jueves, 26 de febrero de 2015

Es ahora o nunca.





Querido amigo:

Aquí estamos, en el camino kármico, con momentos de embriagadora libertad y momentos de separación y miedo.
Te diría que ahí estamos, aprendiendo; pero, en realidad, yo creo que más bien desaprendiendo, todas las viejas creencias, soltando las inercias, las costumbres.

Yo creo que "saber estar aquí mismo" (eso que digo tanto últimamente) no consiste meramente en contemplar, aceptar y adaptarse una vez más a las nuevas condiciones (siempre cambiantes).
Quizás se trata más de no esperar otro momento (el momento de la muerte, esa oportunidad, según tantas escrituras espirituales) para hacer aflorar "la bondad, la alegría, la compasión y la ecuanimidad inconmensurables" (por ponerle unos nombres; el "despertar" es otro nombre), que dicen que experimentó Kinh Tam al dejar su cuerpo.
Si no lo practicamos ahora (al menos, lo ensayamos), no va a salir en otro momento.
Es ahora o nunca.
Saber estar aquí es vivir el presente como si cada instante estuviéramos en el esplendor de la "iluminación".
Evitar caer en la trampa de que se convierta en un mero sueño de futuro.

Es ahora o nunca.





Lo descubrimos con "Alicia en el país de las maravillas", "El mago de Oz", el soliloquio de Segismundo de "La vida es sueño" y tantas revelaciones compartidas, humanas y divinas: que el camino es otra alucinación. Que ya estamos donde hay que llegar.
Que el final del camino está aquí mismo.

Que es ahora
o nunca.





miércoles, 25 de febrero de 2015

Elige tu sueño.






Soñó que su cuerpo había dejado de funcionar.

Venía de una celebración religiosa. Meditación, cánticos, mantras, rituales que ella no comprendía pero que resultaban bellos de contemplar, en especial por la concentración y la devoción de quienes los llevaban a cabo.
De vuelta a casa, el paisaje era el mismo que ya conocía pero la percepción diferente.
Ella era consciente de que su percepción era diferente a aquélla con la que estaba familiarizada.
Como siempre, sentía que aquello que percibía era sólo una proyección de su mente, pero ahora las dimensiones y proporciones eran cambiantes, y diferentes de aquéllas a las que estaba acostumbrada, así que el convencimiento, la constatación (las cosas no son como las percibo) era aún más profunda.




Cuando se durmió, soñó que su cuerpo había dejado de funcionar.
Abrió los ojos y todo era oscuro excepto una tenue luz.
Silencio y quietud.
No podía mover el cuerpo.
Prestó atención, pero tampoco escuchaba nada a su alrededor.
Pensó: estoy en coma.
Cómo he llegado hasta aquí?
Pensó: Probablemente un accidente, atropellada mientras venía en bicicleta, dada mi percepción tan poco precisa.
Han cambiado las condiciones, pensó. Sólo te queda familiarizarte con esta nueva situación.

Pasadas las horas reconoció que aún estaba aquí, en estas condiciones conocidas.
Sin alivio ni tristeza.
Al final, la vida es un continuo proceso de adaptación.





Cuando se lo contó a su amigo, éste parecía sufrir conforme escuchaba la narración.
Qué experiencia tan negativa, dijo.
Negativa por qué?, preguntó ella.
Bueno, no soñabas que volabas o te expandías de gozo, respondió él; soñabas que te morías.
Que cambiaban las condiciones, sí -reconoció ella.

Y tomó nota.
Ciertamente, su amigo tenía su razón.



Recordó el libro que acababa de leer de un tirón. El monje, de Thich Nhat Hanh.
Inspirador.
La historia de una mujer vietnamita que se hizo pasar por hombre para entrar en un monasterio.
Una vez convertida en un monje, fue acusado de ser el padre de una criatura, que abandonaron en el monasterio dejándola a su cuidado. Y se hizo cargo de ella a pesar de que eso daba pie a más habladurías, al ser interpretado como un reconocimiento de su culpa.
Murió a los 28 años.
Dada su vida, su práctica, sus realizaciones, su ejemplo, después de ella (al descubrirse su identidad femenina al morir), se creó el primer monasterio para mujeres en el país de Giao Chau (antigua región china en el norte de Vietnam).

