domingo, 18 de junio de 2017

Entenza.







Salió del metro al llegar a la parada que le habían indicado. Tomó una salida por azar. Y apareció frente a esa estación del bicing donde tantas veces se había parado a pasar la tarjeta por la pantalla para solicitar una bicicleta. Y a veces tampoco ahí la conseguía y le daba igual. Seguiría bajando la calle camino a la próxima estación, camino de casa. Nunca se fijó en que estaba esa parada de metro justo ahí delante. Así que al salir ahora de los intestinos de la ciudad y encontrar al otro lado de la calle esa barra negra con las bicicletas ancladas, volvió a aparecer esa experiencia de paz, alegría y plenitud que solía sentir al pasar por ahí, justo ahí, tantas veces.

Salía del centro de meditación donde había trabajado tantas horas, como cada día, y había participado de las enseñanzas, las meditaciones, el espíritu de la sangha, y al llegar la noche, cuando el centro se vaciaba, ella aún se quedaba allí unos minutos más para acabar de recoger, subir la clase grabada a la "nube" de internet, apagar luces, cerrar conexiones y aires acondicionados, bajar la persiana y cerrar con llave el candado. Y echaba a andar en busca de una bicicleta en alguna estación.

Pasaban de las 11, después de seis horas de intensa actividad (con el frío del invierno o el aire fresco del verano) y ni se planteaba buscar un metro o un autobús de vuelta a casa. Aún bajo la influencia de tantas "bendiciones", tocada por la mano de Dios, tenía que caminar por las calles, sentir el aire en el rostro, respirarlo, no importa cuántas estaciones del bicing tuviera que recorrer para encontrar una disponible, escasas a esas horas de la noche y a punto de cerrar el servicio.

A veces sonaba el móvil (después de varias horas de desconexión) y su amiga le contaba algún problema urgente y dramático, pero en esos momentos la escuchaba con serenidad y fortaleza, y el drama no la secuestraba. Al contrario, podía ver claramente cómo se iba disolviendo la hipnosis hasta desaparecer.

Todo eso volvió a emerger repentinamente, cuando salió del metro (esa parada desconocida) y apareció ese escenario tan familiar.

Emergió una lluvia de bendiciones,
el fresco de la noche (aunque ahora era una hora de sol hiriente de verano),
la libertad.
La alegría.
La plenitud. Tan serena.







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