sábado, 7 de noviembre de 2015
El desacuerdo.
Mientras hablaban, notó que su amigo se iba alterando. Así que cambió de tema y se dirigió a otras comensales en la mesa. Después de unos minutos, el amigo volvió a intervenir y dijo: Estoy enfadado.
Ella iba a preguntar, ¿Con la situación? (habían estado hablando de cómo el barrio se había ido deteriorando en los últimos tiempos),
pero le salió: ¿Conmigo?
Él se dio un instante para pensar y dijo: Sí.
Por qué?, preguntó ella.
Porque no has hecho ningún esfuerzo por comprenderme, respondió él.
Porque no me has dicho: Siento mucho cómo te está afectando el deterioro del barrio.
Ella dijo, llevándose la mano al corazón, para dar aún más énfasis a sus palabras:
Siento muchísimo cómo te está afectando el deterioro del barrio.
Y él dijo: Gracias.
Pero seguía enfadado.
Y a ella le dolía el dolor de su enfado
pero esta vez no se hizo responsable.
No añadió ese dolor.
Por qué puede molestarle a un compañero de la sangha (un compañero en el camino espiritual) una simple opinión, un punto de vista?
Mi punto de vista no tiene ninguna importancia; antes o después cambiará, como el tuyo.
Los puntos de vista son como olas, pero tú y yo somos el agua. Que nuestros puntos de vista no coincidan, en alguna parte, en algún momento, no es personal. Y es absolutamente irrelevante.
Pensó todo eso pero no lo dijo.
Presentía que no era el momento de explicarse, o de justificarse, sino de acompañar a un compañero herido.
Una vez tuvo una amiga que era como un espejo. Se acababan de conocer y coincidían en todo. En su manera de ver la vida, su relación con la naturaleza, su afición por la comida sana y la salud natural. Mantenían una fórmula similar de pareja (poco que ver con la convencional), que había dado fruto a sus hijas, de la misma edad. Incluso habían vivido varios años en el mismo país extranjero, sin conocerse. Como almas gemelas con una trayectoria tan semejante.
Un día, surgió el primer desacuerdo. Y si bien no era un desacuerdo en el tema de fondo, sí en la forma de afrontarlo. El hecho es que ahí estaba: el desacuerdo.
Al final de la conversación, se hizo el silencio unos instantes, y luego ella dijo: Me encanta.
Hasta ahora era como relacionarme con una prolongación de mí misma, tan iguales, tan de acuerdo en todo.
Y por fin es como ver a "la otra", amar a la amiga, diferente, tal como es. Me encanta.
La amiga dijo: Pues yo no lo siento así. A mí me aleja mucho. Porque no me siento apoyada y es lo mínimo que espero de una amiga. Es como una traición. Me siento decepcionada y dolida.
Eso la hizo pensar.
Le dio información sobre su amiga, otra, diferente.
Tenía que cuidarla, tal como era.
Y si hay que tender puentes, se tienden.
Y si hay que pedir disculpas, se piden.
Porque entre la "verdad" (las "razones", esa cosa tan subjetiva y cambiante) y el amor,
que siempre venza el amor.
O, como decía una vieja amiga:
Cada vez que empiezo a alterarme (yo, o alguien), pienso,
qué es más importante, esto (tener la razón) o la paz interior?
(La mía o la de la otra persona, la misma paz interior).
A veces surgen desacuerdos.
En realidad, a cada instante están surgiendo pensamientos, como olas en el mar.
Pero un pensamiento es sólo eso, una sucesión de palabras (incluso una emoción, o una sucesión de emociones) que surgen por inercia, por repetición. Por karma.
Ella observa los pensamientos como meros pensamientos.
Y no como creencias.
Ya le quedan pocas creencias.
Una de ellas, de las pocas que le quedan:
Entre la "razón" y el amor, que siempre venza el amor.
Otra:
Cada vez que empiezo a alterarme (o veo que alguien se altera), pienso:
Qué es más importante, esto o la paz interior?
Pues eso.
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Genial! y muy oportuno en eso de querer tener siempre la razón. Saludos
ResponderEliminar:)
ResponderEliminarBuena semana!