Un retiro suele ser un poco como ir a morir.
Por eso le gusta tomárselo con tiempo y disfrutar de los preparativos.
Y ver antes a las amigas y amigos significativos, como una despedida.
Pero también como llenar la mochila kármica de lo mejor de tu vida,
las experiencias que te acompañarán en el viaje de transición.
Despedirse. Y llevarte conmigo.
Llegar a un refugio pequeño y austero
(pongamos, una casita de madera),
vacío de objetos superfluos
con los que distraerse y tropezar.
Vacío también de palabras superfluas, todas.
Retiro de silencio.
El espacio abierto y vacío.
Necesitas tan poco.
Reducidos los objetos, reducidas las palabras,
también de pensamiento.
Silencio.
Escucha atenta.
Colocar la escasa ropa en el armario,
las frutas y verduras en los estantes de la cocina.
La cafetera en un sitio de honor, el café y el cardamomo recién molidos en la nevera.
Y diez días por delante (pongamos)
entregada al silencio (al menos de voz)
y la soledad (de seres humanos).
Saludas al universo,
a la cara de Dios en cada objeto, dentro y fuera de tu cuerpo de madera.
Los árboles generosos, el canto de los pájaros,
el cielo envolvente.
Saludas a Dios.
Y te entregas en cuerpo y alma a esta cita privada,
tan íntima.
Esta luna de miel.
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