levantas, a veces, con ese nudo en el estómago
o en la garganta?
Por qué te cuesta dormir?
O peor:
caes agotado en la cama
(por qué agotado, en qué has gastado tantas energías
hasta el agotamiento?)
y tres horas después regresas,
no precisamente fresco y reparado, sino pesado,
deseando volver al abrazo del sueño, a ese refugio
reparador
(por qué el sueño no parece casi nunca reparador?)
y no puedes,
como si las puertas (del dormir) se hubieran cerrado con cerrojo doble.
Como una tortura.
Por qué te encoge el corazón
hasta los recuerdos,
si ya pasaron?
Por qué ese dolor de cabeza,
como un compañero fiel?
Por qué arrastras esa ansiedad todo el día,
como si hubieras olvidado respirar,
como si estuvieras en medio de una carrera de fondo, aun cuando no te mueves?
¿Acaso crees que llegas tarde a alguna parte,
que estás a punto de perder algo?

Siéntate un momento y observa cómo el mago de tu mente proyecta
todas las apariencias que se presentan ante ti,
sé el público consciente
que observa la película
pero no se deja engañar
y no necesita huir ante la imagen del tren que se acerca
o los enfados que estallan,
las pérdidas
o las ganancias
que te quitan el sueño.

Que ya no te quiten el sueño.























jueves, 6 de septiembre de 2012

Te presento a mi nuevo "yo".










¿No te has preguntado nunca por esa insistencia en designar "yo" en ese cuerpo, en esa apariencia que has elegido entre todas las apariencias?
Por qué has elegido ésta y no otra?
Desde luego, no es la mejor
-al menos en lo que respecta a mi propia elección personal.

Como si en la proyección/contemplación de la película,
optaras por identificarte con un personaje y tuvieras la capacidad de convertirlo en el protagonista.
Todos los demás personajes pasan a girar en torno a él.
Todos y cada uno de ellos son lo que son (más importantes o menos) en base a la función que realizan en la vida del protagonista principal -ése en el que has designado "yo".

Y yo me pregunto:
por qué he elegido designar "yo" en este personaje?
Desde luego, no es el mejor.
Ni este cuerpo ni esta mente;
ni sus apegos y aversiones son las mejores
o poseen algún sentido,
sino que nacen de un "yo" herido, mutilado, defectuoso.
Por qué he elegido designar "yo" en este yo
y no en otro?



























Caprichos del karma, dicen.
Bueno, no le llaman "capricho" pero, en realidad,
¿te has preguntado por qué te madura en un momento dado los efectos de un karma
y no otro,
y tu propia experiencia,
sin elección,
a merced de los azarosos vientos del karma?


Hasta que un día te preguntas:
por qué he elegido designar "yo" en este personaje,
preocuparme con sus obsesiones,
agotarme en sus apegos,
sufrir por sus aversiones,
permitir que me duelan sus dolores
físicos y emocionales,
que me secuestren sus compromisos y responsabilidades,
tan segregados y poco ecuánimes?
Por qué tomo partido de esta manera,
al designar "yo" en este cuerpo
y esta mente?
Por qué he elegido vivir con él
y morir con él?
Por qué he elegido morir?
Por qué éste y no otro?
Desde luego, no es el mejor...

Y entiendo el tantra,
lo sutilmente que el tantra entiende esta mente humana:
si tienes que designar "yo" en algo,
en esta experiencia humana,
al menos como primer paso,
como paso intermedio, como puente a la liberación
última,
que ese algo/"yo" sea perfecto,
libre,
sin apegos ni aversiones.





















Mi nuevo "yo".

Si aún tengo que designar "yo" en algo, hoy, en esta experiencia humana,
por qué no hacerlo en algo o alguien
perfecto,
libre,
sin apegos ni aversiones?




Si aún no sé vivir la experiencia de serlo todo
y no ser nada,
por qué no designar "yo" en el personaje libre,
abundante, sin necesidades ni carencias,
maternalmente/paternalmente protector,
amoroso, generoso,
libre.
Inmortal.

Quién dice que no puedo ser esa
apariencia
en esta experiencia
humana?

Yo sé que puedo.
Y tú también
lo eres.