El otoño ya ha llegado a casa, discreto.
Este año le costó mostrarse.
Apenas se le oyó venir
ni notó su presencia.
Así que se sienta en silencio y se sumerge en la escucha atenta, la contemplación.
Escucha su voz en el soplido del viento,
la respiración del Cosmos.
La respiración de Dios.
Observa sus colores en los árboles de las islas verdes de la ciudad, bajo sus pies.
En la piel rugosa del horizonte de montañas.
Y en el horizonte de mar, que se ha vuelto azul y gris y rizado.
Lo contempla todo desde su atalaya.
Reconoce el otoño también en el cielo cubierto, como un techo de nubes.
Despejado a medias en la franja que besa el horizonte de montañas
y el horizonte de mar,
por donde se cuela la luz del sol
que desciende a la hora del crepúsculo.
Los colores a punto de estallar en un despliegue de magia. Otoñal.
Otro año abriéndose camino, haciendo camino.
El sueño que no cesa.
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