miércoles, 17 de octubre de 2018

El cuerpo vacío.






Mediodía.
Se refugió del fuerte calor del sol de mediodía
y entró en el cuarto de madera.
Encendió la vela y se sentó en el cajón de meditación
frente al pequeño Buda.
Cerró los ojos y su cuerpo se hizo transparente,
como una figura de fino cristal,
vacía, transparente.
Como una pompa de jabón.

A la altura de su corazón flotaba una pequeña llama de fuego
roja, rodeada de un aura azul,
como la pequeña vela frente al Buda.
Su cuerpo vacío, transparente, frente al cuerpo vacío y transparente
del Buda frente a ella.
Y vio cómo la pequeña cabaña que la acogía se hacía transparente,
como una caja de cristal vacía, como una nube.
Los pinos y olivos del bosque transparentes y vacíos, como nubes.

Allá lejos, en su mundo de deseos y aversiones,
todo lo que tocaba, aunque sólo fuera con la mirada,
se convertía en frágil cristal vacío, como pompas de jabón.
Como una reina Midas de la vacuidad.
Todo lo que veía.
Las personas en conflicto, vacías,
como nubes transparentes.
Su propia hostilidad, sus celos, su rabia,
sus heridas,
nubes transparentes
y vacías.

Sus apegos, sus miedos, humo claro,
transparente, vacío.


Que así sea, deseó,
aún en el reino del no-deseo.
Que así siga siendo cuando salga de aquí.





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