sábado, 15 de agosto de 2015

En el corazón del mundo.




A veces, un testimonio cristiano podría ser perfectamente budista, o de cualquier otra tradición.
Te invito a que, cuando leas este texto, juegues a cambiar la etiqueta de su tradición por la tuya, y a ver qué opinas.  :)


Rosa María Piquer es psicóloga y musicoterapeuta.  
Coordinadora del Centro de Psicoterapia Integradora Humanista Sýnthesis.
Organiza grupos de meditación y de acompañamiento en el duelo.
Monja de la Comunidad Monástica de Santa María del Mar Blanc (Centelles).


"Un día me di cuenta de que lo que deseaba, necesitaba y quería, todo aquello que buscaba, en realidad ya lo tenía, y lo tenía en mi interior, que no necesitaba ir a buscarlo fuera.
Y que esto es una realidad para cada persona. Sin excepción.
Había buscado mucho en la filosofía, había hecho una búsqueda intelectual en muchas fuentes, y esto, sin embargo, fue un encuentro existencial, de experiencia.
Aunque es algo muy difícil de expresar con palabras, puedo decir que tiene que ver con sentir este inmenso amor de Dios en mí misma y en todo lo que me rodea, como algo indivisible.
Se trata de una experiencia totalmente transformadora.




Luego te planteas cómo vivirlo.
Y sobre todo, qué puedo hacer para facilitar que otras personas descubran que ellas también tienen todo eso en su interior, no como una promesa sino como una realidad.

Era tan totalizante, tan radical esa vivencia, que sentía que tenía que darlo todo.
Tenía que darme del todo a esa realidad.
Porque nada era tan real como esto.
Este profundo gozo, esta libertad.

Con el paso de los años, el proceso ha sido ir profundizando en esta vivencia de amor y, al mismo tiempo, irme sintiendo cada vez más libre y más yo misma.
Vas aprendiendo a confiar.
Sabes que, si te abandonas, Dios es quien te lleva y lo hace por caminos maravillosos.




Como musicoterapeuta y psicóloga, me he centrado en el acompañamiento a personas enfermas y en el proceso de la muerte.
He descubierto que no es malo envejecer ni es malo morirse.
Si crees que tu vida tiene un sentido, también tiene un sentido tu muerte.
Podemos vivir ese proceso con naturalidad, como vivimos con naturalidad el proceso de nacer.
De hecho, es como otro nacimiento; cuando nacemos, no sabemos a dónde llegaremos, y eso es lo que suele ocurrir durante la muerte.
He visto que si somos capaces de vivir sin aferrarnos, sabiendo que estamos de paso, disfrutando de las cosas y siendo muy felices, si vamos haciendo este camino de desprendimiento, no cuesta tanto morirse.




El camino es largo y no pasa nada si vives dentro de las normas de una tradición y luego pasas a otra.
A mí, durante muchos años, me sirvió vivir en la estructura de una comunidad monástica muy rígida, y en el momento en que dejó de servirme, la dejé. No fui yo, es la Vida la que me sacó de ahí. Siempre es Dios quien realmente sabe lo que conviene.
Entiendo que pueda haber personas que necesiten esa estructura para vivir esta experiencia profunda, pero creo que esto se tendría que poder encontrar sin una estructura que limite tanto la iniciativa, la creatividad y la libertad.



El aspecto en el que soy más crítica es en ese sentido de autoridad y obediencia tan medievales. Quizás, como ahora lo veo desde fuera (con mucho amor), pienso que es una forma de vida que ha caducado y que no ayuda realmente a vivir el amor de Dios ni conduce a la liberación. Aunque eso, cuando estás dentro, no lo comprendes, porque siempre hay un entorno de gente buena, de muy buena fe, y a la que amas mucho, que lo alimenta.
Ahora estoy en una comunidad monástica de reciente creación, donde las cosas se viven de otra manera. Se puede decir que vivo la vida de Dios en el corazón del mundo.

Y he aprendido a realizar mi función en el mundo sin necesidad de decir a la gente que soy una monja o lo que en realidad me mueve.
Al fin y al cabo, me mueve el amor, y eso es lo que importa.
Es como vivir una "vida escondida".
Habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios, Col 3,3.




Cuando estoy en una sesión terapéutica puede ser una experiencia sagrada profundísima, de estar con Cristo viviente que está viviendo aquel problema, aquella realidad.
El contacto con aquella persona en una sesión psicoterapéutica, con esa enferma que se está muriendo en el hospital, puede ser una experiencia mística incluso, porque son experiencias transformadoras, de tocar lo transcendente, la experiencia de Dios.

Si Dios está en todo, entonces, cómo podemos excluir ciertas actividades, situaciones o personas, como si fueran algo molesto, no deseado?
Si Dios es el Todo y está presente en todo, hay que saber verlo porque está ahí, en cualquier situación. Y si no lo encuentras, quizás es porque no estás lo suficientemente abierta a encontrarlo.
Cuando más profundizas en cualquier experiencia humana, más encuentras la experiencia divina.




Algo que me llama la atención en las comunidades religiosas es que hacemos una opción de vida de celibato, de no proyectarnos en unos hijos e hijas, que son una proyección de futuro, y está bien pero, entonces, por qué este énfasis en hacer que continuemos las estructuras y las instituciones que hemos creado?
Se puede llegar incluso a sacrificar a personas para que continúen determinadas estructuras, y yo considero que esto es un contrasentido y un gran error, porque la opción que has tomado es de pura gratuidad, no lo haces para que continúe nada; Dios sabrá qué quiere hacer, es Él quien lleva la vida de una comunidad, no los que se consideran los representantes de la iglesia.




Aquí, lo importante, son las personas, y si hay que organizar un mínimo de estructura tiene que estar en función de las personas, no al revés. Y creo que esto la iglesia no lo tiene muy claro.

Lo que realicemos las personas de hoy, por muy auténtico que sea, no tiene por qué perdurar en el tiempo. La continuidad sólo depende de Dios. Así que no me preocupa en absoluto.
Me preocupa, eso sí, que lo que vivo cada día tenga sentido.
Vivir una vida con significado, eso es lo que me importa.

Así que vivo al día. Con confianza, porque Él ya sabe.
Y Él es quien me lleva a mí
y todos los demás asuntos.




Los primeros cistercienses no querían construir edificios de piedra, sino de madera, y mira todo lo que ha surgido después precisamente por aferrarse y no vivir este sentido de peregrinaje.
En este mundo, somos peregrinos, todos los seres, estamos de paso.
Vamos hacia una meta de libertad, de plenitud, y el camino hasta llegar a ella puede ser a veces maravilloso y a veces muy duro, pero todo forma parte del mismo proceso.

En los últimos años me ha tocado despedirme de muchas personas queridas y veo que si una persona ha pasado haciendo el bien y amando, cuando llega la última etapa desprende una paz y una serenidad profundas.
Me gustaría llegar a mi meta ligera de equipaje y poder decir:
Estoy aquí, estoy a punto; gracias por todo lo que he vivido."





(Del libro "Monjas", 
de Laia de Ahumada. 
Fragmenta Editorial).













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