lunes, 24 de marzo de 2014

Ama y haz lo que quieras.






Uno de sus compañeros de la sangha siempre insiste en el amor. Cuando la práctica
o los debates empiezan a complicarse demasiado con rituales o teorías filosóficas enrevesadas,
él recuerda a un viejo compañero de otra sangha, cristiana, que solía decir:
Cuántas cosas inventáis sólo para justificar que no amáis.

Se lo oyó contar la primera vez que ella asistió a meditar con ese grupo budista.
Ese día, el facilitador leyó Los cinco entrenamientos de la plena conciencia (la ética budista), algunas reflexiones sobre: proteger la vida (no matar); respetar los recursos naturales (no robar); conducta sexual apropiada (respeto, bondad, empatía y alegría); utilizar la palabra y el silencio adecuadamente (habla amorosa y escucha profunda); consumo consciente y salud (de alimentos, sensaciones, deseos y conciencia).

A la hora del compartir, ella confesó que le costaba comprender algunas de estas reflexiones pero, llegado el momento, cuando surjan dudas acerca de lo apropiado o no de cierta conducta, dijo, supongo que basta con aplicar la vieja consigna de San Agustín: Ama y haz lo que quieras. ¿No es así?
Entonces, JM sonrió y le vio hacer un gesto de asentimiento.
Al acabar la práctica se encontraron y fue entonces cuando él le contó aquella frase que escuchó una vez: Cuántas cosas inventáis sólo para justificar que no amáis.

Ama
y haz lo que quieras.




JM es una de esas personas que ponen el énfasis constantemente en el amor. En el budismo comprometido. El budismo socialmente comprometido. Como la iglesia de los pobres de Teresa de Calcuta o la Teología de la Liberación latinoamericana. O el budismo comprometido de Thich Nhat Hanh.
Y ella se reconoce, de alguna manera, en sus palabras de amor en acción, de militancia amorosa.
Sin embargo, hace tiempo que ella no habla tanto del amor, ni de la aversión. Como si hubieran ido disolviéndose juntos.




A veces piensa que el "amor" está sobrevalorado. Ese tipo de "amor" que conocemos, como un sentimiento demostrable, a veces forzado, demandado, necesario para ser felices.
Cuántas veces dijo ella misma aquello de que "el amor llena tu vida de fiesta".
Y aún lo cree, sí.
Pero el tipo de amor que le importa lo percibe como un amor sin nombre, sin palabras.
Y casi sin fiesta; la mera rendición, entrega, disolución.
Como una experiencia diferente.



Cuando sientes que eres eso que ves (cualquier cosa, o persona, vegetal, animal o mineral, cualquier situación
o fenómeno),
cómo puedes no respetarlo, no amarlo?
Aun cuando las palabras "respeto" y "amor" no aparecen en tu conciencia.
Simplemente son.
Como si todas las experiencias, cualquiera
(emoción, pensamiento, sentimiento, instrucción)
se redujeran a una sola palabra: Ser.
A una sola experiencia.
Es.
Y basta.
Uno.
Y basta.




Y ahí está comprendido todo el amor y todo el compromiso social y todas las instrucciones del dharma. No hay más.

Sigue siendo el amor.
Pero ya no es aquel amor.
Es.
Uno.

Cuando (lo que acontece, lo que aparece) parece que duele
y cuando parece que reconforta.
La misma conexión, la misma fusión.
La misma hipnosis.





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