jueves, 25 de julio de 2013

Retiro.











Retiro.
Cualquier sitio puede ser un retiro.
Cualquier experiencia.
El aire que pasa por el balcón -cuando aún transporta el frescor de la noche.
El silencio.
Los sonidos del silencio -los pájaros, el motor sutil del ordenador.
La casa vacía.
La soledad (da igual dónde)
es el mejor retiro.
Siempre que no estén los recuerdos,
las casas de citas obsesivas.
Y si aparece alguna, que tenga la lucidez de no entregarme a ella;
si aparece, que sea para investigarla,
para buscarla y encontrar el humo.
Para disolverla.


martes, 23 de julio de 2013

Doy la bienvenida al dolor.









En el espacio para compartir, después de la meditación guiada y la meditación caminando y la meditación en silencio, en el último espacio, para compartir, aún sentad@s sobre los zafus, ella juntó las manos y las llevó a la altura del pecho y se inclinó sutilmente, según la fórmula que anuncia que quería decir algo, y las demás personas saludan de la misma manera y activan su escucha amorosa.


Yo quería compartir aquí
mi bienvenida al sufrimiento. El propio sufrimiento -dijo.
Últimamente observo mucho sufrimiento alrededor. Es curioso que casi siempre nos parece que esto ocurre "últimamente", y en realidad, si lo contemplas con atención, siempre ha sido así. Pero últimamente, debe ser situaciones propias de la edad, estoy siendo testigo de muchas separaciones de pareja, mudanzas, "amores" (o apegos) inalcanzables, relaciones difíciles con l@s hij@s mayores o adolescentes, achaques en la vejez de difícil recuperación, enfermedades graves, muertes...
Dolores pequeños, dolores grandes. Motivos pequeños o grandes -para cada cual es siempre gigante, cuando le toca.
De hecho, la mayoría de estas situaciones no es que se den "últimamente" sino que se han dado siempre. La diferencia, quizás, es que ahora soy, somos, en general, quizás con el paso del tiempo y la edad, más conscientes. Antes no lo ves tanto, creo. Como cuando oyes decir a una adolescente lo bien que le va a "todo el mundo" (en los estudios, en sus planes de futuro, en sus relaciones), excepto a ella misma. Como si nadie más arrastrara dramas en su vida.





Y quizás con el paso del tiempo vamos viéndolo con más nitidez: que cada cual arrastra una mochila de frustraciones, decepciones, heridas y dolores cargada en su espalda.

Y debió ser entonces cuando Platón dijo aquello de:
Sé amable con quien quiera que te cruces
porque está librando una gran batalla.

Así que, como iba diciendo, últimamente puedo ver sin esfuerzo muchísimas situaciones de sufrimiento. Y también diferentes formas de enfrentarse a él. Muchas veces son mi inspiración, auténticas maestras en su entrega (a "lo que es") y su responsabilidad activa. Otras veces, las que más, actuamos con resistencia, con negación, con queja, y buscamos por todas partes que alguien nos salve, que nos ayude, que nos cambie las circunstancias o que al menos nos diga cómo llevarlo mejor.



La mayoría de las veces seguimos insistiendo en nuestra demanda a la vida para que cumpla nuestros deseos
-que aparezca en mi vida la pareja amable que necesito, para cuidarme y compartir aventuras de película americana; o el trabajo bien pagado; la admiración y la buena fama que se me resisten; que deje de dolerme la cabeza o la rodilla o la espalda, que están frenando mi vida;
que desaparezca el estrés; que aparezca la princesa prometida o el príncipe azul;
la mejor sangha, la más coherente; la mejor maestra o maestro, sin contradicciones;
que estalle en mi experiencia la iluminación, un día de estos, etc. etc.

Como si la ventanilla de quejas estuviera abierta permanentemente.


