jueves, 28 de mayo de 2015

El karma, esa hipnosis que funciona.









"Querida amiga, ya estás aquí de nuevo. Bienvenida a casa".
Así es como Thich Nhat Hanh nos invita a recibir a las viejas experiencias, tan familiares, de tristeza, miedo, preocupación, enfado, celos, envidia... Lo que sea.
La reconoces. Ya has estado aquí antes, piensas, le dices. Ya eres parte de mí.

En realidad, no hay nada que no sea parte de mí.

"Soy una rana que nada feliz
en el agua clara de un estanque,
y soy la culebra que se acerca
sigilosa para alimentarse de la rana.

Soy el niño de Uganda, todo piel y huesos,
con piernas delgadas como cañas de bambú,
y soy el comerciante de armas
que vende armas mortales a Uganda.

Soy la niña de 12 años
refugiada en un pequeño bote,
que se arroja al mar
tras haber sido violada por un pirata,
y soy el pirata
cuyo corazón es incapaz de amar."

(Del poema "Llamadme por mis verdaderos nombres".
De Thich Nhat Hanh).





Todo está en ti y no merece la pena perder el tiempo en enorgullecerse o culpabilizarse.

Así que, querido amigo D.,
si aparece una vieja experiencia, por dolorosa que sea, le das la bienvenida y la acoges en tu casa.
No veo que tenga sentido hacer otra cosa.

Pongamos el miedo.
Un día abres los ojos por la mañana y ves que te despiertas con un nudo en el estómago y en la garganta. El miedo, la fragilidad.
Miras alrededor y quizás no hay ninguna circunstancia especial que justifique ese miedo.
Y sin embargo, si la buscas (y eso lo hacemos siempre, automáticamente, inconscientemente, porque creemos que si tenemos miedo siempre es por algo), puedes encontrar un millón de razones para tener miedo.
Que pierdas el trabajo; o que lo encuentres, si no lo deseas; que se estrelle el avión donde vuela tu hijo; que se pare el metro en mitad del túnel; que los resultados de la mamografía te cambien la vida...
Pero ya no te dejas engañar. Ya no buscas un culpable.
Sabes que hay muchos motivos para sufrir, si los buscas, pero también hay muchos motivos para recrearte, admirarte y ser feliz.
Y si ha aparecido el miedo es porque estaba dentro de ti (como la tristeza, el enfado, la alegría, la generosidad...)
Simplemente, esa semilla ha "madurado".
A veces, cuando se dan las condiciones externas, y a veces sin ellas. Simplemente, brota de nuevo.




Así que lo ves brotar, crecer, debilitarse y morir.
Sin apego ni aversión.
Sin oponer resistencia.
Sin enfado ni culpa.
Ya no crees que ese miedo aparezca "justificadamente" porque alguien te esté agrediendo.
No reaccionas contra nadie.

(Como la rata en la jaula del laboratorio, que recibe una descarga eléctrica bajo sus patas y se defiende atacando a su compañera de celda, porque alguien tiene que tener la culpa de su dolor y debe ser la otra).

Sin oponer resistencia y con humildad.
Aún soy un ser humano lleno de emociones humanas
(llámale "perturbaciones mentales", si quieres).
Aún soy frágil y vulnerable.

Como un anfitrión, que recibe al visitante que llega a su casa (la alegría, la rabia, el dolor, el placer...), le acoge, con ecuanimidad, le acomoda y le despide,
sin apego ni alivio,
cuando se tenga que ir.





PD:
Sin embargo, no siempre actuamos así.
Y a menudo tendemos a reaccionar ante lo que sentimos y no nos gusta.
Y, en gran parte, reaccionamos porque creemos que las cosas están pasando "de verdad"; le damos fuerza a lo que parece que hay ahí fuera y a lo que sentimos dentro; a las apariencias externas e internas.
Y reaccionar, de una manera u otra, significa que no hemos aprendido la lección.
(Significa seguir sembrando causas para consolidar ese karma).
Y así, volverá a aparecer, una y otra vez, repitiendo pauta hasta aprender la asignatura.

La alternativa?
En mi experiencia, y ya que me preguntas, querido amigo D,
responder con amor;
a lo que aparece fuera y a lo que aparece dentro.
(Lo contrario de reaccionar con rechazo y oponiendo resistencia).

San Agustín nos dio la clave:
Ama y haz lo que quieras.

Yo puntualizaría:
Contempla el sueño con amor,
como el sueño que es,
y desde la humildad y el amor,
haz lo que quieras.

No conozco otra manera de sanar viejas heridas y frenar las inercias kármicas.




martes, 26 de mayo de 2015

Primavera, verano, otoño, invierno...






