viernes, 20 de julio de 2018
El segundo simio y las bananas.
"Había un simio que quería bananas más que otra cosa.
Cuando finalmente consiguió una,
su sabor colmó sus más altas expectativas.
La próxima vez que se le ofreció una, sin embargo, no pareció tener un buen sabor en absoluto.
De hecho, su experiencia original de comer banana había estado compuesta por nueve décimas de expectativa
y un décimo de banana.
Por eso, cuando una segunda vez probó la banana, la escupió diciendo:
"Esto no es lo que yo llamo una banana.
¡Evidentemente, alguien está intentando engañarme!"
Pasó casi el resto de su vida tratando de encontrar el tipo justo de banana.
Por último, decidió que su primera banana había sido única,
y entonces abandonó la búsqueda".
Si en la fábula anterior, después de su profunda experiencia de transcendencia y plenitud,
el simio cae en una "noche oscura del alma",
siente la orfandad definitiva,
el abandono,
y cae en la amargura y la violencia
hasta morir,
la fábula del segundo simio habla de la figura del buscador.
La persona que insiste en buscar por todos los caminos posibles
hasta encontrar la banana perfecta,
exactamente igual a la primera.
La misma.
El problema es que no es consciente de la trampa de su propia búsqueda.
Porque la misma ya nunca va a ser posible.
Tú, la situación, las condiciones, la banana,
todo ello será otra cosa, diferente.
Y el recuerdo idealizado y sublimado no dejará aparecer nuevas bananas
y, si aparecen, probablemente no las reconocerás.
Ninguna puede compararse con el recuerdo sublimado.
Se trata, por ejemplo, de aquellas personas que tienden a contarte una vez tras otra
aquella época en la que se sentían en unidad con todo
y no eran otra cosa más que amor, etc. etc.
Aquella época perdida.
O el maestro que te cuenta su intensa realización en medio del desierto,
hace 40 años.
O aquel despertar bajo la lluvia, hace 30.
Ese enganche con una banana en particular;
ese apego que impide soltar
para dar cabida a la experiencia de nuevas bananas.
En las experiencias amorosas,
podrían ser aquellas personas enganchadas a una relación intensa de profundos altibajos.
El doloroso sufrimiento de la pérdida y el abandono;
por ejemplo, los celos, el duelo,
hasta que la otra persona vuelve con unas migajas
y te parece haber alcanzado el séptimo cielo.
Consciente de su fragilidad.
Y de nuevo el conflicto.
Y así una vez tras otra.
La intensidad (del ego) que crea adicción.
Y cuando por fin se acaba esa banana,
la adicción a esa intensidad (o el recuerdo de esa intensidad)
es tan fuerte que difícilmente otra banana podría comparársele.
Excepto si repetimos pauta con otra banana de intensidad similar.
Porque ya no puedes reconocer el sabor de una banana no tóxica.
También puede ocurrir tras la pérdida de una relación dulce y serena.
El problema, en cualquier caso,
es el recuerdo sublimador que impide reconocer
las bananas que aparecen
en este bosque lleno de plataneros.
El problema, tanto en el caso del primer simio como el segundo,
es su escasa capacidad para soltar el pasado
y abrirse con ojos vírgenes y nuevos
a la oportunidad del instante, aquí y ahora.
Los recuerdos están bien como referentes,
o mejor, como inspiración,
como demostración y prueba palpable de nuestro potencial interior.
Nutrientes para la confianza.
Los recuerdos nunca deberían ser cárceles.
Para una condena perpetua.
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