Así que últimamente puedo ver muchas situaciones de sufrimiento que, a veces, tengo el privilegio de acompañar. Me hacen sitio y partícipe, simplemente porque yo pasaba por ahí. Y porque me importa. Y eso se debe notar.

A veces no estoy tan segura (de que se note que me importa) por mi respuesta. Porque a veces sólo puedo escuchar, sin aportar soluciones.
(A veces sí; mi amiga M, psicoterapeuta y auténtico nido de problemas personales, a veces exclama: cómo la clavas, cada vez eres más buena! Y yo me alegro en parte, por ella, y en parte no,
porque creo que no ha acabado de ver que es sólo un esparadrapo que cubre y protege la herida provisionalmente, pero al menos no se infectará más durante unos días, y quizás con el paso del tiempo se acabe curando sola, hasta reaparecer en otra parte).


Así que a veces sólo puedo escuchar, y a la espera del momento propicio en que una fisura (una apertura en medio del dolor) me permita aportar lo que a mí me funciona.


Por ejemplo, abrir el enfoque y observar cómo ese dolor (pequeño o gigante, casi siempre gigante, impactante, inmovilizador)
es sólo un puntito difuminado en la inmensidad del cuadro de tu vida.
En la inmensidad de colores y trazos certeros y acertados. (A veces no puedes decir que el puntito difuminado también forma parte del acierto; todavía no puedes decirlo).
Que dejes de poner la atención en ese puntito que te disgusta tanto para permitirte observar la película completa, como un milagro lleno de milagros, como una lluvia
de regalos, generosa y abundante.


Así que cuando observo el sufrimiento, propio o ajeno, me recuerdo (y me gusta compartirlo, cuando tengo la oportunidad) que es sólo un puntito en la inmensidad del cuadro de mi vida, de tu vida.
Y que, después de todo, tú, o yo misma, no somos más que un puntito en la inmensidad del cuadro de La Vida.
Así que qué más da que te guste o no te guste un puntito supuestamente mal trazado en el inmenso cuadro de tu vida, cuando aún hay tanto para admirar y apreciar.



Y qué más da si
el puntito de mi vida esté empezando incluso a extinguirse. No será una gran pérdida para el inmenso cuadro cósmico. Como no es una pérdida los centenares de células muertas que abandonan mi piel cada día en la ducha, para que una piel nueva y limpia realice mejor las funciones para las que está destinada.



Cómo decirle a alguien, incluso a mí misma, que sus problemas, esos problemas que la obsesionan tanto, no son en definitiva un gran problema. Y que incluso si perdiera la vida (que la perderá, cuando la pierda) no será un gran problema.
Pero a mí me funciona recordarlo.
Cuando aparece el problema, el dolor.
O quizás, porque lo recuerdo, me he librado de tantos problemas, de muchos dolores que no llegan a aparecer.

Y por eso, todo ese sufrimiento que aparece a mi alrededor a menudo no me arrastra
-continuaba explicando la chica en el espacio del compartir, en la meditación de los viernes.
Me quedo ahí, esperando que desaparezca como una nueva nube en el cielo, pero no me arrastra consigo el dolor. Me quedo por si hiciera falta un apoyo, en esos instantes de desvanecimiento que a veces se dan. Pero no me arrastra y en ocasiones ni siquiera me veo tambalear. Estable. Para no caer l@s dos. Lo suficiente como para que la corriente no nos arrastre a l@s dos.


Eso es lo que yo pienso, aunque algunas personas podrían considerarlo como un gesto de frialdad. Y la frialdad inspira desconfianza, cuando menos.
Y cuando creo que está a punto de ocurrir, a veces dejo ver que yo también me tambaleo.
Un pequeño bocado para que el ego se quede tranquilo y,
en su desesperación moribunda, no realice más estropicios.
Pero esa estrategia forma parte de otro tema
que no es el que quería tocar aquí.


Por un instante, la chica se calló, como si investigara en detalle algo que quería decir y no acabara de ver con claridad. Y luego prosiguió.

