martes, 6 de junio de 2017

Los tres sellos del dharma.






La meditación guiada versaba sobre la impermanencia.
Y la ayoicidad.
Y el nirvana.
Los tres sellos del dharma.


Generalmente, solemos contemplar la impermanencia cuando algo desaparece de nuestras vidas.
Ahí es fácil.
O incluso cuando algo aparece (ya sea a nuestro gusto o disgusto).

Pero a ella también le gustaba contemplar la impermanencia en la calma.
Cuando parece que reina la quietud. Y no pasa nada. Esa hipnosis.
A ella le gustaba poner la atención en la gestación invisible.
La vida preñada.
Antes o después tendría lugar un nuevo parto.
Le gustaba contemplarlo antes de nacer, aun antes de las señales.
Desarrollar la visión como se desarrolla un músculo.

Le gustaba contemplar la impermanencia en la aparente permanencia,
cuando meditaba
o en las larguísimas sobremesas del desayuno.





Por otra parte, tenía la rutina de escribir.
Escribía en su cuaderno a diario, sobre las (aparentes) idas y venidas que tenían lugar a lo largo del día; situaciones externas, personas, emociones...
Al principio de la libreta, solía dejar varias hojas en blanco, que se irían ocupando con el paso del tiempo, con una especie de índice que iba recogiendo los acontecimientos importantes, las revelaciones.
Y resultaba fascinante.
Contemplar cómo el índice iba tomando cuerpo a partir de los acontecimientos de la vida.

Descubrir cómo cada deseo (sensación temporal de carencia) o miedo se acababa materializando en el guión de su vida.
Cómo iban apareciendo personas y situaciones que respondían a las experiencias previas, de carencia, deseo, exploración...
La propia mente generando las situaciones que necesita explorar en cada momento.
Para darle la oportunidad de descubrir que no siempre era lo que realmente precisaba en su vida.




La mente creando, o la vida creando, cuando descubre que no hay un yo separado (la ayoicidad).
Fascinante revelación de la impermanencia, el karma en acción, el interser.
La ayoicidad.

Le puedes llamar nirvana. O samsara.
Pero todo está aquí.
Los tres sellos del dharma.
Que quizás son cuatro.
O uno solo.

La ligereza de fluir.
Y disolverse.
Como agua vertida en agua.




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