La noche.
El calor del edredón como una cueva cálida, un refugio.
Fuera, arrecia el temporal.
La aventura se hace un poco más difícil;
la tristeza, más profunda.
En la última salida al otoño, caminaba sobre una alfombra de hojas marrones, amarillas y naranjas.
Lo vivían como una celebración, tanta belleza,
pero cada una de ellas era una "hoja muerta".
Así las llaman.
Después de comer
(una mesa de piedra, el aroma de los árboles, tomillo y romero
impregnando el aire),
un amigo quiso jugar al juego de los minerales, esas piedras preciosas
llenas de energía
y mensajes,
según parece.
Sacó de su mochila unas bolsitas con piedras de colores relucientes,
de tacto suave, algunas como cristales.
Y el juego empezó.
En las reglas del juego, cada mineral tenía una conexión especial con un chakra.
Imagina que uno de ellos se llama cornalina y se conecta con el primer chakra, del perineo.
Cada persona tomó la piedra entre sus manos y se hizo el silencio, escucha atenta, evocación.
Ella, profundamente escéptica, jugaba como en una meditación, se entregaba sin resistencia.
La cornalina naranja de piel suave entre sus manos;
la conexión con el primer chakra, del perineo.
Silencio, escucha atenta, qué te evoca?, preguntó el facilitador.
La respuesta fue rápida y clara: el amor místico.
El deleite profundo, el Gran Gozo tántrico.
Si te dejas llevar: el amor espiritual, ése en el que te disuelves
y desapareces.
La segunda piedra se conectaba con el tándem, el hara, el ki.
La tomó en sus manos y escuchó.
Y lo que sonó fue la voz de la chica en una mesa vecina, su monólogo.
Hablaba de sus relaciones anteriores, difíciles:
"Yo contigo me siento en paz, tranquila, relajada,
como si estuviera a solas pero acompañada;
contigo es como llegar a puerto, como estar en casa".
Y ella sintió la conexión.
Cualquier persona no está tan lejos de ella misma.
Con décadas de práctica de meditación o sin ellas, no hay mucha diferencia.
La segunda piedra, la del chakra del hara, la conectó con eso: con la conexión,
la empatía, la interdependencia.
Con la tercera piedra (el ojo del tigre), del plexo solar,
aún la guiaba el relato de su vecina de mesa.
Y evocó el sufrimiento,
la integración del sufrimiento
en la experiencia
de esta aventura de vivir.
El cuarzo rosa (la cuarta piedra), la del chakra del corazón,
le hizo evocar la humildad,
la fragilidad, la vulnerabilidad.
La entrega desde la humildad.
La calcita azul, la del chakra de la garganta,
fue rápida evocando el silencio.
Llegó el turno de la fluorita, del tercer ojo, la de la visión.
Escuchó la voz vivaz del facilitador:
"Preguntadme lo que queráis! ¡Lo sé todo! ¡Tengo todas las respuestas!"
Abrió los ojos y encontró la sonrisa explosiva y generosa de su amigo.
Ella, en cambio, con el ojo de la visión
no veía nada.
"Sólo sé que no sé nada",
fue la revelación.
La siguiente, el cuarzo blanco, del chakra de la coronilla,
volvió a la entrega del amor espiritual
y así fue como se dio cuenta de que se cerraba el círculo,
el retorno al amor místico del principio.
Sólo que el amor místico del asombro, primero,
ahora se había convertido en el amor espiritual de la disolución
y el vacío/plenitud más absoluto.
Yo ya lo doy por acabado, nada más que explorar -dijo.
No hay más -respondió el facilitador-. Aquí se acaba.
Todos los círculos se cerraban.
Devolvieron las piedras a sus bolsas.
("Quédate con las tuyas, te las regalo", dijo el amigo).
Y se internaron en el bosque cerrado
y caminaron sobre una alfombra amarilla de hojas muertas.
Las hojas caídas en el suelo hacían que las altísimas copas desnudas de los árboles
permitieran el acceso a un cielo claro,
lleno de luz.
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