lunes, 18 de agosto de 2014

La vida como un río.





Su compañero de trabajo solía decirle: Qué resolutiva eres!
Cuando su amigo se asombraba de la cantidad de cosas que podía llegar a hacer a lo largo del día, ella respondía: No hago casi nada, se hace solo.
A su amiga le molestaba su tendencia a planificar, esa manera de "poner orden",
y la eficacia resultante.
Pero para ella no era una cuestión de planificar sino de fluir.
No se trataba de establecer un orden a su antojo ni de programar las cosas.



Ayer la invitaron a navegar.
Apenas habló ni socializó.
A ratos se fundía relajadamente con la brisa del mar, la inmensidad del océano, el extenso horizonte y las olas enérgicas.
Pero sobre todo contemplaba, fascinada, la manera de hacer de la capitana al timón, los movimientos de la vela mayor y la genovesa, las viradas...
Quién tomaba las decisiones? Nadie.
Nadie planificó las acciones a tomar antes de salir del puerto.
No decidía la capitana ni el barco ni el viento ni la fuerza de las olas.
La capitana, al timón, simplemente reconocía las condiciones y fluía con ellas.
No luchaba con el viento o con las olas ni les llevaba la contraria.
No decidía que ahora le apetecía hacer algo completamente diferente a lo que las condiciones requerían.
No deseaba imponer su voluntad, no tenía preferencias contracorriente.
Simplemente se adaptaba, fluía.
Usaba el timón y las velas como una extensión de su cuerpo, adaptándose a la fuerza del viento y de las olas.
El viento y las olas también como una extensión de su cuerpo.
Fluir sin oponer resistencia, sin imponer deseos o preferencias fuera de lugar.
Como el rey de el principito, que era obedecido por todos los elementos del Cosmos porque sólo ordenaba lo posible, lo que toca.



"La naturaleza no puede ser modificada...
No se puede alterar el curso de las estaciones.
El tao no puede ser estorbado.
Todo es posible para quien alcanza el tao.
Nada es posible para quien se aleja de él".
(Zhuang zi)









Pensó que quizás la sabiduría consiste en poder ver lo que aparece sin intervenir, sin la interferencia de los deseos egocentrados.
Contemplar lo que aparece, sin esfuerzo, y fluir como un río, sin que le importe si el suelo es llano y la arena fina, si es pedregoso o intrincado, si el camino es recto u ondulado, abierto o lleno de escollos. El río fluye igual.

Como un río que no se enfada porque hay una piedra o un árbol en el camino y sigue adelante fluidamente.
Como las márgenes del río que lo ven pasar.




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