jueves, 29 de octubre de 2015

Renuncia y compasión.





"En la tradición Shravaka, se enseña que los cinco agregados (el yo) son sólo sufrimiento porque son el resultado de la acción kármica impura, así como la base para el surgimiento de las aflicciones mentales, que son sufrimiento en sí mismas y por sí mismas, además de ser la causa de futuras acciones kármicas que producen aún más sufrimiento en el futuro. Por eso, el objetivo del Sharavakayana es abandonar los cinco agregados y obtener el estado del nirvana, en el que no queda ni rastro de ellos, del yo. El nirvana de la tradición Sravaka se describe como cuando la llama de una vela se apaga; es la paz que es la completa cesación de los agregados impuros y también del samsara.
Sin embargo, el Mahayana no presenta las cosas de esta forma. Desde el punto de vista de los sutras mahayanas, los cinco agregados y el sufrimiento que les acompaña tienen la naturaleza de la pureza original y perfecta. No hay ni una pizca de impureza en ninguna parte de ellos que deba ser abandonada. Por lo tanto, los practicantes mahayana no quieren desprenderse de su naturaleza samsárica, sino que aspiran a nacer en el samsara en tantos cuerpos, en tantas vidas como sea posible para ser de ayuda a los seres.
En la práctica del Vajrayana se cultiva la comprensión de que los cinco agregados tienen la naturaleza de las cinco familias de budas y de que la naturaleza del sufrimiento es la bienaventuranza (el gran gozo y la vacuidad). Siendo así, para qué querría alguien abandonarlos? Tienen la esencia misma de la iluminación".


(De "El Sol de la Sabiduría".
Enseñanzas sobre la Sabiduría Fundamental
del Camino Medio
del Noble Nagarjuna.
Khempo Tsültrim Gyamtso.
Ediciones Dharma)












Nubes como copos de algodón, blancas, y grises, en un abanico de tonalidades.
Al este, nubes como antorchas de luz.
El sol se oculta por detrás de un horizonte de tejados.
Al frente, una gran masa gris oscura en proceso de disolución, sobre un cielo azul claro;
sobre la claridad del cielo, la claridad del aire, la claridad de las montañas y las calles de la ciudad, en un día en que el viento ha limpiado el aire que respiramos y el paisaje que aparece.

(Cada instante, cada forma, cada color, aparentemente amenazador o apacible, en proceso de disolución.
La vida, ya sabes, un libro de dharma).




Algunos aviones dejan su estela en el fondo vacío del cielo azul.
Más cerca, algunos pájaros sobrevuelan los tejados.
En la cesta, recogida la ropa seca, hasta hace un momento tendida al sol.

El olor del jabón de Marsella en la ropa recogida.
Las hojas de cilantro en sus dedos.
En el paladar, la albahaca en la salsa de tomate de los espagueti y las rodajas de jengibre en el agua de la pasta.
El vino tinto en la copa.

Después de comer, subió al terrado a recoger la ropa y allí se quedó, bajo el efecto del encantamiento del Reino de los Cielos.




Los bordes de luz plateada en las nubes se hacen rosas, violetas y de un anaranjado de fuego.
Las gaviotas sobrevuelan la tarde.
Silencio.
La voz multicolor del silencio.





Quién querría huir de los cinco agregados, de los fenómenos, de las formaciones internas y externas, de lo que aparece, aquí y ahora?
Quién querría huir de lo que aparece, sea lo que fuere, si contiene la naturaleza de la bienaventuranza, el gran gozo y la vacuidad?
Si cada brizna de apariencia contiene la esencia misma de la iluminación.




martes, 27 de octubre de 2015

Un sorbo de té.





