martes, 19 de abril de 2016
La horrible belleza del sufrimiento.
¿No te has fijado en la expresión de placer? -le dijo el amigo-. No me refiero al simple disfrute de un sabor, un aroma, un espectáculo asombroso de la naturaleza. Me refiero al placer profundo que te lleva a las puertas de transcender. ¿Te has fijado en la expresión de un orgasmo en el rostro? ¿Te parece una expresión de felicidad? Yo diría que más bien evoca sufrimiento. Como la expresión de una mística o un místico en éxtasis (según nos transmiten los cuadros sagrados y dibujos).
Quizás haya que empezar a reinterpretar el sufrimiento y dejar de tenerle tanto miedo. Quizás el sufrimiento sea una de las puertas de la transcendencia. O quizás sea la puerta, incluso al final del goce profundo. Quizás sea la puerta a la transcendencia y habría que dejar de tenerle tanto miedo. Sólo interpretarlo de otra manera. Experimentarlo de otra manera.
Y justo entonces le llegó el texto de Ram Dass, traducido por Blanca de la Vega.
"Hay diferentes caminos para entrar en intimidad con el Uno, que son apropiados para distintas personas, diferentes acercamientos para diferentes personas.
Algunas pueden sentarse delante de una pared y vaciar su mente en una práctica zen y experimentar así la totalidad del momento. Pero esto no le vale a todo el mundo. Hay personas muy activas que no se pueden sentar en meditación formal, y para ellas el taichí, por ejemplo, podría ser una interesante forma de movimiento como práctica meditativa. Otras personas sienten una profunda fuerza emocional y necesitan de vínculos, relaciones. Para ellas, la oración o la contemplación pueden ser unas técnicas bellas y efectivas. Es como si tienes un amado, haces el amor con el amado y esta práctica se hace cada vez más profunda y estable. En este caso, la oración y la meditación pasan a ser los juegos previos que te llevan al lugar exacto donde el orgasmo tiene lugar, donde ocurre la fusión. Usas el dualismo para llegar al no dualismo, justo en la frontera. La oración es una forma de dualismo en la que, en cierta medida, te separas a ti mismo de ti mismo para rezarte a ti mismo.
La pregunta entonces es: ¿Qué pides en la oración?
Personalmente, yo no podría pedir nada. Supongo que podría desear estar más vigilante, con más atención plena, o bien oír con más claridad, comprender en más profundidad, pero ni eso. Cómo sé si se supone que tengo que oír más claramente o no.
Lo curioso es que quien yo pienso que soy cree que sabe la respuesta pero no la sabe.
Hace tiempo le escribí una carta a la madre de una niña que había sido violada y asesinada, y hay una parte de esa carta que me gustaría compartir con vosotros. Decía así: “Algo en ti muere cuando soportas lo insoportable. Vas más allá del horror y del dolor porque lo insoportable te lleva más allá. No puedes con ello y es sólo en la noche oscura del alma cuando estás preparada para ver como Dios ve y para amar como Dios ama”.
Es la horrible belleza del universo. Saber que hay una sabiduría inherente en esa belleza, que esa sabiduría incluye el sufrimiento y que el sufrimiento no es un error.
Hasta que no descansas en el lugar que entiende esto, es bastante presuntuoso pensar que realmente sabes.
He observado en el trabajo que hago con personas que están muriendo, que sufren, sufren y sufren, y si pudiera, si yo pudiera, como corazón humano emocional, haría todo lo posible para quitarles su sufrimiento. Se me rompe el corazón y veo cómo el sufrimiento les va destrozando hasta que ellas finalmente abandonan, porque el sufrimiento es enorme. He observado que en el momento que abandonan algo emerge en su ser, tan bello y radiante y tan espiritualmente inocente, que es como si se encontraran con una parte de su ser que ha estado escondida durante todas sus vidas. Es como la rotura del cascarón de un huevo.
Ocurrió con la esposa de mi padre, Phyllis. Cuando ella estaba muriendo atravesó un periodo donde sentía mucho dolor, y mucha resistencia. Porque es así como solemos funcionar con el dolor, oponiendo mucha resistencia. Pero entonces ella se rompió, y en el momento en que se rompió apareció alguien tan radiantemente bella que hizo volar su mente. Ambos estuvimos juntos en esta increíble gracia hasta el final.
Ahora bien, yo miraba aquello con admiración y con horror. Contemplaba el horror del sufrimiento y también su profunda belleza. Sin ninguna duda, habría acabado con todo ese sufrimiento si hubiera podido, porque realmente la amaba. Desde mi parte humana, yo no quería que sufriera pero, al mismo tiempo, cuando la miraba desde el punto de vista espiritual, comprendía que era ese sufrimiento el que había forzado esa rotura del cascarón, el que había permitido emerger a su ser.
Dicho esto, ¿tendría que pensar que el sufrimiento es horrible o que es bueno?
La horrible belleza es que el sufrimiento es gracia y que el sufrimiento es aterrador.
Hasta que no puedes permanecer justo en el punto de equilibrio y ver los dos lados ¿para qué vas a rezar? ¿Ves la incongruencia? Esencialmente estás diciendo: lo quiero diferente porque no puedo soportarlo tal como es.
Una vez ves lo que es, y lo ves de forma completa, realmente no quieres cambiarlo.
Quizás quieras comprenderlo, pero no querrás cambiarlo.
Eso es exactamente la horrible belleza del sufrimiento."
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Comparto esta forma de valorar el sufrimiento, de hecho he titulado a mi segundo poemario "Redimen las llamas". ;)
ResponderEliminarTe felicito por tu segunda publicación, Sonia.
ResponderEliminarEspero leer algo de este nuevo libro.
Un abrazo.
Precios!!!
ResponderEliminar