miércoles, 5 de julio de 2017

Noche de verano.







Las 2.
Disfrutaba tanto de la noche y de la desnudez del instante que no perdía la consciencia.
Después de un largo rato de contemplación (los sonidos, las tenues luces y sombras, las gaviotas que evocan su partida definitiva,
la temperatura, el verano en la piel, el tacto),
encendió la luz y abrió el libro
"Hacia una espiritualidad de los sentidos"
(José Tolentino Mendoça.
Fragmenta Editorial).

Un instante antes, sumergida en el profundo placer de la noche de verano, anticipó el transcurso de este fragmento de tiempo, los viajes (fin de semana en Esparraguera, la Molina, Donosti, de masovera acompañante en una masía de la Costa Brava), septiembre y el otoño, el invierno, la navidad, el año nuevo 2018.

Repentinamente el vértigo
desapareció
en la experiencia de la presencia inmediata.
Siempre que está profundamente instalada en el instante,
la fascina la eternidad del instante
y sabe que está preparada para la muerte.
La llena de confianza y se esfuman todos los miedos.

Y entonces abrió el libro y leyó:
"Porque el presente tiene también un sentido vertical
que revaloriza el tiempo y lo abre a la eternidad.
Es el tiempo cualitativo, epifánico".

Epifánico, repitió.
Eterno.

Hizo inmersión.





Siguió leyendo:
"Cuando está ausente el amor, nuestra vitalidad hiberna".

Y sobre la atención, "que es lo contrario de la distracción que debilita la vivacidad
de la presencia en el instante mismo".

Tras cada pausa, volvía a la lectura.

Degustó lentamente las palabras de Teresa de Lisieux:

"Mi vida es un instante, una efímera hora,
mi vida es sólo un día volandero y fugaz.
¡Tú lo sabes, Dios mío! ¡Para amarte en la tierra
no tengo más que hoy!".

Y a Etty Hillesum, descubriendo el instante eterno incluso en un campo de concentración:

"La guerra. Los campos de concentración.
Pequeñas crueldades se amontonan sobre pequeñas crueldades...
Conozco el enorme sufrimiento humano que se va acumulando,
conozco las persecuciones y la opresión...
Conozco todo eso y sigo afrontando cada pedazo de realidad que se me impone.
Y, en un momento de desesperación,
abandonada a mí misma,
me encuentro de repente recostada en el pecho desnudo de la Vida
y sus brazos son muy suaves y me envuelven,
y ni siquiera puedo describir el latido de su corazón:
tan fiel como si no hubiera de acabar nunca..."




Y en cada subrayado, un instante (eterno) de quietud,
silencio,
para nutrirse mejor.

"La mística del instante nos reenvía al interior de una existencia auténtica,
nos enseña a hacernos realmente presentes:
a ver en cada fragmento el infinito,
a oír el oleaje de la eternidad en cada sonido,
a tocar lo impalpable con los gestos más simples,
a saborear el espléndido banquete de lo frugal y escaso,
a embriagarnos con el perfume de la flor siempre nueva
del instante".





Acabó el libro
y lo volvió a empezar.



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