viernes, 19 de abril de 2019

Sobre palabras y sentimientos.








La chica le hablaba como si quisiera darle fuerzas en la caída.
La amiga la interrumpió:
"No me digas todo eso porque solo son palabras.
A mí lo que me importa son los sentimientos".
La chica calló un instante. Luego preguntó:
"¿Te parecen palabras?"


Ella sonrió mientras escribía en su cuaderno, junto a la escena en la mesa vecina,
la vida llena de ilustraciones.
Pensó en cuando las vivencias personales son solo "palabras" para otra persona,
si no ha estado ahí.
Pensó en cómo, a menudo, esperamos unas palabras concretas
(que no serían solo "palabras" a nuestros oídos),
y si aparecen otras
nos sentimos incomprendidas, decepcionadas o traicionadas.
Y sobre todo, pensó en lo sobrevalorados que están los sentimientos.
Como si "sentimiento" fuera sinónimo de "realidad"
y no la consecuencia de una interpretación de la "realidad".


Pensó en el sentimiento como un grito del ego,
o una queja, o una satisfacción.
Del ego.
El sentimiento a menudo es la expresión del niño o niña pequeña,
caprichosa y egocéntrica.
Y hay que prestarle atención, por supuesto,
escucharla, abrazarla, cuidarla.
A la niña pequeña caprichosa y enrabiada.
Para ayudarla a sanar y despertar,
no para cronificar la herida.







No confundas los sentimientos con la "verdad", se dijo a sí misma.
En la mayoría de los casos no son más que síntomas de la enfermedad que padeces
(de la separación, de la importancia personal, del "yo primero",
en cualquiera de sus versiones).

Es un hilo para seguir.
Pero no es el corazón del ovillo.








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