jueves, 25 de junio de 2020

Noche de San Juan.







Se pasa la vida haciendo el amor.
Y dicen que la muerte es una experiencia de amor aún más intensa.
Hoy toca baño de bosque, respirar los castaños, absorberlos,
sentirlos viajar en los pulmones y en la sangre,
regando este cuerpo soñado.
Y la comida en esa terraza de la montaña.
Comerse la tierra, bebérsela.
Venerar a sus compañeras de mesa, cada una un saco de tiernas experiencias, dulces y amargas,
viajeras como ella en este "pilgrimage", este viaje de aventuras.

Otras veces elige la soledad,
especialmente en las fechas más señaladas, como la noche de San Juan o el fin de año.
A solas, se reencuentra con este cuerpo y descubre una vez más la fascinación.
Si fuera estallan los petardos, cohetes, voceríos y fuegos artificiales,
puede ser que acuda a la música como una armadura de protección,
y en la "atención apropiada" todo lo demás desaparece.
Quizás ve su cuerpo bailar en el espejo y se deja seducir de amor.
O quizás se sienta en meditación, o se tumba
en meditación,
los colores del atardecer y las luces de la noche al otro lado del marco del balcón, inundando la estancia.
Las gaviotas y las golondrinas no habitan el cielo esta vez,
se esconden, como ella,
y callan.
Ella a solas consigo misma,
conteniéndolo todo.
Embriagada de amor.

Ya sea en el ágape con la sangha (mesa y vida compartidas),
en la inmersión en el mar o en el baño de bosque,
o a solas, donde está todo,
descubre que todas las situaciones tienen en común el hecho fundamental de
hacer el amor,
esa profunda intimidad,
esa expansión que se proyecta
en todas direcciones.






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