El mejor momento del día es ahora mismo. Aquí mismo.
La ropa tendida al sol y al aire.
El kimono blanco se ofrece al sol, el mejor blanqueador, y al aire perfumado a pinos, higueras y robles.
Un coro de gorriones invisibles y gaviotas.
Alguna tórtola valiente cruza el espacio hiriente de sol
y hace una parada sobre la antena.
El aire acaricia la ropa,
su rostro y su cabello a la sombra.
El sol abraza sus piernas y sus pies desnudos.
Ningún lugar del mundo es mejor que aquí mismo.
Ningún momento del día, ni del año, mejor que ahora mismo.
Si ahora me fuera, todo saldría bien -dijo una vez.
Siempre sale bien -la corrigió su amigo.
Enseguida supo que él tenía razón.
Por otra parte, el miedo, el escepticismo en su cabeza, lo pusieron en duda.
Y, por si acaso, siempre quiere estar preparada.
Como cuando era niña y leyó aquello (lo escribió un cura moderno)
sobre estar preparada en todo momento para el amor,
porque en cualquier momento puede aparecer.
Estar preparada.
Como si la espera fuera más plena que el encuentro mismo. O lo mismo.
Ella conoce el "encuentro", así que dejó de temerlo,
o evitarlo.
Sabe que el amante aparece, y desaparece.
Y desaparece ella misma.
Y aún no sabe cómo estabilizar esa experiencia,
pero se entrega a ella,
presente
o ausente.
Ya sea en la espera
o en el encuentro,
el mejor momento del día es ahora mismo.
Aquí mismo.
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