El tiempo, el vértigo.
El tiempo
que no existe y al mismo tiempo existe.
El amigo sale de casa en la mañana y pregunta:
Qué planes tienes para hoy?
Contemplar el tiempo desde esta atalaya -piensa
y no dice nada.
Contemplar las olas bravas en el mar,
el viento en el toldo,
el sonido del tren que pasa.
El paisaje de nubarrones y claros
en el cielo.
Se ha dado un espacio para el retiro,
un plazo con fecha de vencimiento.
La semana que viene ya estaré entretenida -alega
ante sí misma, pero no dice nada-,
hoy aún puede contemplar el tiempo,
lo que sea que signifique.
El tiempo detenido
en un paisaje que no puede detenerse.
Cómo detener las nubes en el cielo,
el soplido del viento,
el tren que pasa,
el empuje invisible tras el crujido de puertas y ventanas.
Las olas que vienen a romper a la orilla.
Lo que sea que esté sucediendo en este organismo que considera su cuerpo
y en esta energía que considera su mente.
Cuando al final del día le pregunten "Qué tal el día? Qué has hecho?"
no sabrá qué responder.
Seguir aquella ola gigante y blanca, entre rizos menores de color gris,
ese cuerpo de espuma salvaje
que viene a romper a la orilla;
mencionar esa energía desatada
casi de catarsis,
no es una respuesta.
En lugar de eso, comentarán la película de la noche,
algo que compartir en compañía.
Algo "concreto".
Para lo demás no hay palabras.
No para otros oídos
que no sean los propios.
Se pregunta qué se respondería a sí misma,
sobre el día que transcurre.
Fuera de la contemplación, no tiene nada que decir.
La contemplación del tiempo,
ese personaje en la obra
que no existe fuera de ella.
La contemplación del movimiento
(ahí fuera, aparentemente, en el escenario),
fluido a veces, catártico otras.
La contemplación de la impermanencia.
Como una hoja caída del árbol, no dejará nada tras de sí,
nada que perdure después de la perecedera energía
de la memoria de otras personas.
Todos sus supuestos errores se disolverán,
al igual que sus hipotéticos aciertos.
Y sin embargo, aquí y ahora, todavía,
esta experiencia profunda de plenitud,
de inundarlo todo,
cada imagen, cada sonido, cada aroma.
Esta experiencia vívida de nacer
en el surgimiento de cada emoción,
en cada pensamiento incluso,
en el aire en la piel,
en el aroma estimulante del café que corre por sus pulmones
y el río de sus venas.
De existir en cada apariencia, en cada fenómeno.
Nacer en cada percepción,
en cada "darse cuenta".
Ah! -reconoce- Era esto,
lo que llaman reencarnación.
Era esto...
Desde que escribiste sobre la sabiduría del Dharmathu y estas dos últimas entradas tan descriptivas sobre su aspecto tan positivo (tan repleto de sabiduria) de conexión, de reencuentro, de renacimiento diario con la vida y de conexión con el entorno, no hago sino pensar en ello. Yo tambien pertenezco a la familia Buda y la aparente ignorancia, de la que tantas veces me he culpado, ha cobrado nuevo sentido. Ayer tambien lo leí en el libro de Pema (no tan bien explicado como en tus anotaciones) y resonó fuertemente en mi. Una musica relajante (en mi caso piano y cuerda), un día bonito y la conexión puede ser establecida con relativa facilidad y en esa situación te sientes parte de todo lo que te rodea y hay una paz infinita. Gracias por tus contribuciones
ResponderEliminarTu comentario me hace sonreír, incluso en algún momento reír, con ternura. Gracias por compartir tu experiencia.
ResponderEliminarNavegando en el mismo barco. El mismo mar.
Un abrazo.