jueves, 30 de abril de 2015

Mientras dure.





Le encanta el sonido del viento.
Literalmente; detiene todo movimiento, acalla los pensamientos y sucumbe al encantamiento del sonido del viento.
Su voz, que la despierta.
La luz en su cuarto (en su gompa, su santuario privado), al caer la tarde.
Como un encantamiento.
Los sonidos del silencio de la tarde.
El aroma que desprende al calor del sol la pastilla de amber musk jamid, impregnando el aire de la habitación.
Su corte de pelo (se lo devuelven los espejos de la pared de armarios empotrados, multiplicando ilusoriamente el espacio y la luz que entra por el balcón).
S. insistió tanto; no hay nada como tener un amigo peluquero al que le importa la salud de tu cabello.
Pero lo que más aprecia es su capacidad recobrada para disfrutarlo, otra vez, este gozo profundo que a veces se le escapa.




Los viajes a los que la lleva de la mano el último libro recibido (Una guía a los estados más profundos de la meditación, de Bhante H. Gunaratana).
Los cuentos de Ajahn Brahm.
El libro verde sobre el tatami (Un canto a la vida, de TNH).
Las meditaciones analíticas y contemplativas con la lectura de Comprensión de la mente, de GKG.
El forro de tela bordado con hilos de plata, que protege El sol de la sabiduría (Comentarios sobre la sabiduría fundamental del camino medio de Nagarjuna).
Las confidencias poéticas de Teresa de Ávila.
Tantas buenas compañías, inspiradoras.




El retiro de silencio y soledad en el convento de Sigena, a partir de mañana.
El silencio, la soledad y el calor del sol en su propio espacio personal, hoy mismo. Aquí, ahora.
Pero sobre todo, lo que más celebra,
es el regreso del goce profundo en sí mismo.
La apertura, la fe, la disolución. La entrega.
Esa muerte gozosa que ha vuelto.
Seguramente no para quedarse.
Pero aquí está de nuevo
su amante infiel.



Mientras dure.













domingo, 26 de abril de 2015

En silencio, para oír la voz de Dios.






A veces siente como que algo está a punto de pasar.
Quizás mientras está limpiando la cocina, cuando descubre cierta suciedad donde no se veía, y cuenta con las herramientas adecuadas para disolverla y retirarla, y la superficie vuelve a ser limpia y suave.
Limpia pausada y silenciosamente, como si algo estuviera a punto de pasar; atenta, para no perdérselo.

A veces se despierta y el día es gris y las nubes anuncian tormenta.
Como si algo estuviera a punto de pasar.
Y ella se entrega: Aquí estoy.

A veces escucha una canción que ha escuchado mil veces, o quizás una nueva canción, y siente un crujido en su corazón y piensa:
Un día habrá que hacer un retiro de silencio y música y lágrimas.




Algo está a punto de ocurrir y no puede hacer más que esperar.
No quiere moverse, ir a ningún lugar, hacer nada.
Quieta, en silencio, a la escucha. Estoy preparada.




Hace años, con su grupo de meditación, a veces alquilaban una parte del monasterio de unas monjas dominicas y la transformaban por unos días en una gompa budista. De las celdas a la sala de meditación, los pasillos estaban llenos de imágenes sagradas que invitaban a la devoción, el recogimiento y el silencio, con frases inspiradoras del tipo: "Sólo hablaba con Dios o de Dios".

En su primera visita al convento de Sigena, la monja había accedido a que se quedara allí unos días, a condición del silencio, decía, "para poder escuchar a Dios".




Un día, hace tiempo, le dijo a su maestro budista que no entendía muy bien eso de rogar y rogar y pedir a los Budas sus bendiciones, y mucho menos entendía la necesidad de viajar a sitios lejanos en busca de las bendiciones de los Budas.
"Yo creo que los Budas ya están haciendo su trabajo; lo que importa es que yo esté abierta a percibirlo, allá donde esté".
El maestro le rió la irreverencia.
Siempre había sido una irreverente y un día él le dijo que lo peor no era eso, lo peor de todo es que ella no tenía un guía espiritual.
Ella le miró con sorpresa y le creyó a pies juntillas, porque se lo decía su guía espiritual.

Pero lo que nunca había cuestionado su maestro era su fe, su entusiasmo. El entusiasmo que transmitía, su convicción, su alegría. Su amor.
Eso nadie se lo había cuestionado en su vieja familia espiritual.




A veces se despertaba con la agenda llena de posibilidades pero veía cómo se le estiraba el presente en la quietud. Presente.
Claramente clara de que todo está aquí, en este instante.
Las bendiciones de los Budas, la voz de Dios, están aquí, en este preciso instante.
Y hacía silencio, para escucharla.
Y se movía callada y pausadamente en su pequeño espacio mientras preparaba el desayuno o recogía, lavaba los cacharros en la cocina u ordenaba la habitación.
Con movimientos sutiles, para no hacer ruido.
Por si se despierta ese sentido que le permite oír la voz de Dios.
Por si percibe la presencia sagrada (las bendiciones de los Budas) en el tictac del reloj, el motor del ascensor, la voz de la vecina al llegar a casa, el saludo del perro, las gotas de lluvia al caer.
En silencio, para oír la voz de Dios.
Presente, para que la encuentre presente.
No quería distraerse, por si aparecía la voz de Dios o las bendiciones de los Budas.
Ofrecida, entregada, rendida a su voluntad, para no luchar más con la vida, para fundirse con ella.
Para reconocer su identidad en la Vida misma.
Qué otra cosa podría ser?