Qué le resultó tan inspirador?
Que siempre la protegió el amor.
Pasara lo que pasara, comprendía las flaquezas y el sufrimiento de las otras personas.
Vivió feliz, aun cuando su marido la acusó de intento de asesinato; cuando se vio obligada a abandonar el hogar; cuando fue señalada por Mau como el padre de su hijo; cuando la castigaron a latigazos por haber mantenido relaciones sexuales siendo monje y podía ser expulsada del monasterio.
En todo momento la protegía su conciencia libre de culpa (que no culpaba a nadie, ni a l@s demás ni a sí misma) y murió feliz, meditando en el amor universal, ecuánime.

Que a mí también me proteja ese tipo de amor, pensó cuando cerraba el libro, acabada la lectura.
Que me proteja ese tipo de amor, en la vida y en la muerte.




"Tras acabar de escribir las cartas, Kinh Tam se sintió completamente agotada.
Soltó el pincel de tinta, apagó la lámpara de queroseno y, enderezando su postura, empezó a alimentar su cuerpo con los ejercicios de meditación centrados en la respiración.
Una vez que cuerpo y mente se hubieron calmado, Kinh Tam entró inmediatamente en la Concentración de la Bondad Inconmensurable.
Tras alcanzar un gran nivel de concentración en este estadio, el novicio avanzó hacia la Concentración de la Compasión Inconmensurable.
Una vez lograda la plena realización de esta concentración, ingresó en la Concentración de la Alegría Inconmensurable.
Una sonrisa dichosa se abría en el sereno rostro del novicio.
Con toda la fuerza de la Concentración de la Alegría Inconmensurable inundando su ser, Kinh Tam entró en la Concentración de la Ecuanimidad Inconmensurable.
En esta concentración, la bondad, la compasión y la alegría abrazaron al novicio y a todos los seres del mundo; no había discriminación entre seres amados y enemigos.
El novicio abrió plenamente su corazón a todos los seres.
Concentró toda su atención plena en su madre, su padre, su hermano, su maestro, su marido, Mau, en su hijo, en sus hermanos en el Dharma y en todos los seres con los que se había cruzado en sus 28 años de vida, y en todos los demás.
Entonces, con una sonrisa, dejó marchar el cuerpo y la vida.
Firmemente sentada en posición de loto, Kinh Tam murió".





Ella pensó en las palabras de su amigo; realmente, en su sueño no "volaba", simplemente contemplaba el cambio de condiciones.
Por qué, cuando creía que moría, no aprovechó ese momento para transcender las apariencias, para amar, para "volar", como decía el amigo?
Por qué aún se mantenía presa de las apariencias?
Cierto es que se sentía desprendida del cuerpo y sin dolor, pero aún creía las apariencias. Se adaptaba a ellas.
Pensaba: Éstas son las nuevas condiciones, familiarízate.
Por qué no las transcendía, ya que las condiciones que aparecían en sí mismas no eran las "transcendentes"?
Por qué tengo que esperar a que aparezcan (la bondad, la alegría, la ecuanimidad inconmensurables de Kinh Tam), por qué no las creo ya, ya mismo?

Por qué no elijo ya mismo mi forma de morir
y mi forma
de vivir?



sábado, 14 de febrero de 2015

Ya no eres la misma persona.





A veces se reunían para meditar y a veces para compartir (hablar desde el corazón), en el ágape, en torno a la mesa; a veces en retiros informales de fines de semana, en la naturaleza (meditación en grupo, paseo consciente); a veces para profundizar en la práctica personal, intercambio de dudas y aciertos, investigación.

