lunes, 9 de octubre de 2023

Los motivos para el odio que arrastramos no siempre existieron.

 



El niño amaba mucho a su madre.
La veía guapa, la más guapa de todas las madres, inteligente, emprendedora.
Era quien organizaba las cosas en casa y le protegía a él y su mundo.
Siempre podía contar con ella.
Ella solía decirle: "Vive tus sueños".
Decía frases como:
"Vive tu vida. Escribe tu propio guion de vida, la vida que deseas vivir.
No la que esté de moda o la que dé más dinero o más poder,
o la que esperan de ti las personas que amas.
Vive tu vida, la que tu alma necesite explorar en esta existencia humana. La tuya".
Él a veces la entendía a medias pero sabía que su madre le apoyaría en todo,
contaba con que le apoyaría cuando necesitara una mano,
que podía contar con ella en todo momento, en cualquier situación.
Su padre era otra cosa.
Pasaba todo el día fuera y cuando llegaba a casa se sentaba a leer el periódico,
a comer lo que hubiera preparado, a dormir.
El padre no tomaba las decisiones en casa ni parecía que tuviera "sueños".
Era guardia civil y el hijo lo veía como un hombre gris.
Su madre era costurera, cosía y diseñaba vestidos personalizados para sus clientas
y al hijo le encantaba la misión de llevar el vestido confeccionado,
bien doblado, planchado y empaquetado a las clientas,
que invariablemente le recibían con una gran alegría,
como al emisario que les lleva la mejor obra de arte
con la que ellas celebrarían tantas fiestas
y se sentirían guapas, atractivas y admiradas.
Además de ser una buena costurera y diseñadora con proyectos de futuro,
la madre amaba la música y tenía debilidad por el arpa,
que tocaba en sus momentos de recogimiento y meditación.
Si había algo de lo que nunca se desprendería, ni en el peor de los casos, era de su arpa.
Así que el hijo amaba y veneraba a su madre.
Hasta que un día descubrió unas cartas anónimas,
de un admirador que también la amaba.
Vivía en Barcelona
(la gran ciudad, tan europea, desde el punto de vista del pequeño pueblo del interior
donde vivían y nunca pasaba nada)
y al parecer era escritor, un escritor famoso.
El hijo también quería ser escritor.
Cuando se hizo mayor, acabó una novela que hizo llegar a varias editoriales que, sistemáticamente, la rechazaban.
Así que decidió autopublicarla pero la impresión costaba mucho dinero.
Se lo pidió a su madre (a la que ya por entonces odiaba,
convencido de la traición que estaba infligiendo a la familia,
a su padre, a él mismo);
era una suma muy elevada pero su madre la consiguió y se la dio.
La edición resultó ser una ruina y un buen día, caminando, vio en una tienda de música el arpa de su madre, que comprendió que había vendido para hacer frente a los gastos de la publicación de la primera novela de su hijo.
La situación familiar era cada vez más difícil;
la relación entre madre e hijo se deterioraba día a día,
el padre enfermó y murió,
y el negocio de la madre empezó a decaer con la crisis económica del momento.
La actitud del hijo llegó a ser tan hiriente
que un día que se traspasaron todas las líneas rojas
la madre le dijo que se fuera de casa y no le volviera a dirigir la palabra.
Así lo hizo el hijo.

Pasaron 40 años sin saber de ella.
Se había convertido en un escritor profesional, había ganado varios premios
y en uno de los congresos al que había sido invitado coincidió con el escritor que había sido amante de su madre.
Por fin podía tener una conversación con él.
Pero, para su sorpresa, el escritor no recordaba a su madre.
Nunca había tenido una relación con ella,
ni siquiera había conocido a esa mujer.
Entonces se acordó de un amigo guardia civil en su juventud.
El guardia civil, destinado en Barcelona, estaba enamorado de una chica de su pueblo, una costurera
pero no se atrevía a dirigirse a ella.
Entonces le pidió al escritor en ciernes que le escribiera las cartas,
inventándose una personalidad más interesante que la suya propia.
Más tarde le revelaría su secreto a la costurera
y acabaría casándose con ella.