Y de repente pasa algo en mi vida. Una llamada, quizás una mala digestión, una noche de sueño demasiado corto, lo que sea. Pequeños contratiempos habituales que en general sólo provocan molestias pasajeras, sin más atención.
Y de repente, ocurre y duele. Como un puñal que se clava profundo.
Tú también eres tan vulnerable.
Duele casi hasta perder el conocimiento, pierdes la lucidez.
Respondes con impaciencia a quien menos se lo merece -si alguien se lo mereciera-,
al más incondicional. (Cómo ibas a atreverte con otra persona?).




Así que era "esto", recuerdas.
El dolor era
es
esto.










Y vuelves a mirar a tu alrededor, a la amiga recién separada, a la que ha perdido su trabajo, o la madre, para siempre, a la adolescente perdida (enfrentando el dolor del ahora y no consciente de todos los dolores por llegar, porque si fuera consciente caería abrumada por el impacto).
Contemplas todos los dolores, de otra manera.
De una forma más profunda, no conceptual (soltados todos los conceptos de puntos y de cuadros y de células muertas y cosmos y demás).
Con un abrazo más entregado.
Creo que le llaman compasión.

Así que quería compartir con vosotr@s que doy la bienvenida al dolor
en mi vida.
Y le dejo la puerta abierta para que aparezca
cuando tenga que aparecer.



Aprecio el regalo de la vida
-de la abundancia de disfrutes y también
el sufrimiento.
Y me postro
ante el dolor.















PD: Para Cati, que en los largos silencios
siempre aparece para animarme a escribir.


viernes, 19 de julio de 2013

Abriendo pecho.











Querida amiga:

No hago otra cosa que pensar en ti, como dice la canción. Siento no ser capaz de transmitírtelo mejor, de acompañarte mejor. Me cuentas tu duelo y escucho, al menos te escucho, pero no soy capaz de expresar las palabras que desearías oír. Te escucho, y a veces digo algo que te incita a bromear y nos echamos unas risas. Unas risas en medio del dolor es como un respiro, como sacar la cabeza a flote un instante en el hundimiento del naufragio. Sé que un duelo es duro, el dolor de perder lo que queremos en nuestra vida. Y después de eso, como otro eslabón en la cadena, no obtener lo que queremos en nuestra vida es otro duelo duro -la pérdida de la oportunidad o de la esperanza; lo que amamos pasa por nuestra vida y no se queda, como otra pérdida más. A veces parece que la vida se reduce a eso, a una cadena de dolores: perder, no conseguir, conseguirlo...
No me creas insensible, siento tu dolor más nítido y profundo de lo que puedes imaginar (quién no está ahí de alguna manera, o ha estado, o estará) y, aun después de colgar el teléfono, aun después de enviarte una nueva carta, no hago otra cosa que pensar en ti. A pesar de que casi nunca digo las palabras que desearías oír.


Y es que una amiga
a veces no puede decir las palabras que desearíamos escuchar, si de verdad es una amiga. Si de verdad le importamos. Si le importamos más que lo que podamos pensar de ella. Si le importamos más que ella misma, una amiga a veces no puede decir las palabras que desearíamos oír.
Y a veces es peor y dice palabras que
escuecen.




Amiga mía, sé que a veces es difícil tomar una decisión. Lo más fácil es seguir repitiendo pautas; seguir el deseo personal que se disfraza de "necesidad", caiga quien caiga. Durante un instante parece que alivia (el dolor de la soledad, por ejemplo, o del miedo al rechazo o cualquier otro miedo), pero en todo momento sabemos que sólo garantiza más dolor para luego, y para ya mismo. Seguir la pauta egocéntrica sólo garantiza más dolor. Pero no seguirla también, y eso parece casi imposible. A veces, nos encontramos en situaciones como cruces de caminos donde parece que cualquier decisión, cualquier opción va a implicar mucho dolor.
Cuando ocurre eso, cuando parece que no hay salida que no pase por el dolor, yo creo que la única opción válida es abrir pecho.



