La sangha seguía encontrándose on line, en videoconferencia, cuando se acercaban las fechas navideñas,
y en la última cita previa a las fiestas decidieron celebrar
y compartir libremente, cualquier ofrenda, un regalo virtual,
lo que cada cual quisiera compartir.
En un momento dado, alguien sacó una figura de Buda de especial significado personal
y a partir de ahí, como en cadena, cada persona explicaba la historia de una imagen de Buda particular, de especial relevancia en su vida.
Ella presentó su Vajrayoguini danzante, pintada en polvo de oro,
de cuerpo rojo y colmillos amenazadores,
de belleza tan poco habitual.
Rodeada de un fuego abrasador que destruye cualquier tipo de ignorancia.
Su "yo" autodesignado durante tantos años de práctica
de Alto Yoga Tantra.
La representación del Gran Gozo que emerge de la realización de la vacuidad.
Fue su primera iniciación cuando entró en el budismo
por la puerta grande.
Entonces, Vajrayoguini se convirtió en su yídam personal
y ya forma parte de su vestidura, de sus agregados.
No es la única. En su santuario privado destaca Prajnaparamita,
la madre de todos los Budas,
la perfección de la sabiduría (que inspiró el Sutra del Corazón),
de cuatro brazos, con el libro del dharma (los sutras) en una mano
y el vajra del Gran Gozo en la otra.
Las otras dos manos en el mudra de meditación.
La madre que lo transciende todo.
Más cerca, en este mundo, en este sueño, Tara,
con una pierna flexionada en posición de meditación sentada
y la otra extendida para levantarse a la acción.
Tara, la rápida.
La madre protectora en este mundo, en este sueño de dolor.
Cuando Avalokiteshvara, el Buda de la compasión,
se conmovió al darse cuenta de que nunca podría salvar a todos los seres, innumerables,
sus lágrimas cayeron sobre una flor de loto y de allí surgió Tara, la madre sabia.
"Yo te ayudaré", le dijo.
"Tú y yo juntas (compasión y sabiduría)
lo lograremos."
Así que en mi tríada sagrada, Prajnaparamita y Tara son unos grandes referentes en el camino,
pero Vajrayoguini (la forma de estar ya, aquí y ahora,
inundada del Gran Gozo de la vacuidad)
es la vivencia en sí misma.
Existen otras imágenes de significado especial en este santuario que habito
pero uno muy especial es este Buda -explicó, para concluir,
y enseñó una pequeña figura policromada de Buda sentado,
con la cabeza arrancada.
No sé si a alguien de casa se le cayó al suelo
o si lo rompió voluntariamente en un ataque de cólera hacia mí,
pero un buen día, hace mucho tiempo,
me encontré este Buda que me había acompañado de alguno de mis retiros más significativos,
me lo encontré inesperadamente con la cabeza rota.
Pero, al verlo, no apareció una experiencia de dolor.
En lugar de eso, recordé las palabras del maestro Linchi:
"Si te encuentras a Buda, córtale la cabeza".
Y ésta es la historia del Buda que acompaña a mi tríada
de Budas.
El Buda que encontré ahí fuera
y al que la Vida le cortó la cabeza.
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