En el compartir sobre la práctica, alguien explicó que lo que más le costaba era ponerse a meditar a solas, en casa. En su vida cotidiana, sentía que la comunicación era más fluida y su estado emocional más ligero, como si por fin estuviera aprendiendo a vivir, pero la meditación formal era lo que más le costaba. Y ni siquiera sabía si lo estaba haciendo bien. Vosotras cómo lo hacéis?

Entonces ella explicó una de sus prácticas de meditación, en 8 pasos (aprendida, o inspirada, en su etapa de estudio en la NTK); una fórmula que la había ayudado a desarrollar concentración, a profundizar en las experiencias de meditación y llevarlas a la vida cotidiana.




Los tres primeros pasos pueden ser considerados una especie de preparación para entrar en la meditación. Deconexión de las actividades previas para concentrarnos en el momento presente. Un ejercicio de atención plena.
Los dos pasos centrales, como el corazón de la meditación.
(El corazón es importante, pero también lo es el hígado, los huesos, la piel... Todos los demás pasos son igualmente importantes).
Y los tres últimos pasos pueden verse también como una preparación para salir de la meditación y entrar en la vida de la vigilia, la vida diaria.





1. Sentarse. (En cualquier posición cómoda y con la espalda recta, o incluso tumbada, si fuera necesario). Parar el cuerpo. Y tomar conciencia de la quietud.
Este cuerpo que está en movimiento todo el día y quizás también durante la noche, inquieto, ahora descansa. Le doy permiso para parar. Nada que hacer, ningún lugar a donde ir.
Moro en la quietud. Disfruto de la quietud física.

2. Parar la mente. Tomar conciencia de la quietud mental. Esta mente que está en movimiento todo el día, recordando el pasado, proyectando el futuro, y durante la noche, creando mundos, situaciones, experiencias, ahora se detiene para habitar el presente, para descansar aquí, ahora.
Disfruto del silencio, la quietud mental.

3. Motivación. Por qué voy a hacer esta práctica de meditación?
En esta etapa observo cómo me siento (atención), si últimamente han brotado en mí experiencias de cansancio, estrés, enfado, frustración, miedo... Y decido que voy a hacer este ejercicio de meditación para desarrollar una experiencia interior de no-miedo, amor, fortaleza, vacuidad, para desarrollar paz interior... lo que sea que deseo cultivar en este momento.

Ahora estoy preparada para entrar (o seguir) en la meditación de una manera consciente, atenta, despierta.


4. Investigación. (También denominada contemplación o meditación analítica). Busco las causas de ese miedo, estrés, enfado o lo que sea que hay en mí en este momento y deseo sanar. Lo investigo con pensamientos creativos y positivos (consciente de que esas experiencias de sufrimiento están ahí por causas kármicas, sí, pero también apoyadas y reafirmadas  por pensamientos y experiencias equivocadas, que producen sufrimiento).
Esta fuente de investigación o contemplación inspiradora pueden ser reflexiones conceptuales, textos reveladores seleccionados de los libros espirituales o en cualquier otro lugar. Un texto (el soliloquio de Segismundo en La vida es sueño), un haiku, una canción, un mantra, la respiración. Vale cualquier cosa que te resulte inspiradora a ti en este preciso momento y te conduzca a la experiencia que deseas, liberadora, de no-miedo, de amor, compasión, etc.

5. Meditación de emplazamiento. Sueltas las herramientas utilizadas (pensamientos conceptuales o no conceptuales, la instrucción de dharma, el poema, el mantra, la respiración...) para llegar a la experiencia obtenida (de paz, amor, la que sea) y te instalas en la experiencia.
Eres la experiencia.
De esta manera, estabilizas esta experiencia (de amor, fortaleza, no-miedo, paciencia, comprensión, vacuidad...). Se hace más profunda y estable en ti. Se desarrolla, como se desarrolla un músculo al usarlo.
Eres lo que practicas.




