lunes, 27 de noviembre de 2017

Celebrar.






Celebrar la libertad.
La salud.
El santuario donde me muevo.
El sol, el calor.
La lluvia y el viento que limpian el aire.
La voz del viento
y de la lluvia.
Celebrar la libertad
de mí misma,
y de las cadenas de mi mente.


Celebrar la visión.
El no-miedo.
La entrega.
El Yo grande.
El desapego.
Soltar.
Despertar de la hipnosis.
Celebrar el despertar.





Celebrar el gozo de la liberación,
la liberación del gozo,
la alegría.
El pequeño disfrute cotidiano que planta las semillas para la explosión,
como una carcajada,
como un llanto místico.




Celebrar el amor aun cuando esté ausente, como un grifo seco.
Celebrarlo, como el sol tras el cielo nublado.
Venerarlo como un único Dios.
O como una Diosa Madre en un Olimpo de diosas y dioses:
la Visión, la Libertad, el Gran Gozo...

Celebrar el Amor como un culto monoteísta.
Como una Madre preñada de Visión, Libertad, y el Gozo Supremo de la disolución.

Celebrar cada día todos esos Yos que llevo dentro. Mis compañeras de viaje.

El Olimpo como mi propio hogar, donde resido.







sábado, 18 de noviembre de 2017

La palmera.







Miraba las palmeras como si fuera una de ellas.
Así transcurrían sus días.

Sus días eran como los de una palmera en Retamar,
contemplando el sol salir por el horizonte de mar,
alzarse en el cielo y acabar desapareciendo en el horizonte de mar.

Era como una palmera plantada en los jardines del Paseo Marítimo.
Un poco seca, por el exceso de sol y mar y años.
La entropía.

Quizás no fueran hermosas y vistosas
pero aún así vivían su vida, cara al mar, escuchando la voz del mar en su oleaje
y los pájaros en sus nidos.
Contemplando el sol en su trayectoria, del mar al mar,
después de navegar el cielo en un arco perfecto.

Era como una palmera; nada que hacer,
ningún lugar a donde ir.
Ofrecerse a los pájaros que la querían visitar,
dar albergue a sus nidos y finalmente verlos partir.
Dejándose abanicar las hojas al viento, a veces suave,
a veces destructor.
Pero ahí seguían, el tronco firme.
Quizás un poco más descascarilladas y rotas después del vendaval,
pero era cuestión de tiempo volver a recuperarse otra vez.
Sintropía.

El tronco firme, las hojas abanicadas por el viento.
Ofreciendo refugio.
Escuchando la voz del mar y el canto de los pájaros.
Dando albergue a sus nidos.
Contemplando la trayectoria del sol.
Nada que hacer.
Ningún lugar a donde ir.