Así fue como el hijo descubrió que su madre nunca había tenido un amante
y que las cartas que tanto dolor le habían producido eran de su propio padre.
Y ella las había guardado como parte de su historia común.
El "amante" era su padre.

Se había pasado la mayor parte de la vida odiando a su madre por un motivo inexistente,
por un equívoco.
Qué podía hacer ahora, 40 años después de haber roto su relación con ella?
¿Pedirle perdón, decirle que todo había sido un malentendido?

Para su sorpresa, se dio cuenta de que el odio que había sentido durante tanto tiempo se había hecho real.
Su relación con su madre ya estaba marcada por el odio.
No importa que el origen fuera una confusión,
con el paso del tiempo ese odio se había estabilizado
y ya formaba parte de su relación.
Comprendía que no era justo para ella, pero así era.

Volvieron a pasar los años.
Un día llamó a una antigua vecina del barrio de su madre
y le preguntó por ella, cómo se encontraba.
La vecina le explicó que había muerto varios años atrás,
en una pobreza muy extrema
y sola.
Pero si algo la hacía feliz era saber que su hijo había conseguido realizar su sueño
y se había convertido en un reconocido escritor.




(Versión libre de la novela "Mamá", de Edmundo Díaz Conde)


11 comentarios:

  1. Una tremenda historia, Marié. Desde luego que se pueden extraer muchas lecciones y da mucho para reflexionar. Todo por una mala interpretación de los hechos. Sea como sea, la cristalización de esos odios u otras emociones negativas es algo que nos ocurre a todos, y es triste y doloroso. El odio al final acaba destruyéndote o afectándote a ti mismo, como decía Buda.
    Si al menos podemos darnos cuenta, reconocerlo y rectificar, sanar las heridas, ya damos pasos en la dirección correcta, aunque, como en la historia, el mal ya esté hecho.
    Muchas gracias por contarla, me ha llegado.
    Te mando un abrazo.

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    1. Un abrazo, अनत्ता 光 心
      Una alegría que sigas por aquí.

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  2. Impresionante relato. Otro autor definía el origen del odio, basado en motivos reales o 'imaginarios'. Durante años me he aferrado a pensar que mis motivos eran absolutamente reales. Y hoy, leyendo este relato, me pregunto por primera vez: ¿y si son imaginarios? Un abrazo
    Carolina

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  3. Es cierto que las malas interpretaciones, los errores, problemas de comunicación o simplemente el egoísmo y la estupidez humana genera odios o a lo mejor no tanto, pero sí animadversiones y rechazo. Lo cierto es que en esta historia, lo que de verdad me llama la atención es el tremendo egoísmo y falta de empatía del hijo para con la madre, más allá de que hubiera o no tenido un amante, era su madre, lo dio todo por él... ¿ qué tipo de persona permite que su resentimiento y sus juicios de valor, se coloquen por encima del amor a quien te lo ha dado todo ? El motivo por el que nace el odio dentro de alguien es lo de menos, sea real o imaginaria la cuasa, el problema de fondo, existe dentro de la persona que lo siente. Tengo algo claro, es imposible que este hijo sea feliz y se sienta bien consigo mismo, tal cual ha actuado. A solas con uno mismo, no hay escapatoria. Por el contrario, su madre aun en la indigencia, seguro que vivió en paz, aunque tuviera el corazón roto por la ausencia de su hijo, seguro que una mujer como ella, jamás sintió odio ni por su hijo, ni por nadie.

    Un placer volver a leerte, abrazo fuerte!

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    1. Sí, María, yo también lo veo bastante así.
      Lo del amante o no, eso es lo de menos.
      Un abrazo.

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  5. Esta novela me recuerda a Manzanita y su Ramito de violetas. Muy feo lo del hijo leyendo las cartas de su madre. https://youtu.be/TTzrFxeBiUQ?si=Ax-hxXg5_1hppKzf

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  6. Impresionante relato. No importa si basado en realidades o imaginario, como los orígenes del odio. El odio es una apreciación subjetiva que provoca la destrucción del que lo siente y practica. No importa si los motivos son fundados o infundados, no. Lo cierto es que a través de él, la vida se pierde y deja de brillar...
    Saludos. 🌞

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