El maestro zen vietnamita Thich Nhat Hanh, en la recta final de su larga vida, sufrió una hemorragia cerebral grave que parecía señalar el final de su paso por esta existencia humana.
El amor de sus monjas y monjes, pendientes en todo momento de sus necesidades, y los cuidados del equipo médico, le retuvieron, aunque él afrontaba grandes retos incluso para el mero hecho de respirar. Durante meses, no podía ingerir alimentos por sus propios medios ni comunicarse. Evidentemente, no era fácil para Thay, pero aquí se quedaba, un tiempo más.
Había quienes pensaban que no se iba porque aún le necesitaban en la sangha de Plum Village y en su comunidad internacional, como cabeza de la organización, como maestro y líder espiritual.
Ella sospechaba que este bodhisatva (este Buda) aún permanecía en este planeta para seguir mostrándonos con su ejemplo la forma de afrontar la vida, la enfermedad y la muerte.
Él estaba perfectamente preparado para irse o quedarse (esa ilusión).




Según el budismo, existen tres clases de seres en el camino hacia la iluminación.
El ser inferior, que, consciente de las vidas futuras, opta por una conducta virtuosa y la acumulación de karma positivo por temor al sufrimiento de los infiernos y para poder acceder en el futuro a una existencia en el reino de los dioses, o de los Budas.
El ser medio, que opta a la renuncia al sufrimiento del samsara, en todas sus formas. Incluida la apariencia de una cómoda vida temporal en los reinos superiores.
Y el ser superior que ha perdido todo interés egoísta; le da igual los sufrimientos o disfrutes (esa mente dual conceptual) y simplemente se ofrece al servicio de los seres sufrientes.

Para ella, TNH era un ser superior.
Irse o quedarse era irrelevante.
Pero aquí estaba, todavía, enseñándonos cómo afrontar las alegrías y las dificultades de la vida, la enfermedad y la muerte. Esa ilusión.






Sus monjas y monjes le amaban tanto, que a veces quizás llegaban a olvidar algo de lo aprendido, por el miedo a perderle y la resistencia a que esto ocurriera.
Se preocupaban, sufrían, se aceleraban, por el deseo de verle mejorar.
Entonces, antes de una de sus primeras grandes recaídas, él les había dicho:
Para qué tanta ansiedad? Si de verdad os importo, cuidad vuestra paz interior. Cuidaos a vosotr@s mism@s.

Durante algún tiempo estuvo inmovilizado en la cama, alimentado vía intravenosa y aparentemente inconsciente, aunque por lo visto nunca llegó a necesitar la respiración asistida (casualidad o tal vez él aún permanecía en su práctica de la respiración consciente: inspiro y estoy en casa; espiro y sonrío, estoy en casa).
Aún semiinconsciente, en cierta ocasión, observando al equipo médico afanado en su labor, consiguió llevar el dedo a sus labios. Silencio. Sonrió. Y señaló el cielo al otro lado de la ventana.
Quiere que paremos un momento, dijo una de sus discípulas.
Como cuando, en meditación caminando, sonaba la campana.
Stop. Inspira, espira; regresa aquí, ahora (si los pensamientos te han llevado a otro lugar).
Quiere que paremos un momento. Silencio. Y que miremos el cielo.

Cuentan que un médico se acercó a la ventana. Y se puso a llorar.
Nunca antes había mirado el cielo de esta manera, dijo. Tan ocupado en los asuntos de mi vida.
Nunca antes había visto el cielo.
La inmensa claridad del cielo.
Lloraba.
(Como si por un instante, por primera vez, hubiera percibido la inmensa claridad de su propia mente, de su propia vida, de su propio ser.)



Otras veces, en medio de la actividad de sus cuidador@s, Thay conseguía llamar la atención de alguien y, con gestos, pedía que prepararan un té para todo el equipo médico presente en su habitación.
Té. Sentarse. Parar. Degustar.
El té, el sol, las nubes, la lluvia, el aire, la tierra, las abejas en sus flores, el trabajo humano...
Hacer el amor con el universo en tu paladar.
Fundirse.
Desaparecer.



A lo largo de toda su vida, Thich Nhat Hanh tenía presente en cada meditación, en cada instrucción, por prosaica que pareciera, la visión de la vacuidad. Y que "ser es interser".
Y a lo largo de su dura enfermedad (quizás decidió permanecer un poco más para mostrarnos cómo afrontar los peores momentos) seguía revelándonos, con una sonrisa, la práctica de hacer el amor con la vida,
fundirse,
desaparecer
en un simple sorbo de té.




domingo, 25 de octubre de 2015

Cocinar con amor.