Unos ejemplos como ilustración:

Pongamos que has percibido una sensación de miedo, últimamente. 
Miedo a perder, a tomar las decisiones equivocadas.
Quizás pienses: 
Esta tacañería emocional surge de una ilusión de separación que me hace pensar que puedo perder algo si está en otra parte.
Quizás sólo identificar la ilusión te haga reducir o disolver esa hipnosis de separación, y automáticamente surja una experiencia de alivio, de liberación. 
Y te instalas en esa experiencia de conexión
gozosa.


O tal vez me de cuenta de que cualquier adversidad o pérdida que ocurre en mi vida es de gran importancia, rayando el drama, mientras que si lo mismo le ocurre a mi vecina me parece que no es para tanto, así es la vida.
Comprendo que quizás lo que me duele tanto no es la situación misma como la importancia personal que me atribuyo.
Y en esa comprensión surge una humildad reconfortante, una experiencia de compasión que me iguala y me conecta a los demás.
Y suelto mi pequeño yo para compartir el yo que lo engloba todo.


O bien recuerdes: 
Llegué sin nada a este mundo y me iré sin nada. 
Todo lo que creo que tengo es prestado y, de hecho, ya se está yendo. 
Es cuestión de tiempo.
Por qué dejar que los objetos que creo poseer me posean, 
y que mis supuestos intereses me esclavicen?
Por qué no vivir la vida como si ya lo hubiera dejado todo (es cuestión de tiempo), 
y paso simplemente a gestionarlo con apertura y generosidad,
sin ansiedad, sin estrés, sin miedo?
Quizás empieces a sentir una experiencia de ligereza, confianza, libertad, conexión, amor.
Te instalas en esa experiencia gozosa de conexión y amor.
Resides en ella.
Eres 
este amor que lo engloba todo.
Sin miedo.





Puede ocurrir que no sea tan fácil mantenerse en esta experiencia y te des cuenta de que la has perdido, te has distraído y estás pensando en la cena de esta noche.
Recuerdas de nuevo el objeto de meditación, la experiencia magnífica en la que te hallabas, y retomas la contemplación (instrucción del dharma, mantra, canción o poema) que te condujo a la experiencia.
Como volver a echar más leña al fuego para avivar la llama.
La leña es la contemplación (la investigación, la meditación analítica), la llama es la experiencia, la meditación de emplazamiento.
Como el dedo que señala la luna.




Podemos mantener la meditación de emplazamiento durante 15 minutos, o 20, o 10, o 5, el tiempo que consideres oportuno, sin forzar demasiado.




Los tres últimos pasos nos ayudan a salir de la meditación de una forma creativa y útil.

6. Determinación. Aún en esta experiencia meditativa (de amor, libertad, no-miedo, confianza en la vida...) y a punto de volver a la vida cotidiana, tomo la determinación de llevar este estado interior a la vida diaria, y en especial a las situaciones más conflictivas.
Es importante concretar, recordar las situaciones específicas que fácilmente nos producen malestar, y nos visualizamos ahí protegid@s por la actitud en la que nos encontramos en este momento.
Este paso nos ayuda a establecer un puente entre la experiencia de meditación formal y su aplicación en la vida cotidiana.




7. Dedicación. Dedicas la energía positiva generada por este ejercicio de meditación para algún objetivo, externo o interno. La curación de una persona enferma, la paz, la fortaleza o bien que se estabilice permanentemente esta experiencia que vives en este momento.
Quizás sientes que no tienes nada que dedicar porque no has hecho nada, te has pasado el tiempo distraíd@ o intentando echar leña al fuego, sin éxito.
Aún así, no te has levantado, has estado ahí, y puedes dedicar la paciencia, la intención, etc.

8. Salir de la meditación.
Por qué es un paso salir de la meditación? Porque no consiste simplemente en abrir los ojos o estirar las piernas o ponerse de pie y volver a las tareas diarias.
Sales de la meditación consciente de que quien sale es alguien diferente de quien entró. Alguien con una experiencia interior más estabilizada, más profunda. Con el puente con la vida cotidiana más marcado y seguro, más corto cada vez. Porque cada vez la meditación formal y la informal están más cerca y están a punto de ser lo mismo.
Quien sale de la meditación es alguien que ha dejado que emerja alguna faceta del Buda que lleva dentro, o el Buda mismo; se ha quitado de en medio (su yo).
En última instancia, se ha disuelto su yo.

