jueves, 26 de febrero de 2009

Libre te quiero...




Aceptad, por favor, los objetos
de mi apego, odio
e ignorancia,
mi amigo, enemigo
y desconocido
así como mi cuerpo
y posesiones
que,
sin sentimiento de pérdida,
os ofrezco.

viernes, 20 de febrero de 2009

Aceptar la derrota y ofrecer la victoria.


La meditación de tomar y dar resulta fácil cuando te encuentras fuerte, una especie de superheroína o superhéroe, un bodisatva que aspira a la mente de la iluminación (bodichita). Actúa como quien quieres llegar a ser y ya tienes la mitad del camino hecho.
Ante el sufrimiento del mundo, lo absorbes, lo haces tuyo, deseas de corazón liberarles de todo el dolor, lo visualizas y lo inspiras en forma humo negro que llevas al centro de tus pulmones, al corazón, y lo transformas en amor, que espiras. Devuelves el sufrimiento del mundo ahora transformado en amor.
¿Raro? ¿Falso? ¿Forzado? ¿Poco creíble? Todas las madres lo hemos hecho en algún momento con nuestras criaturas, de forma instintiva y natural, cuando sufrían un dolor de oído o de barriga, o algo peor. Llevas la mano al lugar del dolor, o los labios (le besas), o simplemente piensas en ella si está lejos, y deseas de corazón quitarle su mal, su enfermedad, hacerla tuya, afrontarla tú en vez de ella o él. Y el budismo te dice que desarrolles ese tipo de amor hacia todos los seres. Empieza imaginándolo. En eso consiste la meditación en tomar y dar. (Tomar el sufrimiento; dar el amor y la alegría).
Y no es tan fácil, especialmente cuando te sientes débil y vulnerable. Entonces, ante el dolor de alguien, imaginas que lo absorbes, y de repente aparece el ego pusilánime y se echa a temblar: no voy a poder, no quiero más sufrimiento, que se lo quede él, el suyo, que se lo quede.
Y Rabjor dice: ésa es la cara, la voz, de la estimación propia, protegiéndose, la armadura del corazón; pégale fuerte, suelta una bomba de amor y deja que estalle por los aires. Y verás como tu vida se hace más ligera, intensa, valiente, libre. La victoria sobre el dolor y la muerte.
Y es así.

Aceptar la derrota y ofrecer la victoria tiene mucho que ver con esto. Una práctica profundamente eficaz ante situaciones personales de dolor, dificultades o rabietas porque las cosas no son como quieres que sean.
Acepta la derrota (las dificultades, el malestar, lo no deseado) con amor y paciencia, como si aceptaras todo el dolor del mundo, o al menos la cuota que te toca. De esta manera, si no liberas a nadie de su dolor (si crees que no lo haces) al menos no causas más dolor en el mundo con tu no aceptación, provocando nuevos conflictos.
Con amor y paciencia
interior
(externamente, haz lo que debas hacer).
En eso consiste básicamente ofrecer la victoria: responder con amor y paciencia. Interiormente.
Externamente, haz lo que debas hacer, lo que resulte más beneficioso para la situación.
Con valentía.
Con la seguridad de quien hace lo que debe guiada por el amor.

Porque el amor es la única bandera que te permite encarar la vida con seguridad, libertad y valentía.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Si sientes que se te rompe el corazón.


A veces
sientes que se te rompe el corazón.

Una actitud desagradecida que no te mereces,
un amigo que te falla.
La crisis
que deja en el paro a tu amiga, con una familia que mantener.
La crisis de los alimentos que mata a millones de personas en el mundo;
la desertización de parte del planeta, que mata de hambre y de enfermedad
y de tristeza.
Las miradas de esos niños y niñas, mujeres y hombres,
masas de personas refugiadas huyendo de la guerra, las bombas, las violaciones, la destrucción, dejando atrás todo lo que tienen;
esas miradas que apenas tienen 10 años y ya han visto tanto horror.
A veces sientes que se te rompe el corazón.