Domingo.
Gris. Amaneció apaciblemente gris.
El ritual del desayuno.
El vaso de agua caliente para entrar en calor, con medio limón recién exprimido, para ir despertando con caricias el organismo aún dormido.
El café recién molido y tahín casero con sésamo y lino sobre la tostada. Mermelada de membrillo (se deleita en la belleza del bote, como un cubo de cristal) y ciruelas moradas.

Antes de coger la bicicleta camino del mar, fregó el suelo de la casa con agua perfumada y limpió el baño con aroma de manzana y hierbabuena.


El mar como un espejo, plano, transparente, bajo un cielo cubierto.
Al entrar, como un cuerpo de hielo que se abre para abrazar otro cuerpo (esa ilusión) de carne y huesos.
Pero eso fue después de un tiempo infinito de meditación en la orilla ante un paisaje de quietud sin tiempo.




De vuelta a la cocina, pensó en su amiga, con quien la noche anterior había compartido un embriagador ágape de aniversario, una cena exquisita elaborada a tiempo lento por la amiga, para quien es tan importante cocinar con amor.
Con devoción, dijo ella.
Con amor, gratitud y mucha devoción, no sólo hacia l@s comensales sino hacia los mismos productos.



Puso a hervir las patatas ecológicas con su piel y preparó las hojas enteras de espinacas para el último minuto.
Mientras tanto, hizo la mayonesa (un huevo de gallinas en libertad, aceite de oliva, unos cuantos granos de sal del Himalaya, medio diente de ajo y una gotas de limón) y preparó el plato de baba ganoush sobre una base de hojas verdes; espolvoreó sobre el hummus de berengena unos toques de pimentón de la Vera (de su último viaje por Extremadura, de vuelta de Andalucía) y rellenó con parte de la crema algunos pimientos del piquillo. Finalmente decoró la ensalada verde y roja con aceitunas negras.

Deliciosa mezcla al presentarlo sobre el pan de pita caliente.

Y la copa de vino ecológico del Penedés.

Le había dicho a su amiga que, si era posible, solía optar por el producto local.
Y que si el amor en la cocina era un ingrediente importante, eso incluía la devoción con que pedía permiso a cada producto en su mesa, preferiblemente bien tratados por el trabajo respetuoso.

Degustó la ofrenda del planeta en su mesa como una oración.
Pensando que la compartía con su amiga, cada receta, pero sobre todo la devoción, la ofrenda, la oración.




Una vez recogida la mesa, conectó la televisión y apareció una película sobre el "French Cancan".
Flexibilidad y acrobacia, la embriaguez de la música y los volantes, la frescura inspiradora de la honestidad.
Elige la vida que quieres vivir, cualquier cosa estará bien y no prestes oídos a quien te juzgue.
Elige la vida que quieres vivir y vívela.




Cada día discurría así, como un domingo cualquiera, sin planificar, un paso lleno de significado detrás de otro, lleno de significado.

Pensó en su amigo, actor y bailarín, acróbata, enamorado del circo.
Quería hablar con él sobre el cancán -de alguna manera, recién descubierto.

Pensó en su amiga, apasionada de la cocina.
Quería compartir con ella algunas recetas veganas y la importancia del respeto a la tierra y de alimentarse con compasión.
Porque con el amor (a l@s comensales) no basta.
Y si de verdad usamos el amor, que se note, a cada paso en la cocina.
En el trato a cada ingrediente, previamente bien tratado.




Pensó en su viejo maestro y en la renuncia.
Pensó en Thich Nhat Hanh y su amor a la vida, a cada paso sobre la tierra, a cada inspiración y exhalación, a cada apariencia, purificada por el amor.
("No hace falta morir para pisar la Tierra Pura")

Pensó en la victoria del amor sobre todos los maras
y sobre todos los miedos (también a las vidas futuras y a los infiernos).
La victoria del amor sobre el samsara;
de la ecuanimidad sobre la ignorancia de la dualidad.