Thich Nhat Hanh dice que "el objetivo de toda meditación consiste en desembarazarse del yo, porque de él nace el sufrimiento". (Estás aquí. La magia del momento presente),





Es como haber estado todo el tiempo de la meditación confeccionando un vestido de fiesta y ahora salimos de la meditación con el traje nuevo puesto.
Un vestido de fiesta interior.





martes, 10 de febrero de 2015

Quizás la iluminación sea saber estar aquí mismo.





A veces, cuando dolía, pensaba: Aún estoy aquí.
O debería decir: Aún no estoy aquí?


Quizás la iluminación, la transcendencia, consiste en entregarse a lo que hay, mientras está.
No tanto surfear como hacer inmersión.




Siempre había disfrutado mucho los retiros, como una visita a un planeta nuevo.
Allá, en los retiros, lo llamaban "Tierra pura",
y exploraban la renuncia, se entregaban a la renuncia.
Qué dulce embriaguez, liberadora.
Como un perro que sale del mar y se desprende del agua en su pelo, nos desprendíamos de todas las apariencias del samsara, externas e internas.
No circulaban intoxicantes de ningún tipo pero el efecto embriagador resultaba tan inspirador.
(Lo llamaban bendiciones).

Pero a veces ella pensaba:
Y si la auténtica liberación consistía en entregarse a lo que aparece, las situaciones, las personas...?
Contemplar, comprender, amar
lo que aparece.
En ningún caso renunciar, ignorarlo
o negarlo.




Su amigo solía decirle:
Cuándo vas a decidirte a salir de ese refugio tan cozy?
Y ella respondía: Por qué?
Por qué había de hacerlo?
Ese "refugio tan cozy" para muchas personas resultaba un auténtico encuentro consigo mismas, con la soledad, con las heridas sin sanar, con lo humano y con lo divino, y con lo demoníaco también.
No siempre era fácil.
Para muchas personas no resultaba precisamente cozy.
Pero es cierto que para ella siempre había sido un paraíso, como una visita al nirvana.
Y por qué abandonarlo?

Regresar a las apariencias no resultaba tan inspirador. No tan fácil. (No tan cozy)
Ahí estaba el auténtico campo de cultivo, donde practicar la paciencia y todos los demás objetos de meditación.




Así que pasar por "samsara", por la vida mundana, era como pasar por las cosas sin tocarlas, para no implicarse demasiado, para evitar el riesgo de contaminación.
Y si se sorprendía sufriendo, en algún momento, solía reconocer: Aún estoy aquí.
Como una situación imperfecta, inacabada. Un camino sin completar.

Pero entonces sonaba otra voz:
Y si, en realidad, lo que ocurre es que
aún 
no estoy
aquí?

Y si no se tratara de salir de aquí
sino de estar aquí y ahora, donde estás,
plenamente, conscientemente, infinitamente.
Eternamente.





Y era como aquello que le dijo su amigo una vez:
Cuando miras la montaña,
al principio ves una montaña
y luego no ves la montaña.
Y más tarde ves la montaña,
pero ya no es la misma montaña.




domingo, 8 de febrero de 2015

El guión kármico.




Para ella, lo que se presentaba ante sus ojos siempre era una ilustración de lo que se presentaba dentro. A veces el viento, a veces las olas, o el mar calmado. Salió a la calle y encontró un cielo cubierto, oscuro, y al fondo, en el horizonte de mar, una franja luminosa y abierta.

Le gustaba contemplar el guión que se desplegaba en su vida, desentrañar los signos. La vida como un libro que hay que saber leer. (Ese lenguaje kármico que hay que aprender a comprender).
La vida propia y la de los demás.

