Lo mejor de la época festiva es cuando pasa.
Ha cumplido con los rituales familiares
(esas últimas hebras de conexión;
que se mantengan firmes hasta el final, hasta el olvido del tiempo,
susurra, como en una oración).
Cumplidos los rituales regresa al refugio,
a esa atalaya desde donde contempla el mundo,
la Vida, como un océano de olas.
A la no-acción, la no-interacción.
La mera contemplación sin tiempo,
por un tiempo,
desde su atalaya.
Como la gaviota al vuelo, que aterriza en la baranda de su terrado,
y tiene lugar la quietud, la contemplación.
Alguien le dijo: Eres un 9 de libro.
Una constante en su trayectoria de reencarnaciones, si mira atrás.
Aún en su época más apasionada (cuando parecía ser un 8),
de viajes y reportajes y exploración del mundo,
recuerda como un buen momento cada vez que recibía un encargo,
o la aprobación de una propuesta, y empezaba una nueva aventura.
Era un buen momento, sí.
Pero el momento más intenso tenía lugar una vez entregado el trabajo,
cuando salía de la redacción al espacio abierto,
sin planes por delante, la agenda en blanco. La libertad.
¿No te estresa no tener trabajo? ¿Sin saber hasta cuándo?, le preguntaban a veces.
Cómo estresarse ante el regalo de la Vida? La Vida misma. La libertad.
La confianza.
"No hay movimiento continuo, sólo sucesivos puntos de descanso" (Zeno de Elea).
Una vez, una desconocida que leía sus textos le dijo:
Ahora te entiendo. Tú eres Hestia.
A veces le parece que vive los acontecimientos como tránsitos necesarios
para habitar los sucesivos puntos de descanso.
Y a veces puede encontrar el templo, el santuario,
en cualquier escenario del tránsito mismo,
en la propia acción. Ese milagro.
No hay contradicción.
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