El viento está calmado.
Y el sol brilla.
Dentro.
Fuera, el sol brilla y las plantas de la terraza permanecen quietas
pero a veces bailan, al paso de una ráfaga de viento.
En realidad, dentro es igual.

El cielo no está completamente vacío y claro.
Hay nubes de todos los tamaños, grandes y pequeñas,
blancas como copos de algodón.
Aparentemente quietas.
Aparentemente.
Sabe que están en movimiento porque deja de mirarlas y cuando vuelve al marco de la ventana encuentra que algunas se han desplazado y otras han desaparecido, disueltas en el espacio claro y vacío del cielo.
Como aire disuelto en aire.
Como cielo disuelto en cielo.
Como pensamientos, sensaciones y experiencias disueltas en la claridad de la mente.

Así es el cielo que ella contempla, hoy, aquí, ahora.
Dentro es igual.




Quietud. primavera del 2015.
Silencio. Los sonidos del silencio.
Algún pájaro escondido. Lo sabe por su canto.
La nube grande, tan gigante como era hace unos instantes, ya no está.
Y donde antes no había nada ha aparecido un suave copo de algodón blanco.
En proceso de disolución.

Donde parece que no hay nada, algo está naciendo.
Donde parece que hay, se está yendo.




Siempre va a ser así?, piensa ella.
A ella le parece que no necesita tantos entretenimientos en su vida.
No es que los rechace, es que no los precisa.
Pero ya que está aquí, ya que las cosas son como son,
inhala el aire, limpio,
los aromas;
degusta las uvas;
escucha el violín y el saxo
y el canto de los pájaros
y el sonido sutil del viento
y los cacharros en la cocina del vecino.

Qué otra cosa puede hacer?




Ella no se tapará los ojos y los oídos y la nariz y la boca y la piel.
No le pondrá puertas al monte, a la isla ni al océano.
No se inmolará a lo bonzo ni de ninguna otra manera.
No quiere intervenir.

La vida ya tiene su plan y ella (la Vida) sabe.

Hace tiempo que se hizo esposa de la Vida
(como otras se hacen monjas de Dios o de Buda),
devota.
Dejó caer todas las armas de su ego y presentó su rendición sin condiciones.
A la Vida.
Qué otra cosa podía hacer?

Así que se entregó sin condiciones,
con fe absoluta.
con amor infinito.




miércoles, 13 de mayo de 2015

Te trataré bien.





A veces, cuando abre los ojos por la mañana, encuentra la tristeza. O el cansancio.
La preocupación. O el miedo.
Entonces recita su viejo mantra:
Tengo por delante 24 horas para ser feliz y hacer felices a los demás.

Generalmente es suficiente.

Pero hay algo que no funciona, a veces, no resulta convincente.
Tan triste, o tan cansada.
Así que prueba otra vez:
Tengo por delante 24 horas para hacer felices a los demás.
No cree que lo vaya a conseguir, pero sí
que puede realizar su parte, el intento.

El cuidado.

Te trataré bien.

Eso sí puede hacerlo.
Y esa convicción le da fuerzas para sacar los pies de la cama.




El ritual del desayuno es como un regalo, como abrir la ventana al aire fresco de la vida.
Te trataré bien.
Eso sí está en mi mano.
Eso sí puedo hacerlo.

Baja las escaleras y se cruza con la vecina que vuelve de pasear a sus perros.
Cómo estás? Bien. Y tus hijas? Bien...
Ella sabe que no sabe nada de sus hijas desde que alcanzaron la mayoría de edad y abandonaron la casa y la tiranía del padre, pero aun así le pregunta siempre y ella dice bien, todo bien...
Ella sabe que el mejor tratamiento antidepresivo para la vecina es sentirse visible, sentir la atención de alguien.




"Trátame bien. Te trataré bien.
Quizás nos salvará
la delicadeza.",
canta Marina Rossell.










Sigue bajando las escaleras y se encuentra con el viudo que aún vive solo, por poco tiempo.
Sus problemas de alzheimer se van complicando con el tiempo.
Pero ella aprovecha que aún la reconoce y se intercambian unas bromas.

Prefiere bajar las escaleras que usar el ascensor.
Está más llena de historias, de fuegos que avivar.

Tengo por delante 24 horas para hacer felices a los demás y el barrio está lleno de oportunidades.
Cada sonrisa, cada abrazo virtual es como un lazo de amor, como una tabla de salvación en este naufragio,
en este océano lleno de naufragios.

Cuánta soledad.
Cuánto dolor físico
y emocional,
en los cuerpos y en las almas.
Te trataré bien.
Quizás nos salvará la delicadeza.