Y no quería distraerse de lo que era.
En el silencio o en los sonidos; en la soledad o en la compañía.
No quería distraerse y dejar de percibir a Dios (ella misma, ese interser) en cada aparición kármica.
No perder la oportunidad en cada oportunidad que le ofrecía la Vida.
Hasta que sucediera sin esfuerzo.





lunes, 20 de abril de 2015

Aquí, ahora.





A veces tocaba retiro.
A veces, ella decidía no sumarse, aparentemente.
Quizás porque no le salía a cuenta la excesiva energía de los preparativos (madrugar, las prisas, el viaje en coche, quizás el avión, la muchedumbre, la excesiva actividad para llegar a la quietud).
Y entonces optaba por quedarse en casa y tomar parte en el retiro colectivo desde su retiro en soledad.

Y así, abría los ojos en un despertar consciente, relajado y sin prisas;
el larguísimo ritual del desayuno en soledad, moviéndose pausadamente entre los sonidos del silencio;
caminata de atención plena por la montaña, tres horas de respiración verde y aire limpio y fresco;
lectura y meditación formal al caer la tarde.
Incluso poner la lavadora y contemplar la ropa secándose al sol y al viento, formaba parte de la práctica (purificación), y ponerse la ropa limpia era como vestirse con una piel nueva de recién nacida.





Llamó a su amiga, de vuelta del retiro.
Estaba cansada, del viaje, pero contenta. Y tú?
Bien, yo bien.

Los colores del cielo claro por detrás de las nubes iluminadas sobre la iglesia encendida en la cima del Tibidabo, parecían celebrar la despedida del día y dar la bienvenida a la noche.
Voces de niñas de paso por la calle, camino de casa. Mañana vuelve a ser día escolar y hay que recogerse temprano.
Un coche pasa con la música escapándose por las ventanas.
Un Paco de Lucía joven toca unos tangos a la guitarra.




Yo sólo quiero caminar 
como corre la lluvia en el cristal,
como camina el río hacia la mar.









miércoles, 8 de abril de 2015

El retiro en la vida diaria.





En la antesala de finalizar la sesión de meditación, en el momento de compartir, a veces se comparten experiencias personales y a veces el silencio. Tras unos minutos de silencio, ella llevó las manos juntas a la altura del corazón y las demás personas sentadas en el suelo, en círculo, le respondieron de la misma manera, como señal de escucha atenta.

Hace tiempo, en el transcurso de un retiro -explicó-, a la hora de la comida, el maestro se sentó a mi lado y en un momento dado le pregunté: Cómo te gustaría morir?




Ella miró con complicidad y un amago de risa a algunas personas de la sangha, que respondieron con una risa cómplice, conscientes de su "monotema", como ella lo llama, el tema de la muerte, su referente tan presente.


No sé por qué le pregunté eso -bromeó ella-. Quizás tenía que ver con el contenido del retiro. O no. El caso es que el maestro pensó un momento y luego me respondió:
Me gustaría morir en un retiro.

Y yo le entendí -dijo ella-. A mí también me gustaría morir en un retiro, quizás.

Porque cuando estás fuera es fácil que el guión te atrape y te secuestre. Te lo crees y te dejas arrastrar por  lo que parece que ocurre, la consecución de escenas. El sueño parece tan real cuando estás bajo los efectos de la hipnosis.
Y el retiro te permite ver la película como la película que es.
Y sueltas apegos y aversiones y creencias, y te instalas junto al proyector, acomodada en la apacible ligereza.
Y sientes que, si ahora me fuera, soltaría sin esfuerzo. Fluiría sin esfuerzo.
Si ahora me fuera, todo saldría bien.



Pues bien -concluyó-, una vez a la semana, cuando nos encontramos aquí, la sangha, para meditar, es un auténtico retiro para mí.
Una hora de retiro a la semana, como una isla de paz, el retiro que me alimenta.
Gracias por hacerlo posible.



Como siempre, había hablado desde el corazón, y sin embargo, mientras hablaba al final de su compartir, sentía que no decía toda la verdad.

Indiscutiblemente, ésa era una inestimable ocasión de retiro en grupo, cuando se encontraba para la meditación con la sangha.
Pero también evocó sus desayunos, como un auténtico retiro en soledad.
En la soledad del tictac del reloj y los sonidos del silencio doméstico. El aroma a café recién molido, recién hecho; el cardamomo. El pan tostado. El aceite de oliva en el paladar, las aceitunas negras. Ese ritual. Esa isla sagrada. Ese retiro.

Y evocó el momento de irse a dormir. Entregarse al descanso, "nada que hacer, ningún lugar a donde ir". La conciencia atenta en el instante, antes de perder la conciencia. Alargando la conciencia atenta. Esa isla sagrada. Ese retiro.




Y evocó el despertar cada mañana, sin prisa. Cuando contempla en mundo que se despliega ante ella, cambiante, el imparable argumento, en marcha.

Y evocó su cita diaria con el mar, sentada en la orilla, frente a la infinitud. Las olas cambiantes. Haciéndose y deshaciéndose.
Levantarse y caminar, y fundir su cuerpo de aire en el cuerpo de agua.

El día colmado de islas sagradas, y la noche.
Repletos de retiros.




Porque ya no sabía vivir de otra manera.