En el camino de la tienda a casa,
cargada con la bolsa llena de frutas frescas del bosque,
se topó con masificaciones de gente a la puerta de las iglesias, en la calle Ferran, en la Plaza de la Catedral, con ramilletes blancos en las manos.
Entonces se dio cuenta de que era el domingo de ramos.
Luego vio las imágenes de las procesiones en Málaga y Sevilla,
las saetas, las cofradías, los llantos emocionados,
una forma de transcendencia y espiritualidad que te hace sentir parte de algo.
No era su caso.
De hecho, en el camino a casa, evitaba las multitudes.
De qué soy parte yo?, se preguntó.
Del Dharmakaya, supongo -respondió sin pensar demasiado.
Oía el canto de los pájaros, veía su vuelo, las nubes en el espacio azul.
Formo parte del Nirmanakaya, la escenografía completa -concluyó.
Pero me falta la experiencia amorosa del Sambogakaya,
pensó al día siguiente, mientras se despertaba.
Eso era antes de la ofrenda del desayuno, aún en duermevela sobre el futón.
Se activó para los preparativos del ritual diario
y vio como todo cambiaba.
Ya había comenzado la inmersión.
Una vez con la bandeja del café y la fruta fresca en su atalaya, ya todo era diferente.
Y la estela se quedará
y se irá nutriendo
a lo largo del día.
La unión de los tres cuerpos.
O una ligera degustación
de aproximación.
Brindó por eso.
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