viernes, 23 de octubre de 2020

De regreso a casa.

 


Esta tristeza.
No la rechaza.
De hecho, se entrega a ella como en un abrazo de amor.
Como en un abrazo de confort.
Pero desea comprenderla.
De dónde surge?
¿Es como después de separarse del amado, esa nostalgia,
ya echándole de menos?
¿Ese apego?
Se entrega a la tristeza.
Pacientemente y sin evitarla.
En la tristeza también encuentra el rostro de Dios.

Amanece un nuevo día.
El cielo cubierto.
No como cuando estaba con él, ese cielo de nubes gigantes,
blancas de luz, grises y azules.
Amanece un nuevo día y el cielo está cubierto como una cortina que la separa
del otro lado.
Pero ella sabe que ya se está deshaciendo, aunque aún no lo perciba.
Que con el paso del día las cortinas se abrirán, dando paso a la luz del sol.
Y así es.

Mira la ropa tendida.
La del equipaje deshecho y la del nuevo escenario que la acoge
(ropa de andar por casa, sábanas y toallas),
limpiándolo todo, 
purificándolo todo
como una ofrenda
para el nuevo yo.
Siempre es nuevo.

Se instala en un rincón entre sol y sombra para el desayuno.
El calor confortable, el silencio.
Poco a poco va reconociendo la cara de Dios, aquí
y ahora
(en la ropa tendida,
en el calor que abraza su cuerpo,
en la ofrenda del desayuno).
Otras caras de Dios.
Y la tristeza se disuelve.
Como se disolvió la cortina de nubes.

Nada que echar de menos.
Ninguna nostalgia.
No dejó a su amado perdido en los bosques,
en el olor a pino y romero.
Está aquí.
Tan presente como allá.
La misma plenitud.
La misma alegría del encuentro,
de regreso a casa.

Lo mismo.




2 comentarios:

  1. Muchas gracias Marie por seguir compartiendo tan bonito.
    Sigo por aquí leyéndote.
    Un abrazo
    Carolina

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