Evidentemente, en el guión de su vida, ella no es Buda,
no vive la liberación del sufrimiento,
no en este preciso momento del guión,
en este sueño que aparece,
y a veces abre los ojos por la mañana y encuentra como un nudo en el pecho
y cierta tristeza y cansancio.
Hoy no va a ser tan fácil ser feliz.
Pero aún tengo por delante
24 horas
para hacer felices a los demás.

Y en cada palabra de atención, de interés profundo por los demás,
en cada sonrisa, en cada abrazo
invisible,
el nudo se deshace
hasta que parece que nunca ha existido.

Te trataré bien.

Quizás nos salvará
la delicadeza.

Canta Marina Rosell.




miércoles, 6 de mayo de 2015

Desayuno en casa.










Desayuno en casa.


Y se siente, también, en ese patio del convento de Sigena,
bajo el pino, junto a los álamos.
Tres, como la santísima trinidad. Madre, hijo y el amor universal.

Aquí todo es perfecto también.
El olor de la cafetera y el pan caliente. Y el limón recién exprimido.
El plato de la cerámica artesana que surge de las manos de las monjas de clausura.
El tictac del reloj.
Los avisos de los whatsapps de bienvenida de vuelta a casa.
La alegría de MJ ("Feliz día. Yo me siento feliz, con nubes o con sol o lluvia"), cada día más enamorada.
RM compartiendo sus lecturas de Nisagardata mientras espera su turno en la oficina de Hacienda.
El recuerdo de las monjas invocando la voz, la presencia de Dios,
invocando la gracia para percibirlo.
La imagen de Pablo Domínguez celebrando la eucaristía a solas, para sí mismo, en lo alto de la cima de las montañas que escalaba. Antes de morir como deseaba morir.
Celebrando a Dios, engulléndolo hasta que alimente no sólo su alma sino el aire en sus pulmones, la sangre en sus venas y las células de sus tejidos.




Donde las monjas dicen Dios ella dice Vida, cuestión de semántica.
Se relacionaba y conversaba sin prejuicios.

Cuando ella hablaba de práctica y de integrar, la hermana E. hablaba de presencia ("Cómo puedo enamorarme de una práctica? De integrar? Yo sólo puedo amar a un ser, a una persona. La alegría de amar a una persona presente").
La monja hablaba de Dios, de enamorarse, de vivir enamorada.
Y ella apreciaba el matiz.
Porque ella también hablaba de la práctica del amor, de integrar el amor, de la presencia de Dios (llámale Vida) en cada apariencia.
De la confianza en la Vida (llámale karma).
De la fe absoluta y la entrega a la Vida (llámale Dios).




Al final, pensaba, todas ellas se movían por creencias y por fe.
La hermana E. decía: Yo no creo, yo .
Y te mostraba los resultados, la confirmación,
en la alegría del amor en sus ojos.





Ella hacía tanto tiempo que sospechaba que no sabía nada.
Por eso se dejaba llevar por el corazón.
Observaba las inclinaciones espontáneas de su corazón, el motor que la movía.
Y así fue como descubrió su profunda confianza en la vida (llámale Dios, o karma).
Su diminuta pequeñez.
Su enorme grandeza.
Su entrega.

Como le llamaran a eso era mera designación.

Por eso había dejado de debatir hace tiempo con cualquier tradición.
Sólo le interesaba el amor que las inspiraba.
Regocijarse, contagiarse.
Hacerse grande, cada vez más grande,
en el amor que las vinculaba.
Que las unificaba.

Grande, grande, unificadas.
Hasta desaparecer.




domingo, 3 de mayo de 2015

Dile que le quiero.




Se siente feliz.

Desconoce el nombre de esos tres árboles altos, juntos, de tronco blanco y hojas ligeras, flexibles y resistentes. Vapuleadas por el viento, crean una sinfonía en su danza. Pero ninguna hoja es arrancada de su lugar.
Se sienta bajo un pino (lo sabe por las piñas redondas en sus ramas), frente a los tres álamos, a presenciar su coreografía, su canto. La voz de Dios.

Allá donde va, en medio de la soledad del convento de clausura, se encuentra un hábito con la hermana Estrella dentro. La hermana Estrella fue la persona designada para recibirlas, acompañarlas a sus habitaciones, explicarles el funcionamiento y ponerse a su servicio.
Allá donde va se la encuentra (como una aparición entre los muros, los patios y claustros desiertos), con el rostro iluminado por una sonrisa que transciende sus labios y sus ojos achinados.

Ella le pregunta a la monja por su alegría; por cómo siente la presencia de Dios; si habla con Dios y qué le dice.
Finalmente se despide de la hermana para adentrarse en el patio lleno de árboles y cantos de pájaros y nidos de cigüeñas.
Le dice: Voy a ver si escucho la voz de Dios.
La monja se ríe. En realidad no para de sonreír.
Dile que le quiero, dice la monja.
Se lo diré, responde ella.