Amanece un día de sol.
Está despierta para contemplarlo aún antes de que extienda su manto de luz.
Le gusta estar presente para darle la bienvenida,
cuando llega con la varita mágica que despliega todas esas luces y colores y cantos,
y la coreografía de vuelos de los pájaros.
Ella a veces abre los ojos con su mochila también cargada,
de miedos, dolor, insuficiencia,
y la ve aligerarse, de su peso, transformarse en una energía de confianza,
en la apertura del nuevo acontecer, el día por delante.
Le llegó una carta de un adolescente.
"Estoy interesado en conocer un poco las religiones.
Me han dicho que el budismo no es como otras que están más por el servicio a los demás, la caridad y cosas así. Como que el budismo es más para uno mismo, más egoísta.
Qué hay de cierto?"
Pensó en explicarle la diferencia entre el budismo hinayana,
donde la persona busca la liberación (del sufrimiento) personal
y el budismo mahayana, con la mente de bodichita,
que desea la iluminación para ayudar mejor,
para la liberación de todos los seres sintientes.
También podría hablarle sobre el budismo comprometido, el budismo en acción,
como el budismo zen de Thich Nhat Hanh,
quien fue nominado en su tiempo al premio Nobel de la Paz,
por su implicación de ayuda a la población civil vietnamita durante una invasión cruel y sin sentido.
Pero decidió centrarse en lo (más) importante, a su manera de ver.
Le habló de una monja católica, muy involucrada en su barrio obrero,
en la fábrica en la que ella misma trabajaba,
en el acompañamiento a las mujeres inmigrantes y las familias del barrio.
En cierta ocasión iba en el metro y miraba las caras de las personas alrededor
y veía sus pequeños y grandes dramas cotidianos, su lucha, su fortaleza también,
la dureza de la vida y aun así los cuidados, el amor.
Empezó a brotar lágrimas de sus ojos:
no voy a poder ayudar a todo el mundo, es imposible, no está a mi alcance.
Fue entonces cuando decidió buscar una ermita, una cueva o algún lugar apropiado donde retirarse en soledad, para poder abarcar a todos los seres y ayudar mejor.
Y allí está, en retiro de soledad hace más de 40 años.
Y tú te puedes preguntar:
Cómo va a ayudar así, aislándose?
Fuera del mundo sí que no es de ninguna ayuda.
Hay otras maneras de verlo.
Como una lluvia de amor sobre tierra fértil.
Desde un punto de vista, todo es energía, manifestada en formas diferentes:
luz, agua, espacio, materia, emociones...
Todo mera energía manifestada.
Desde la visión separada, egoísta, egocéntrica, todo lo demás puede ser una amenaza,
y da lugar a los miedos, la inseguridad, la muerte.
Porque todo fenómeno manifestado nace y muere.
Esa energía de egoísmo, amenaza, inseguridad, ataque y defensa, nacimiento y muerte, etc.
es dolorosa.
Se está generando mucho dolor de una manera invisible.
Qué pasaría si generamos energía de amor, confianza, compasión, empatía?
Que la energía de amor se hace fuerte y poderosa,
como una lluvia sobre tierra fértil,
y acaba transformando el mundo en el que vivimos.
Si todo es energía manifestada
(todos los fenómenos, todos los objetos y situaciones y emociones en este mundo que aparece),
prueba a generar energía de Amor que lo abrace todo, que lo inunde todo.
Y contempla la transformación.
Eso sí que es ser útil
Ésa es la misión de aquella ermitaña católica
y también es el corazón de las enseñanzas budistas.
¿Te parece egoísta o poco útil?
Al final, da igual si eres católica, budista, musulmana o laica,
si puedes proyectar la fortaleza del amor transformador, sin discriminación.
que buena explicacion diste. retirarse del mundo de los fenomenos cada vez me parece mas sensato para aportar energia al mundo en transformacion. por ahora vivo en el campo y el silencio predomina, acallando pausadamente mi mente dispersa y analitica. gracias desde Colombia por inspirarme
ResponderEliminar/\
ResponderEliminarGracias a ti también por tu aportación a este mundo. 🙏