El lamento de la paloma se une al canto pertinaz de la tórtola.
Y poco más, cuando aún es oscuro ahí fuera.
Silencio.
Las golondrinas apenas.
Y alguna gaviota.
Empieza a aclarar, abriéndose paso el día,
y el cielo aparece como una gigantesca nube de humo gris
sobre la montaña del Tibidabo,
y se extiende como un techo sobre la ciudad.
Una gaviota planea el espacio sin miedo,
gris o luminoso el aire, da igual.
Si se pregunta qué ha venido a hacer a esta vida,
o bien aquí ahora, su trabajo en esta vida, lo que le resta del viaje,
solo se le ocurre una respuesta:
Aprender a vivir.
Cómo hacerlo?
No cuenta con un método, solo la práctica:
Viviendo.
Bajo el sol.
O bajo la lluvia.
No lo ve pero el sol ya ilumina a las siete y media de la mañana,
más allá de las nubes.
El suelo mojado
de la lluvia discreta de la noche,
el balcón y las calles.
La lluvia detenida.
El baile de las plantas en los terrados
delata al viento.
Día para seguir haciendo lo que hay que hacer.
Para ella vacío, piensa.
Y sin embargo, se despierta tan pronto.
Para escuchar a las gaviotas,
para ver desplegarse la luz del día, tal como venga.
Para contemplar lo que aparece,
el cielo cubierto,
el viento en el toldo, en las ventanas.
El silencio, tan lleno.
Si el silencio está lleno significa que mi vida también está llena, piensa.
Se preparará el desayuno, como una ofrenda.
Y después, ya se verá.
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