Se acercó a ella mientras meditaba, sentada en la orilla con la mirada perdida en la espuma a ratos, a ratos en el horizonte y a ratos en las pequeñas olas, tan impermanentes.
Él se acercó en silencio, se sentó a su lado y dijo:
¿Quieres saber los tres libros más importantes que he leído en mi vida?
Ella le miró, con escaso interés.
Uno, porque se sentaba en la orilla a fundirse con el silencio.
Y dos, porque ya hacía casi 30 años que se cruzaba con él por el mismo polideportivo; al principio, durante largos años, le veía jugando con las velas de cualquier juguete de mar, o sin velas, con cualquier juguete de mar, o sin juguete, con el mar. En los últimos años, sin embargo, solía encontrarlo más a menudo tumbado en una hamaca del solarium de la piscina, leyendo algún libro. A veces ella se cruzaba con él, de paso al mar, y le decía: Ah, mi lector favorito!...
Solía ver en sus manos portadas de novela negra, ensayos políticos, históricos o económicos.
Así que cuando él le dijo ¿Quieres saber los tres libros más importantes que he leído en mi vida?, ella le miró sin curiosidad y sin invitarle a continuar. Pero aún así, él continuó:
El primero, "Los ojos del hermano eterno", de Stephan Zweig; el segundo, Narciso y Goldmundo, de Herman Hesse, y el tercero...
Cuál dijo que era el tercero? Ella había dejado enganchada su atención en el primer título.
Como si le leyera el pensamiento, él empezó a contarle de qué iba el argumento de "Los ojos del hermano eterno", y ella pensó ¿No era ese libro del que hablaba JM ayer, en el compartir de la sangha? La lectura del libro en el tren, que le había hecho llegar tarde a la meditación. Su invitación a que no dejáramos de leerlo si se diera la ocasión.
Si quieres, te lo traigo -dijo el amigo. Y ella dijo vale.
Y al día siguiente lo trajo, y ella lo leyó de un tirón; no, de dos tirones.
Y al día siguiente se lo devolvió. Si quieres, puedes traerme el segundo.
Estaba fascinada con el descubrimiento de su viejo amigo, conocido de casi 30 años.
Porque nunca habría podido imaginar que un libro como ése estuviera en la lista de "las lecturas importantes de su vida" (en el primer lugar de la lista). Y al final era él quien le estaba descubriendo joyas como ésa a ella, la experta, la que recibía en casa cada día las últimas novedades de las editoriales.
Pero también, y sobre todo, porque aquellos libros eran otra cosa.
El primero era un librito pequeño, de hojas amarillentas y tapas de tela, viejo, gastado.
Cuántos años había guardado ese libro en casa?
El segundo estaba aún más viejo, las hojas sueltas, el papel en los bordes como a punto de descomponerse con sólo tocarlo.
Ella, que leía los libros y luego los regalaba como si nadie los hubiera abierto antes. Y ahora se encontraba leyendo unos libros como si fueran auténticas reliquias. Por el contenido, sí, pero también por el objeto en sí.
Como si fueran objetos sagrados impregnados de "bendiciones". Cuántas personas habían tenido en sus manos estos libros mientras sus mentes viajaban junto a Goldmundo o Siddharta? Cuántos viajes espirituales habían proyectado estos viejos libros, tan vividos?
Puedes traerme otro, el que quieras -le dijo cuando le devolvió el segundo.
Y le trajo "Siddharta".
Editorial Bruguera.
60 pesetas.
"El que realmente quiere encontrar, y por ello busca, no puede aceptar ninguna doctrina. Pero el que ha encontrado ya puede aceptar cualquier doctrina, cualquier camino u objetivo; a éste ya no le separa nada de los miles restantes seres que viven en lo eterno, que respiran lo divino".
"¿Quieres darme un consejo, venerable? -preguntó Govinda.
Siddharta declaró: Qué podría decirte, venerable? Quizás, que has buscado demasiado. Que, de tanto buscar, no tienes ocasión para encontrar".
(Tu insistencia en seguir la doctrina, en venerarla...) "acaso sea lo que te impide encontrar la paz; quizás sean tantas palabras".
"Purificación y virtud, samsara y nirvana, son sólo palabras".
"La sabiduría no es comunicable. La sabiduría que un erudito intenta comunicar siempre suena a simpleza".
Y así fue como su viejo amigo del polideportivo, conocido, desconocido en realidad, había pasado a convertirse en su proveedor de lecturas. Ella, que tenía las salas y los pasillos de casa inundados de libros que ya ni leía, meras "distracciones". Ella, que hacía tanto tiempo que apenas leía libros, de nuevo volvía a sumergirse en la lectura con devoción.
Leí Siddharta con 16 años, me impactó pero no hubo continuidad en el tema budista tal vez debido en que en aquellos tiempos no teníamos a disposición tantas publicaciones sobre el tema como hoy en día. Los otros dos no tengo el placer de conocerlos y también es cierto que como tú hace muchos años que no frecuento libros que no sean relacionados con el Dharma. Sin embargo tendré en cuenta estos dos libros que me faltan, cuando pueda los leo a ver que me aportan. Un abrazo.
ResponderEliminarQuizás no sean libros del dharma, o sí, pero puedo asegurarte que son auténticos viajes espirituales. Creo que los disfrutarás mucho.
EliminarUn abrazo y buen finde, Juan. :)