Querida amiga.
Me preguntas sobre la soledad. Y sobre la compañía.
Cómo vivirlas.
Personalmente, me siento bien en la soledad.
Me gusta con quien estoy, cuando estoy a solas.
La compañía de las gaviotas y las palomas y las tórtolas y los mirlos,
y las golondrinas y los vencejos, de visita en primavera.
Su coreografía libre en el aire al otro lado de los balcones y en el terrado.
Su canto, su voz.
La banda sonora del silencio.
El despliegue de luces y colores al amanecer y al atardecer,
el paisaje de nubes, a veces apacibles y suaves como copos de algodón,
a veces gigantes y oscuras de tormenta.
La luz de la noche.
Me encanta la soledad, tan habitada.
Pero también disfruto mucho de la red de afectos que me envuelve y me sostiene.
El ágape, compartir en torno a la mesa, celebrar,
contemplar la ilusión de "el otro"
y ver cómo estalla la risa
y se hace fuerte el amor.
Al final, la soledad, tan habitada, o la compañía
da igual, más de lo mismo.
El encuentro con Dios.
Seguir haciendo el amor con Dios.
Y no me digas que me he extraviado otra vez en la dualidad, que no hay separación.
Porque eso ya lo sé.
No hay separación, pero solo cuando ha tenido lugar el encuentro
con Dios.
Cuando estallan los globos de ilusión.
Ya lo decía Leonard Cohen,
que "in love, we disappear".
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