Y pensó una vez más en Milarepa, para quien la vida era un libro de Dharma.





domingo, 11 de octubre de 2015

Sufrir sin aprender o aprender sin sufrir.





Querida amiga,

intentaré explicarme otra vez.

Cuando ayer decías que para aprender y cambiar algo, hay que sufrir, no te lo cuestiono.
Es una forma, una oportunidad.
Pero sospecho que no la única.
Y es más, sospecho que en esa creencia a veces se encierra el riesgo de adicción al sufrimiento.

Que las situaciones difíciles ofrecen una oportunidad de aprendizaje y cambio, no te lo discuto.
Pero yo creo que, en realidad, cualquier situación ofrece una oportunidad de aprendizaje y cambio. Lo que pasa es que, es cierto, a veces, si no duele no la descubrimos, no la rentabilizamos.




El sufrimiento te da la oportunidad de cambiar, pero no siempre usamos esa oportunidad.
Parece ser más fácil cuando ese dolor es intenso o demasiado continuado, si llega un momento en que te cansas (de sufrir), "basta ya", o si te lleva a la desesperación, "no lo aguanto más".
Y en cualquiera de estas situaciones puede darse la catarsis.
En estos casos, el sufrimiento es una gran oportunidad de aprendizaje, tienes razón.

Pero no siempre es así, y también hay el peligro de que simplemente te adaptes a la situación de sufrimiento y la conviertas en una zona de confort. Cualquier cosa para no cambiar.




Así, el sufrimiento en sí mismo no significa nada.
Puede ser utilizado para aprender y cambiar
o puede servir meramente para estabilizar una adicción al sufrimiento.

Por consiguiente, vemos que se puede sufrir y aprender, y se puede sufrir sin aprender.




Pero también se puede aprender sin sufrir.

Por qué esperar a que las situaciones dolorosas aparezcan en nuestra vida para empezar a cambiar algo (que nos hace sufrir)?
Cuando sentimos la compasión y la conexión con los demás seres, ¿no podemos sentir sus experiencias como si fueran propias?
Quién te dice que no lo son? Que no aparecen en tu vida precisamente para que las contemples y aprendas?

Definitivamente, se puede aprender (y cambiar) sin esperar a que aparezcan grandes dramas personales en tu vida, porque ya están apareciendo; ya está apareciendo todo lo que tiene que aparecer para que tú y yo aprendamos. Y la compasión te ayuda a comprenderlo, la conexión.

Porque la vida es un libro de dharma.




miércoles, 7 de octubre de 2015

Y el Verbo se hizo Carne.





A veces observa que las cosas funcionan, como si realmente ella se hubiera quitado de en medio y dejara el cauce libre.


Llegó a la sala de meditación, después de unas semanas de ausencia, de viaje fuera del país. Con la alegría en el corazón, de volver a abrazar a sus compañeras y compañeros de la sangha.
Hoy facilitas tú, no?, le preguntó C.
Yo? pensó que era una broma. A veces le hacen ese tipo de bromas, a sabiendas de que ella se resiste a conducir la meditación.
No, es en serio, dijo C. Yo facilité la semana pasada y G la anterior; no hay nadie más, te toca a ti.
En serio? Pero he estado de viaje y nadie me ha dicho nada. No tengo nada preparado.
Miró la cara de C, encontró cansancio y tristeza. Cogió el libro de Thay que siempre había en el fondo de los cajones que se quedan en el local de alquiler para la meditación. Lo abrió. Ésta es la meditación, se dijo.
Ok, le dijo a C, ya facilito yo.
La amiga la miró aliviada. Te lo agradezco mucho, le dijo.





Era una meditación guiada, larga. Ella, que siempre prefiere la contemplación en silencio.
Pero nada más entrar en la sala y ver las caras de la sangha, abrió el libro y apareció esa meditación y supo que era ésa.