Deja que se te rompa el corazón -dice Rabjor con la sonrisa de los conquistadores.
No es el corazón lo que se rompe, es la coraza
de la estimación propia.
Deja que se rompa la coraza que la estimación propia crea para protegerse del dolor
y deja que tu corazón se libere,
blando, receptivo, con toda su naturaleza de amor.

lunes, 9 de febrero de 2009

Tu auténtico problema es siempre interno.





Desde el punto de vista del budismo, existen dos tipos de problemas: los externos y los internos. Los externos son ese tipo de cosas como que se te estropea el coche, te quedas sin trabajo, tu hija suspende el curso o la lluvia deja filtraciones y goteras en el techo de tu casa. Tienes que ponerte en acción y resolverlo. Los problemas internos son tus reacciones emocionales, cómo lo vives: enfado, celos, tristeza, ansiedad, estrés, etc. También tienes que ponerte en acción y resolverlo, aunque generalmente no lo hacemos porque identificamos nuestro problema con lo que pasa fuera, y creemos que resolviéndolo se acabará nuestro malestar. Pero no es así.
Desde el punto de vista budista, nuestro auténtico problema es el interno: las sensaciones desagradables, nuestro malestar. Así que tendríamos que centrarnos prioritariamente en identificar lo que sentimos y por qué, e intentar resolverlo.




¿Cómo sé yo que es cierto que mi auténtico problema es interno y no externo?

Porque por muchos problemas externos que resuelva, no me proporcionan el bienestar, la paz, la felicidad que persigo. Si acaso, el alivio de la dificultad resuelta, pero dura poco porque los “conflictos” se suceden irremediablemente. Es más, cuando se trata de alcanzar grandes conquistas (no tengo dinero y me toca la lotería o consigo el trabajo que siempre he deseado; quiero una pareja y la consigo), tampoco me garantiza la felicidad sino más bien cambiar unos problemas por otros: los problemas de tener pareja sustituyen a los problemas de no tener pareja, y así sucesivamente. En medio de tu mayor logro (la lotería, el trabajo o la pareja ideal), tu alegría o bienestar saltará por los aires en un instante si te enfadas, eres celosa, egocéntrico o de tendencia a la ansiedad y el estrés y, no por casualidad, ese problema interno será el que se repetirá insistentemente en cualquier situación y por mucho que la situación cambie.
Por lo tanto, más nos vale centrarnos en resolver el problema interno, nuestro auténtico problema.


Depende sólo de una mente feliz.


Ante cualquier dificultad, harías bien en identificar tu problema interno (el enfado, el odio, la necesidad de control y de que las cosas sean como quieres que sean, el apego, el egocentrismo, el que sea que está saboteando tu bienestar y tu vida) y dedicarte preferentemente a resolver este problema. Te darás cuenta de que los problemas externos cambian pero el problema interno tiende a ser el mismo, cada vez más enraizado; como si los problemas externos sólo fueran simples situaciones que ponen en evidencia tu auténtico problema, interno. Conforme vayas reduciéndolo, verás como tus problemas externos se van reduciendo también, al menos de tres maneras:
- En intensidad. Te duele menos. Ya lo reconoces y sabes que es lo mismo de siempre (es tu egocentrismo o tu necesidad de control, de que las cosas sean como deseas, lo que te hace sufrir). Duele menos.
- En duración. Dura menos.
- En cantidad. Menos problemas. Muchas situaciones que antes te parecían problemáticas ahora las afrontas de una forma más tranquila y relajada. Estás en terreno conocido.

Con la práctica, conforme vas resolviendo tus problemas internos, verás que se instala dentro de ti una tranquilidad y una paz interior que hace que afrontes cualquier “contratiempo” como lo que es: situaciones de la vida cotidiana, episodios de la aventura de vivir.

Identificar tus problemas internos y resolverlos será el único camino que te conducirá al bienestar, la paz y la felicidad que persigues.