Sin prisa.
El canto de la tórtola.
El paso del tren.
El vuelo de los vencejos.
Como pequeños soplos de brisa en la quietud.
Ligeros bostezos en el silencio.
Cuando el tiempo se detiene.
La proyección casi se detiene.
El guion hace una pausa.
El relato se acalla, silencio.
Cierra los ojos y se toma un respiro.
El descanso.
Nada que contemplar.
Si acaso, el ritmo de la respiración.
El aire que entra y el aire que sale.
El cosmos en el microcosmos
y el microcosmos disolviéndose
en el cosmos.
Todo y nada a la vez.
Sin verbo.
Sin sustantivo.
Sin acción y sin objeto.
Ni sujeto.
Buenos días Marie, quería preguntarte si has tenido la experiencia de que en el silencio y la contemplación no surja la alegría, sino el vacío y la angustia. Aquí lo dejo, a ver si me puedes ayudar.
ResponderEliminarUn abrazo del corazón
Carolina
Carolina, en general yo encuentro más bien una cierta paz que surge en el silencio, al soltar todos los relatos; el descanso, en una especie de disolución apacible. Eso mismo que tú llamas muy apropiadamente el vacío.
ResponderEliminarSi en ese vacío ha aparecido alguna vez la angustia, el miedo o el vértigo, he entrado en él y ha resultado ser solo una parte del trayecto, pasajera, el umbral de la paz. La he identificado (a esa angustia) un poco como una guardiana protectora del personaje que se resiste a desaparecer, sin relatos que le alimenten. Un simple recurso del ego. Cuando lo atraviesas ves que era solo una ilusión.