Y mira, ahí, en la baranda,
aparece la gaviota, estilizada, blanca impoluta
(cómo se lo harán?, se pregunta,
su lavadora nunca lo consigue)
y gris, impoluto también.
Altiva, la cabeza erguida,
contemplando desde las alturas la ciudad a sus pies,
atenta a los sonidos del silencio.
La gaviota la mira, a ella y su escenario:
el desayuno recogido en la bandeja, en el poyete del terrado,
entregada al sol suave y al silencio
en esta vieja hamaca despintada.
Y parece que dijera:
Hoy te toca mi compañía.
No son voces de la chiquillería del barrio,
son las gaviotas en algarabía cuando el sol desciende, antes del atardecer.
Cuando el sol de primavera convierte su estudio en una estancia luminosa y cálida,
ese abrazo de calor tan esperado
a lo largo
del largo frío invierno.
La vida.
La tarde.
El otoño.
Los atardeceres.
La luna creciente
y la luna llena.
El canto de las gaviotas en el crepúsculo
y al amanecer.
El vuelo de las gaviotas.
El mar,
la contemplación de las olas,
de escaso recorrido. La vida tan breve.
Y la inmersión,
convertida en agua.
El baño de bosque.
El otoño, a veces la primavera.
La casa en la cima de la montaña, abierta,
de paisajes abiertos
y cielos abiertos.
Vivir para vivir.
Vivir para morir.
Vivir.
A secas.
Tan enamorada del otoño.
Y entonces, inesperadamente, llegó la primavera.
La primavera como un soplo, como un viaje.
El fin de la peregrinación.
Como una flor que se abre.
Se está abriendo.
En un presente continuo
que se despliega
sin prisa.
Parece que soltó el otoño, tan amado, para adentrarse en la primavera.
Cuando el loto en su corazón se abre de par en par.
Dejó el camino del otoño, tan amado,
e irrumpió la primavera.
Tan prometedora.
En el espacio celeste, la luna llena
y ella también, llena.
Pero mientras que la luna inicia su recorrido menguante
ella presiente la expansión.
Y se manifiesta como una luna llena creciente.
Abierta a un mundo nuevo,
cuando parecía que lo conocido ya sería su refugio final.
Y ahí está,
la luna llena creciente.
Le llegó aquel mensaje, tan mundano, que, sin embargo, la conectó
con aquellas experiencias de deleite en la meditación
del Alto Yoga Tantra.
Buscó un viejo libro, en su tiempo tan inspirador,
y lo abrió al azar:
"Las ofrendas externas son los objetos de deleite de los seis sentidos
que conceden el gozo especial no contaminado."
"Una vez que haya generado la mente de la suprema iluminación,
voy a tratar a todos los seres como a mis huéspedes
y a emprender las supremas y gozosas prácticas
de la perfección."
"Concededme la sabiduría excelsa
nacida de manera espontánea."
Sintió que la primavera estaba abriéndose en su mente/corazón
al menos tanto como ahí fuera.
Lo mismo.
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