miércoles, 31 de enero de 2024

El encuentro.

 


La casa de citas puede ir variando a lo largo del trayecto.
Para algunas personas puede ser la iglesia.
Para otras, los monasterios, o alguno en particular.
En un momento dado, puede ser tu casa, 
desde que introduces la llave en la cerradura y ya sientes la presencia de Tara,
Vajrayoguini y Prajnaparamita
flotando en el aire de tu santuario personal, el templo.
A veces es cualquier manifestación de la naturaleza,
el aire fresco cargado de vida, el abanico de tonalidades verdes,
la voz del viento en las hojas de los árboles
o en el paso del río.
O el canto de los pájaros al amanecer,
cuando aún descansas bajo el edredón, en duermevela.
El sonido del tren al pasar, la acuarela de tonos naranjas y violetas en el cielo.
La luna, la luna siempre, el baño de luz de luna.
La bola de fuego emergiendo del mar, o acostándose, plateada,
en el horizonte de montañas. O disolviéndose en el cielo claro.
La luna siempre, de día y de noche.
El mar siempre, de día o de noche.
La voz del mar en la orilla, la brisa del mar en la piel,
la caricia suave del sol, o del aire.
El velo gris sobre el paisaje, como una cortina onírica.
Cada lugar, cada situación puede ser tu casa de citas habitual,
o bien solo por un instante.
Pero al final, en lo más profundo,
la casa de citas es sobre todo un estado, una experiencia interna,
de apertura, encuentro y disolución.
Porque, como cantaba Leonard Cohen,
"in love we desappear".




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