Cuando subió al terrado a tender el edredón, que se ventilara unas horas,
se encontró a la vecina desayunando tranquilamente,
como ajena al ruido ensordecedor de las obras de la fachada.
¿No te molesta el ruido del taladro?, le preguntó.
Pongo la atención en los momentos de descanso entre ráfagas,
respondió sonriente, como si compartiera una broma.
Ella sabía que no lo era.
Pues sí, pensó.
A veces el silencio se oculta bajo la fuerza de un ruido,
pero es cuestión de tiempo,
el ruido siempre acaba y el silencio sigue ahí, estable.
Si pones la atención en los segundos, o minutos, de ruido,
"hay" ruido, "todo" es ruido.
Pero lo único que es estable es el silencio.
Como el cielo claro siempre reaparece
después de las nubes de paso.
Este cuerpo-mente desaparecerá pero la fuente de donde emana permanece.
El sol en mi piel, la brisa del mar en los pulmones y en el riego sanguíneo,
el abrazo del agua o el canto de las gaviotas
aparecen para recordarme la fuente,
para conectarme con el instante eterno,
cuando retorno a los orígenes.
Y entonces todo revela su sentido, cada apariencia:
el viento en las copas de los árboles y en la ropa tendida,
la conversación a unos metros de distancia,
las piedras del camino.
Cada apariencia revela su significado.
En ese instante eterno en que estás en contacto con la fuente.
Y es que (ya lo dijo Milarepa)
la vida
es un libro de dharma.
Genial siempre lo que publicas y cuentas. Gracias
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