La Unidad es la unidad.
La Unidad no tiene nada que ver con la segregación, la explotación, el racismo, el sexismo o el antropocentrismo.
Si en meditación formal sientes la fusión con el Cosmos, como agua vertida en agua, de vuelta a esta experiencia humana aún deberías sentirte "como agua vertida en agua", en alguna medida.
Ninguna bandera debería separarte, ni el color de la piel.
Y lo que está bien para ti vale para tu vecina o para tu pareja.
Si en meditación formal experimentas el gozo de la no-dualidad, qué haces utilizando diferentes varas de medir en la vida diaria? Por qué una vida debería valer más que otra? Cómo sentir el sufrimiento de tus iguales (o de "lo tuyo", tus hij@s, tu familia...) y ser indiferente al de un pueblo lejano, una cultura extraña, un toro en el ruedo o un polluelo triturado pocos días después de nacer?
Si sospechas que has empezado a transcender la dualidad lo sabrás, entre otras cosas, por tu mirada ecuánime.
Por el respeto y la reverencia por la vida, cualquier vida, por la protección de todo tipo de vida.
Y qué necesidad habría de apropiarse de los recursos ajenos (vestirse con ropa que propicia la esclavitud, comer alimentos que se fundamentan en la tortura o mantener empresas que violan o saquean el planeta)?
¿O de hacer daño a otras personas con el motor del "yo primero" y la importancia personal?
Cómo no cuidar la palabra y el silencio, y la escucha atenta, para comprender mejor y acompañar mejor?
Y alimentarnos con atención en cada bocado, en cada información y estímulo que flotan en el aire, para nutrir de amor y energía, y no de odio y resentimiento, este cuerpo y mente, individual y colectivo.
La espiritualidad no es una experiencia ajena a este mundo.
Y la meditación formal debería estar vinculada a la meditación informal, en la vida cotidiana.
Al fin y al cabo, la espiritualidad es también una manera de vivir la vida que vivimos,
una forma de estar en el mundo.
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