miércoles, 21 de octubre de 2020

Respirar.




Mediodía en el porche.

Fin de semana y se despierta en una caseta de madera confortable en la montaña,
a solas.

Sale el coche del lama y cierra la verja.

A solas en el recinto de la montaña.
Nada que hacer, todo en orden,
ya ha llegado.
Ya está aquí, respirando energía sanadora para este organismo que ayer tropezó,
perdió el equilibrio, se hizo ácido.

Respira
y es su medicina reconstituyente.
Vuelve a su centro y todo lo demás vuelve a su lugar.
Y recupera la armonía.

Respira montaña y es montaña.
No es una frase hecha:
los aromas y partículas del bosque entran en este cuerpo
y pasan a ser parte de las células
y las células se hacen bosque.
Las imágenes del cielo y las montañas entran en su conciencia y son parte de ella.
Es nubes y claros en el cielo,
árboles y piedra en las montañas,
y mariposas al vuelo.
Y lo mismo con los sonidos del entorno,
el cantar pausado de los pájaros,
el vuelo de una mosca,
el canto del gallo,
la voz del aire suave en las hojas de los árboles, en las banderas de colores
y en las hierbas del camino verde.

Ningún lugar a donde ir.
Nada que hacer.
La respiración tiene lugar sin la voluntad de nadie,
como un acto de amor.
Inspira el cosmos,
se espira en el cosmos.

Abre las puertas a esa dualidad,
cuando toma cuerpo para interaccionar en el amor
que, cerrando el círculo,
la lleva a desaparecer.

In love we disappear.




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