Las nubes en el cielo, viajeras.
Haciendo aún más presente, más lleno y hermoso
el espacio vacío.
Como un lienzo manifestando sus formas y colores ocultos.
Así las propias nubes en su vida.
Un día le preguntó a su maestro: Por qué surgen las apariencias?
Y él respondió: Para hacernos sufrir.
No le convenció la respuesta.
Como, siendo una niña, no le convencía la visión de un Dios implacable,
severo y castigador.
Si existe algún Dios fuente de sabiduría, cómo no va a ser comprensivo y amoroso?
Si una madre es capaz de comprender cualquier afrenta de su hija o de su hijo,
ver sus heridas y su sufrimiento,
desearle lo mejor y esperar con paciencia y confianza,
cómo va a ser Dios menos que una madre?
Hace tiempo se quedó huérfana de ese Dios, también.
No cree que las nubes en el cielo aparezcan para hacernos sufrir.
Tan embriagadora la luz de la noche y la luz del día,
el amanecer, el larguísimo crepúsculo.
Y, sin embargo, no generan apego.
No te empeñas en retenerlas -las nubes, la luz.
Por el contrario, invitan a la realización de la impermanencia.
Así, cualquier apariencia en su vida, cualquier situación,
es una oportunidad para comprender, para la realización.
Qué desperdicio encogerse de miedo
en vez de abrir los brazos al regalo!
Y celebrar.
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