Quitarse un poco de en medio y dejar que decida el yo más sensato que llevamos dentro, el más lúcido. Mirar el cuadro completo y hacer lo correcto, lo que, desde la imparcialidad, resulta más beneficioso para mí y para los demás. Para todos. Para el cuadro completo. Como rezaba el título de aquella película de Spike Lee,
"Do the right thing". Haz
lo que debas.
Me pongo el piloto automático y hago lo que conviene.
Y que duela. Que duela todo lo que tenga que doler.
Si de todas formas va a doler, que decida la más sabia que llevamos dentro, con su mirada lúcida que contempla la historia en perspectiva y a todos los personajes por igual.
Que decida ella.
Me quito de en medio y que decida ella.




Discúlpame si te lo digo y escuece
("No estoy yo ahora para pensar en los demás, bastante tengo con lo mío"), pero ¿es que no ves que seguir obsesionada con
"lo tuyo" te va a mantener indefinidamente en el ojo del huracán? Quizás crees que ésa es la más segura zona de confort con la que cuentas, en medio del horror, pero en realidad el ojo del huracán te mantiene prisionera en una situación sin salida. ¿Y es eso lo que quieres en tu vida?


Básicamente, hay dos formas de vivir la práctica espiritual (que es como decir vivir la vida, es lo mismo), según la maestra zen Charlotte Joko Beck: una consiste en seguir persiguiendo la comodidad, el estar bien, mejorar, desarrollar recursos personales para disminuir el sufrimiento y aumentar el bienestar personal. Desde ese punto de vista, "todas las exigencias tienen que ver con los que nosotros queremos: iluminación, paz, serenidad, ayuda, control sobre las cosas, que todo sea maravilloso".




"El segundo punto de vista es completamente diferente -dice-: cada vez deseamos crear más armonía y crecimiento para todos. Nos incluimos en este crecimiento pero no somos el centro del mismo sino parte del panorama general.
A medida que este segundo punto de vista se arraiga con fuerza en nosotros, servir a los demás comienza a resultarnos gozoso y cada vez nos preocupa menos que interfiera con nuestra propia existencia".
"La práctica no nos hace perder nuestras preferencias personales, pero en cuanto alguna de ellas choca con los más fructífero (con lo más auténtico, con lo importante), estamos dispuestos a abandonarla.
La práctica verdadera consiste en  ver lo mucho que nos perjudicamos (y también a los demás) con pensamientos y acciones engañosas/egocéntricas (porque cualquier interpretación egocéntrica nos engaña y nos aleja de comprender la realidad). Consiste en ver el daño que causamos a las personas quizás simplemente por estar tan perdid@s en nuestra propias preocupaciones que no les podemos ver. No creo que realmente deseemos herir a nadie sino que no vemos lo que estamos haciendo.
Puedo determinar qué tal va la práctica de una persona analizando si él o ella se está preocupando más por los demás, un gesto que se extiende más allá de lo que meramente yo deseo, lo que me hiere a , lo mala que es la vida, etc. Ésta es la señal de que una práctica avanza. Siempre se trata de una batalla entre lo que queremos nosotros y lo que quiere la vida".

En tanto continuemos atrapados en el primer punto de vista, regidos por el deseo de sentirnos bien o dichosos o iluminados, necesitaremos de una nueva contrariedad, un nuevo dolor.





Y cada dificultad es una nueva oportunidad para despertar, para dar el salto, de una vez por todas.









(De 
"La vida tal como es". Enseñanzas Zen, 
de Charlotte Joko Beck).

viernes, 5 de julio de 2013

Ayuno y senderismo.