Inspiro. Y observo mi cuerpo. Y observo el dolor de mi cuerpo.
Espiro, y sonrío al dolor de mi cuerpo.

Dejó apenas un par de minutos para la meditación en silencio.

Inspiro. Y contemplo los contenidos de mi mente.
Espiro. Y sonrío al dolor de los contenidos de mi mente.

Silencio, para inspirar y espirar, el dolor mental, y sonreírle.

Inspiro. Y observo el dolor de las semillas del miedo en mi mente.
Espiro. Y le sonrío al dolor de las semillas del miedo.

Silencio.
Inspiro y espiro.
Y sonrío al dolor del miedo. Lo abrazo, ya no lucho más. No me resisto ni lo rechazo.

Inspiro. Y observo el dolor de las semillas del enfado.
Espiro y le sonrío a las semillas del dolor del enfado.

Silencio.
Inspiro y espiro.
Sonrío.
Abrazo.

Inspiro. Y observo el dolor de sentirme atrapada.
Espiro y le sonrío a las semillas de sentirme atrapada.

Silencio.
Inspiro y espiro.
Sonrío.

Inspiro. Y observo las semillas de la alegría.
Espiro. Y le sonrío a las semillas de la alegría.

Silencio.
Inspiro y espiro.

Inspiro. Y observo las semillas de la rendición, la entrega.
Espiro y sonrío a las semillas de la entrega.

Silencio.
Inspiro y espiro.

Inspiro y observo la plenitud de la liberación.
Espiro y sonrío a la plenitud de la liberación.

Silencio.





La meditación era larga y a veces temía si la gente se estaba aburriendo, o durmiendo. Algunos cuerpos empezaban a moverse, quizás necesitaban estirar las piernas.


Personalmente, dijo al acabar, creo que estaría bien quedarnos ahora 10 minutos más en una meditación en silencio, centrando la respiración en la experiencia presente, cada cual en la suya propia, en la emoción que ocupa principalmente tu vida en estos momentos (el miedo, la ira, el apego, la frustración, la alegría...). Pero quizás hay algunas personas que necesitan estirar el cuerpo, así que pasaremos a la meditación caminando, y os propongo que aprovechemos para seguir meditando en la emoción que domina tu vida en estos momentos. La contemplas, contemplas sus semillas, le sonríes, la abrazas. Y vemos qué pasa.




Siempre siente que la gente puede aburrirse, cuando se ha visto condicionada a facilitar la meditación.
Pero ella simplemente hace lo que hace, sin preocuparse demasiado por los resultados.
Como si no lo eligiera.
Como si saliera solo.
Simplemente lo hace.


Llegado el momento del compartir, comprendió que no se habían aburrido.


Se regocijó una vez más, admirada ante la capacidad de las personas de integrar experiencias profundas, comprender y liberarse.

Gracias, iban diciendo al salir, y no era una mera rutina.
Lo había comprendido al compartir y lo veía ahora en sus caras.

No he sido yo, dijo ella, la primera vez que se despidieron con esa mirada profunda de gratitud.
Luego, simplemente calló, y no dejaba de contemplar, fascinada, la capacidad de abrirse a revelaciones, de las personas, aun cuando ya no son "la luna nueva".
La capacidad de escuchar las palabras de siempre como si fuera la primera vez.
De dejar que las palabras se revelen a sí mismas.
Y que el verbo se haga carne.

La capacidad de renacer.

Les iba viendo salir, con fascinación, admiración, devoción, gratitud.
Sus maestr@s.




lunes, 5 de octubre de 2015

La falta de amor.





Buena pregunta, G. Buenísima.
Como bien dices, por mucho que nos amen, si no es personal la experiencia de amor (si no siento el amor dentro de mí), de poco me sirve.
A no ser que lo utilice como inspiración (para dejarme contagiar y empezar a amar yo misma).


Qué hacer mientras tanto, cuando soy incapaz de sentir el amor?