Miraba a su amigo de la infancia, de visita en su ciudad. Le miraba a él, colega de su hijo mayor, y a su nueva pareja con el niño pequeño, de ella.
Miraba a su amigo jugar con el pequeño, cuidarle, y al niño buscarle. Con la confianza de sentirse amado y cuidado. Miraba a la nueva pareja de su amigo, cuidarle a él, compartir su plato.
Pensó que cuando la pareja de una madre le da unos gramos de amor y cuidados a su hijo (de ella), la madre devuelve kilos de amor, atención y cuidados a su pareja.
Pero esa ley también funciona al revés: cuando su pareja es tacaña de amor y atenciones con el hijo de ella, la madre también podría ser tacaña de atenciones y cuidados con su pareja. Quizás contra su propia voluntad, sin ni siquiera saber por qué.
Pero sólo es un personaje del karma.




Fue al cine. Pantalla grande. En la película, el padre que había sido distante y parco con el hijo pequeño (de dinero, atenciones, cuidados, amor) se enfrentaba ahora a una situación de derroche inevitable con el hijo crecido, adicto al juego. Derroche. Inevitable. Y a ella se le rompía el corazón al ver el personaje kármico que le había tocado interpretar al personaje del hijo en su vida adulta.
Dudaba que en los estudios de guión cinematográfico hubiera alguna asignatura sobre karma personal y colectivo, constelaciones familiares, lazos de amor
o perdón radical.

No somos tan libres como creemos.
Pero alivia el dolor y aligera el drama (y la culpa) cuando comprendemos el personaje que nos toca interpretar y la situación kármica de la que formamos parte.

Por eso a ella le costaba tanto juzgar, sentir preferencias o rechazos personales.
Si al final cada cual interpreta el personaje que toca interpretar para la sanación propia y de los demás.
Una oportunidad tras otra.
Porque, como dijo el poeta, "aquí no se ilumina nadie hasta que no se haya liberado hasta el último mono".



miércoles, 4 de febrero de 2015

Las semillas del miedo.





El viento azotaba con fuerza las ramas de los árboles y los toldos cerrados en la terraza de la cafetería.
El techo del cielo era gris y amenazador pero al fondo, en el horizonte, se extendía una ancha franja de luz.
(Como siempre, lo que se encontraba ante sí era como una metáfora de su propio interior.)
Se preguntó por qué le llaman "amenazador", al cielo que presagia un estallido de lluvia, purificadora. Por qué no ver un estallido de bendiciones?
Recogió sus cosas y dejó su mesa en el interior de la cafetería, camino del club deportivo.
De camino, vería cómo está el mar, si invita al baño o no, según la magnitud de las olas.
Sin miedo, pensó.
Sin miedo. Que éste sea el título de esta libreta, la bandera de este fragmento del camino.
Sin miedo al frío, a la muerte de los míos, a las pérdidas, a dónde irán mis cosas cuando yo muera.
A dónde iré yo misma, cuando parezca que muero,
A dónde iré, mientras parezca que vivo.




Cada una de sus libretas recogía una etapa de su vida. Pequeñeces de la vida diaria, lo que no se cuenta cuando te preguntan cómo te va la vida, lo que no se recuerda pasado el tiempo. Y esta libreta empezaba a hablar demasiado de sus miedos.
Los miraba a la cara y los desmontaba uno a uno, es verdad, pero volvían a reaparecer, con una forma u otra.
Cuando se lo contaba a una amiga de la sangha, lo entendió a la primera.
"Las semillas del miedo", dijo la amiga.
Eso es.

Ella ya no se preocupaba por las causas aparentes de sus miedos, no se dejaba engañar por eso.
Sólo ponía su atención en el miedo mismo. Las semillas del miedo, aún en su interior.
Y ahí estaba ella (como le había dicho un amigo: al enemigo, de frente), plantando cara.
Entregada.
Contemplando
su propio guión.
Su propio karma.



Dejó la mesa en el refugio de la cafetería y salió a la Plaza del Mar, al viento, al mar.
Sin miedo.
Pensó que ése sería el título de esta libreta.