Querido amigo:


Acabo de regresar a casa, de vuelta de una estancia de ayuno y senderismo. Seis días de desconexión en un entorno precioso en plena naturaleza.
Si bien el motivo oficial de este viaje era hacer un reportaje tipo "lo hemos probado",
lo cierto es que yo misma seleccioné esta aventura por intereses personales.
Me fui sin miedos ni expectativas, simplemente me puse en sus manos.
(Ya sabes, amigo mío, en manos del equipo de personas que organiza estas estancias
o en manos de la vida, de las sorpresas que la vida guarda para mí).

Es sorprendente lo bien, lo normal, que se puede vivir sin apenas ingerir alimentos (una medida escasa de zumo de frutas recién exprimidas por la mañana, un cucharón de caldo vegetal por la tarde). Te puedes dar cuenta cuando sales de tu entorno habitual y l@s demás comparten tu aventura.
Así que te levantas por la mañana temprano para la clase de yoga o pilates y luego te calzas las botas de montaña para caminar durante tres horas parajes y caminos abruptos de paisajes inspiradores.




Cuando no hay alimento material descubres el alimento en todas partes: en la luz que te llena de energía, en el aire en la piel como agua fresca, en los aromas de tomillo y romero del camino, en los minerales de la brisa del mar. Alimentos reconstituyentes y nutritivos.
En el camino hay tiempo para compartir sensaciones y sentimientos y confidencias y historias personales. Qué vida tan dura cargamos a cuestas en nuestra mochila invisible, en nuestro adn kármico, en ese ser en peregrinación de vida en vida.
Sorprende los vínculos profundos que pueden llegar a establecerse en seis días de convivencia de ayuno y senderismo. Cada persona una fuente de inspiración y de amor.





La vuelta a casa sin apenas energía se resolvía con un baño en la piscina y más confidencias y risas (cómo nos hemos reído) mientras nos secábamos al sol o quizás esperábamos la hora de la clase de aquagym. El agua fría y revitalizadora aparecía como otro alimento altamente reconstituyente. Cómo nos hemos reído de los propios dramas personales.
J, el único hombre entre las 19 personas del grupo, buscaba nuestra presencia en silencio, escuchaba, y en una ocasión se dejó escuchar: "cuánto aprendo con vosotras,
los hombres no hablamos así".





Después de la ducha, la clase de nutrición, las charlas específicas (coaching, alimentos nutriactivos y genómica nutricional...), y los talleres y juegos espontáneos de las participantes (de todas las edades), como un grupo de niñ@s de colonias.

Y mi retiro personal a la hora violeta, sobre una hamaca junto a la piscina como un mirador frente al valle más hermoso que he visto nunca, al fondo las montañas bajo el cielo de luces rosas y naranjas y grises. Silencio de agua y de viñedos y tomillo perfumando el aire -ese alimento.




Un concierto de María Rodés al llegar la noche, con su voz llena de caricias y su guitarra de gemidos dulces. O una película de la filmoteca particular del centro.
La última: "Vivir de la luz".
Un médico indio hablaba de su experiencia de más de 20 años de ayuno. "Al final, lo importante no es si comes o no -dijo-. Lo importante es que revisemos y cuestionemos nuestra relación con la materia".





He aprendido tantas cosas.
Han aparecido nuevos personajes en mi vida, tiernos, vulnerables. Gigantes.
Y ya siempre estarán en mí.
Y he aprendido a cuestionar, una vez más, desde otro enfoque diferente, mi relación con la materia.
Mis dependencias.
Podría decir que he ganado espacios de libertad.





PD: En el aspecto más prosaico, tengo que decirte que, además, he perdido algunos kilos y he depurado un poquito de toxinas mi organismo físico. Y mi organismo mental. También mi organismo mental.


De vuelta a casa, aún bajo los efectos debilitadores y apacibles del ayuno, qué bienestar se encuentra en el ritmo lento, como un ensayo de la yoguini que llevo dentro.

















PPD: http://www.miayuno.es/
http://crecejoven.com/lo-hemos-probado--ayuno-y-senderismo