- En mi opinión, como con cualquier otra cosa, lo primero, reconocerlo (esto ya es un paso de gigante).
Y aceptarlo.
Digo que ya es un paso de gigante reconocer la falta de amor dentro de una misma, en vez de poner la responsabilidad en el exterior ("no hay nadie que me ame", o "nada que se merezca ser amado").
Y aceptarlo. Otro paso de gigante.
Así es como son las cosas en este momento.
Ha "madurado" en mi vida la incapacidad para amar, en este momento.




En este momento de mi vida toca sentirme como un grifo seco, el agua cortada. Seca de amor.
Esto es lo que hay. Ahora mismo.
Pero ya está cambiando, como todo.
Como cualquier otra nube en mi vida, de paso, esta experiencia de no-amor ya está cambiando.


Reconocerlo (sin autoengaños). Aceptarlo y pensar en la impermanencia.
Esta experiencia de no-amor ya está cambiando.
No es definitiva.




- Seguidamente, como ya sugeríamos más arriba, busca el amor a tu alrededor y déjate inspirar.
En una madre con su criatura, en alguien que ayuda a alguien, en una sonrisa...
La vida está llena de gestos de amor, y de modelos de amor.
Quizás alguien te ama y tú le menosprecias o, peor aún, ni siquiera lo ves. No reconoces su amor. No aceptas el regalo.

Contempla el amor.
Y déjate inspirar.
Y contagiar.
Y regocíjate.
Alégrate de que lo sientan otras personas, otros seres
(los animales e incluso las plantas, la naturaleza está llena de fuerzas de amor).
Busca inspiraciones.

En este paso hay el riesgo de que aparezcan algunas trampas:
- A veces tendrás que hacer un esfuerzo por encontrar el amor porque, quizás, desde tus gafas de la negatividad y la cerrazón, sólo encuentres argumentos negativos. Está bien, sigue intentándolo. Sigue buscándolo.
- Cuando, por fin, puedas ver el amor, vigila si aparece la envidia.
El objetivo es que puedas alegrarte de la buena experiencia de los demás, y abrirte a ella. No segregarte y cerrarte más, con el peso de la envidia.




- Enfoca tu atención en las cosas buenas de los demás (no en sus faltas, en lo que no te gusta y te impide amarles).
Las personas, los seres en general o alguien en particular (con quien sientes la dificultad de amar), están llenas de multitud de cosas buenas.
Contempla su bondad, por una parte.
Y contempla su sufrimiento, las dificultades a las que se enfrenta, la dureza de su vida.
Y deja que surja la compasión (el deseo de que sean felices).
Contemplar su bondad y su sufrimiento te ayuda a que se te rompa el corazón.
En realidad, lo que se rompe es la coraza del corazón.
Y una vez rota la coraza del corazón, emerge la ternura.
Ya se está abriendo paso el amor.


- Mientras tanto, con o sin amor, trata a las personas con amabilidad.
Ellas no tienen la culpa de tu insatisfacción, tu frustración o tu malestar interior.
Y, desde luego, no son responsables de él.
Cuida a las personas, a los seres, los objetos de tu entorno. Trátales con consideración. Con apreciación. Con gratitud.
Disfruta de ellos.





- Practica el disfrute. Trátate bien. Cuida de ti misma.
Cuando lo que ves a tu alrededor empieza a inspirarte amor, no puedes dejar de sentir una experiencia de conexión y de alegría.
Disfruta de ese bienestar.
Da igual de dónde parezca que surja (al contemplar un atardecer, en compañía de unas amigas, en una cena, ante una taza de café...)
En realidad surge de ti misma.





- Y no te hará daño pedir ayuda.
Estoy hablando de la oración, especialmente eficaz en momentos de desesperación, cuando el ruego es sincero y profundo porque se desea algo como el aire para respirar.

Desde la humildad y el reconocimiento de mis propias limitaciones, aquí y ahora, pedir ayuda,
a la vida, a Dios, a los Budas o a tu yídam particular.
Esa inspiración (o las bendiciones) que nos ayuden a abrir el corazón.

Una mezcla perfecta de conciencia, humildad y entrega.
Y funciona.
La oración sincera siempre funciona.

(Solemos lanzar nuestros deseos al viento cuando buscamos un trabajo, deseamos aprobar un examen y hasta cuando queremos que nuestro equipo gane el partido, por qué no hacerlo cuando deseamos fervientemente sentir el amor que llena nuestra vida de significado?)





Resumiendo:

(1) Desde el reconocimiento (de la incapacidad para sentir el amor), la aceptación, la consideración de la impermanencia y la paciencia,
(2) te dejas inspirar por el amor que ves a tu alrededor
(3) y pones tu atención en la bondad de los demás y en su sufrimiento (y en tu compasión).
(4) Mientras tanto, con o sin amor, te dedicas a cuidar a los demás. Les tratas con amabilidad. Actúas como si ya les amaras.
(5) Disfruta de las ofrendas que la vida te regala.
(6) Y, llegado el caso, pide ayuda.


Pronto acabará tu experiencia de no-amor para dar paso a una experiencia de amor.
Es así porque todo es impermanente.

Mientras tanto, tú haces tu parte, para que
cuando llegue la inspiración (o la experiencia de amor)
te pille trabajando.   :)




jueves, 1 de octubre de 2015

El karma.







Llueve
sobre los cristales de la galería.

No cierra los ojos al degustar la olivada sobre las hojas verdes en su plato. No usa el tenedor, las toma con las manos, enteras, brotes tiernos de colores variados.
Dice "brotes tiernos" y siente una especie de compasión que recorre todo el cuerpo que habita.

Degusta en la olivada el sabor sutil de las hojas frescas de albahaca. Esta mañana aún creciendo en la maceta en su mesa.
Seleccionó algunas hojas, como una oración, y las cortó con devoción. Y luego las introdujo en el recipiente de aceitunas negras deshuesadas y aceite de oliva. Y las trituró. Con devoción.




Degusta el sabor sutil de la albahaca fresca en la olivada negra (la planta en la maceta continúa su existencia sin ellas). Las siente ocuparla. Mezclarse con su propio organismo, fundirse, nutrir sus células, viajar por su sangre. La albahaca convertida en ella y ella en albahaca. El sol, la lluvia, la tierra, el aire, la luz que les dio la vida, en cada partícula de la hoja, en cada quark de su propio cuerpo. Y ya no hay separación.

Este cuerpo, mero nutriente. Sólo es cuestión de tiempo.
Puede verlo, alimento de gusanos, o fertilizar la tierra, abono para otras plantas, nutriendo el organismo de la albahaca, o el tomillo, o los olivos, o los pinos del bosque, viajando por su savia. Y ya no hay separación.




Que su cuerpo convertido en cenizas siga siendo útil. Alimentando este planeta. Este sueño.
Este nirvana aquí, ahora, en esta experiencia humana.
O este samsara de luces y sombras.
La vida sabe.
Y le presenta a cada cual lo que precisa.
El karma sabe.





Recordó a su amigo A, su viejo hermano vajra.
Siempre aspirando a una nueva vida en el reino de los dioses, o en la Tierra Pura, rodeado de héroes y heroínas.
La última vez que le vio (esos encuentros en el ágape con la sangha), él le dijo:
Qué hay de malo en la riqueza, en los templos lujosamente decorados y las ofrendas caras? Nadie aspira a la pobreza, la pobreza no es un valor; sólo es el efecto del karma negativo.
Ella pensó que el error más importante está, quizás, en la puerta cerrada de la dualidad, pero no se lo dijo.
El yo presente, otra vez en medio, el ego cargado de preferencias.

Ella sospechaba que la riqueza y la pobreza son sólo algunas experiencias que la vida pone en tu camino cuando las necesitas. Lo que haces con ellas es cosa tuya. Pero en sí mismas son irrelevantes.
Desear una u otra (el yo que crees que existe, presente)
es la puerta cerrada que te mantiene en esta rueda sin salida.

Una vida en el reino de los dioses o en los infiernos guardan en sí mismas el mismo riesgo:
Que te las creas.
Y ella opta por soltar expectativas y miedos y deseos.
La vida sabe.